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Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Callejón sin salida

Reino Unido descubre que no hay buen puerto al que llevar el Brexit

Michel Barnier, ayer en Bruselas, pidiendo que se aceleren las negociaciones del Brexit.
Michel Barnier, ayer en Bruselas, pidiendo que se aceleren las negociaciones del Brexit. OLIVIER HOSLET (EFE)
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Brexit: A dead-end street

La realidad es tozuda. Y los vagos acuerdos políticos no sirven para establecer un pacto realista que permita el Brexit y, al tiempo, mantener a Irlanda del Norte y a la República de Irlanda sin fronteras que las separen. El negociador principal del Brexit por parte de la Unión Europea, el francés Michel Barnier, ha metido presión a Londres presentando negro sobre blanco en un largo articulado las propuestas de Bruselas para llevar a la realidad el acuerdo suscrito en diciembre. Ahí la cuestión irlandesa ha vuelto a asomar como un escollo casi insuperable.

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En diciembre, Londres se avino a la propuesta de mantener en Irlanda del Norte un “alineamiento reglamentario” con la UE tras el Brexit. Era una fórmula lo suficientemente vaga como para poder asumirla. Ahora, viene a decir la Comisión, ese alineamiento obligaría de facto a mantener un área regulatoria común en toda la isla irlandesa con controles fronterizos de mercancías conjuntos de Londres y Bruselas entre esa isla y el resto del territorio británico. Es una posibilidad que evitaría restituir la frontera entre Irlanda del Norte y la República de Irlanda, pero sería una pérdida real de soberanía de Reino Unido que, como la primera ministra Theresa May se apresuró a decir, es inaceptable para cualquiera que ocupara su cargo. Bruselas devuelve la pelota al tejado de May pidiendo una propuesta de arreglo “imaginativa” muy difícil de imaginar porque exige la cuadratura del círculo.

Después de un año de negociación del Brexit, Londres se sitúa cada vez más en un difícil callejón sin salida del que solo puede salir perdedor. Aceptado el pago del coste de su abandono de la UE, los problemas se multiplican para el Gobierno de May. A la contestación interna de su propio partido se ha unido un nuevo ambiente favorable para un segundo referéndum llamado a validar un acuerdo con la UE que se percibe cada vez más como negativo para los británicos. Un partido de nuevo cuño al estilo de La República en Marcha del francés Emmanuel Macron se ha constituido sobre la defensa de esa segunda consulta. La novedosa apuesta del líder laborista Jeremy Corbyn de un Brexit suave que mantenga la unión aduanera con la UE es otro torpedo a la línea dura de May.

Enfrente, May negocia con un bloque que sigue sin mostrar fisuras a la hora de establecer las condiciones de la primera deserción en la UE tras más de seis décadas. Abandonar la UE no era el proceso sencillo y feliz que prometían sus defensores. Permanecer de alguna manera en la unión aduanera exige aceptar la jurisdicción europea y las dificultades negociadoras obligan a admitir que sin la Unión Europea habría sido imposible aquel histórico Acuerdo de Viernes Santo que en 1998 derribó la frontera entre las dos Irlandas y favoreció el fin definitivo del terrorismo.

Londres ve ahora amenazada su integridad territorial. El margen de maniobra de May es estrecho. Gobierna gracias al apoyo de los unionistas del DUP, que rechazan recuperar la vieja frontera. Un segundo referéndum sería un desastre para los defensores del Brexit. Londres solo tiene una salida: proponer una fórmula flexible para Irlanda al estilo de las que se suelen idear en Bruselas para alcanzar consensos y que, por cierto, Reino Unido siempre criticó.

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