_
_
_
_
_
CONFERENCIA DE LA FAO PARA AMÉRICA LATINA Y EL CARIBE

A esta receta contra el hambre le faltan fondos y atención a los rezagados y le sobran azúcar y huracanes

Los Gobiernos de América Latina y el Caribe necesitan financiación para recuperar el pulso de la lucha contra la malnutrición y protegerse de los efectos del cambio climático

©FAO
Más información
“¿Cómo es posible que ‘alimentos’ dañinos se dejen al libre comercio?”
Hambrientos por pobres... y por indígenas
“Hemos entregado a otros la responsabilidad de alimentarnos”
El número de niños obesos se multiplica por 10 en cuatro décadas

Esta semana se han reunido en Jamaica algunos de los países más grandes y que más alimentos producen del mundo, como Brasil. Y otros de los más pequeños, como Santa Lucía o Dominica, que importan la gran mayoría de lo que comen. Grandes y pequeños, más o menos desarrollados, por primera vez (todos) los 33 países de América Latina y el Caribe han acudido a la llamada de la FAO (la agencia de la ONU para la alimentación y la agricultura) para analizar los retos alimentarios de la región.

En anteriores ocasiones, una reunión así fue objeto de celebración. De acuerdo con las cuentas oficiales, la región redujo a la mitad el hambre en 2015 respecto a 1990, cumpliendo así con los Objetivos de Desarrollo del Milenio de Naciones Unidas. Este año, sin embargo, las noticias no eran tan buenas. Los descensos se han estancado a lo largo y ancho de la región, y en varios países —sobre todo Venezuela con un 46% más, pero también otros como Argentina o Perú— hay más hambrientos que en la última medición.

La explicación más repetida ha sido, de largo, la desigualdad. La falta de oportunidades en muchas áreas rurales o el abandono (cuando no la discriminación) que sufren determinadas comunidades, especialmente los pueblos indígenas, está detrás de la existencia de grandes bolsas de pobreza y hambre. También se ha festejado la salida del conflicto colombiano, como saludaba el director general de la FAO, José Graziano da Silva. Pero apenas se ha mencionado el efecto de la violencia que azota determinados países, en especial en Centroamérica. Y Haití (donde dos de cada dos personas no comen lo suficiente) sigue siendo el principal foco de preocupación. "Queremos reducir la pobreza rural incrementando los ingresos agrícolas", ha anunciado Carmel André Baillard, el ministro de Agricultura haitiano.

“Nuestros pocos recursos se dedican a combatir enfermedades evitables”

Y si la persistencia del hambre preocupaba estos días en la antigua Bahía Manteca (que la pronunciación inglesa transformó en Montego Bay), aún más la "epidemia" de sobrepeso y obesidad (y otras enfermedades como la diabetes y la hipertensión). Al menos, a juzgar por el espacio que ha ocupado en los debates. A las islas caribeñas, principalmente porque hace agujeros en sus limitadísimos presupuestos. "Nuestros pocos recursos se dedican a combatir enfermedades evitables", decía Nicolette Henry, ministra de Educación de Guyana. Y eso limita también el alcance de iniciativas contra la subalimentación, como los elogiados programas de alimentación escolar. La malnutrición por exceso también preocupa a otros países más grandes, como México, porque el tamaño del problema no para de crecer.

Para Mario Montero, representante de la industria —presente por primera vez en este tipo de reuniones—a través de la agrupación empresarial Alaiab, el hecho de que el problema no se reduzca prueba que políticas como gravar la venta de bebidas azucaradas (lo que ha hecho México) o adoptar etiquetados disuasorios (como Chile) no funciona. El modelo chileno, que entre otras cosas prohíbe vender en escuelas los alimentos con demasiado azúcar, sal, grasas o calorías y limita su publicidad, ha sido alabado por varios conferenciantes, casi en la misma medida en que han sido criticados los productos ultraprocesados. “Pero el hecho es que no hay evidencia científica que diga que esos productos son perjudiciales por sí mismos”, aduce Montero, que se indigna ante las comparaciones —que se han escuchado— con el tabaco.

La semana también ha dejado tiempo para analizar los problemas y oportunidades del comercio de alimentos, sobre todo ante las corrientes proteccionistas partidarias de limitarlo, que cobran peso en Estados Unidos. “Es un tema muy sensible”, decía Graziano, el jefe de la FAO. “Si nos adentramos en el camino del ‘ojo por ojo', al final todos ciegos”.

El anfitrión, el ministro jamaicano Karl Samuda, pedía "un terreno de juego nivelado", en el que los más pequeños no tengan que correr cuesta arriba. “Los países más grandes muestran un excesivo interés en penetrar en nuestros pequeños mercados y nos dejan en una posición muy débil”, denunciaba. Sus colegas de los demás Estados insulares presentaban sus programas para relanzar la agricultura y la producción propia de alimentos, como respuesta comercial y alimentaria.

“Los países más grandes muestran un interés excesivo  en penetrar en nuestros pequeños mercados y nos dejan en una posición muy débil”

En este punto se han visto también las grandes diferencias ideológicas y de visión política. Mientras algunos defendían la “soberanía alimentaria”, como la capacidad de un Estado para poder alimentarse por sí mismo, otros insistían en matizar el término. “En República Dominicana lo entendemos como la capacidad de producir y/o comprar todos los alimentos que necesitamos para garantizar la seguridad alimentaria de nuestra población”, argumentaba Mario Arvelo, representante dominicano y presidente del Comité de Seguridad Alimentaria mundial.

Y de fondo, en el horizonte, aparecía continuamente el cambio climático. Ese que asola Centroamérica con escasez de agua o envía cada vez más tormentas y tifones al Caribe. “El siglo pasado, en El Salvador había uno o dos eventos climáticos extremos por década”, señalaba el delegado salvadoreño, Hugo Martínez. “Y solo en la primera década de este siglo tuvimos 8 eventos climáticos extremos con impacto directo en la agricultura”.

Prepararse para esos huracanes, inundaciones o sequías, predecirlos y aguantarlos, costará mucho dinero, coincidían todos. Lo mismo que dejar de contribuir al calentamiento (algo que algunos hacen mucho menos que otros, aunque solo sea por tamaño). La factura, según se ha comentado, se estima en torno a los 80.000 millones de euros. Y muchos países, aunque clasificados como de renta media, piden ayuda de otros. Un primer paso lo ha dado México, al comprometer la cantidad de 3,5 millones de euros en cinco años para ayudar a las islas del Caribe. La cifra da una medida de lo que queda por hacer.

"En el mundo multilateral las cosas no cambian de un día para el siguiente”, reflexiona Arvelo. “Pero hemos venido todos, hemos discutido una agenda común. Hemos coincidido en muchos puntos, pero sobre todo en uno: hay que involucrar a los ministerios de Finanzas".

Puedes seguir a PLANETA FUTURO en Twitter y Facebook e Instagram, y suscribirte aquí a nuestra newsletter.

Más información

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_