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El bar español de Daniel Brühl y su amigo Atilano González en Berlín

El actor Daniel Brühl y Atilano González tienen un restaurante de comida española en Berlín. El local, llamado Bar Raval, se encuentra en el moderno barrio de Kreuzberg.
El actor Daniel Brühl y Atilano González tienen un restaurante de comida española en Berlín. El local, llamado Bar Raval, se encuentra en el moderno barrio de Kreuzberg.patricia sevilla ciordia

MEDIA ESPAÑA le descubrió con Good Bye, Lenin!, esa pe­lícula tan tierna en la que un chico muy guapo le hacía creer a su madre que no había caído el muro de Berlín para que no enfermara. Desde entonces han pasado ya 15 años y en este tiempo Daniel Brühl se ha convertido en el actor alemán más internacional, una de las figuras imprescindibles del cine europeo. ­Hasta ahí su cara más conocida. La otra, la de empresario y restaurador, es la que le permite comer, beber y disfrutar junto a su amigo Atilano González en Bar Raval, su restaurante berlinés.

Brühl nos abre la puerta del local en semana grande. Está a punto de arrancar la Berlinale, el gran festival de cine de la capital alemana. Cada año, Brühl y González lo celebran con un fiestón. En el Raval, claro. “El primer año no llegó casi nadie hasta las diez de la noche. Pensábamos que habíamos pinchado. Después, esto se convirtió en un circo. Ahora empezamos directamente a las diez”, ríe Brühl, que también presume de haber trabajado bajo las órdenes de Tarantino en Malditos bastardos.

patricia sevilla ciordia

Lo del Raval no es ninguna coincidencia. Brühl, hijo de una maestra española, nació en Barcelona y, aunque su familia en seguida se mudó a Alemania, sigue conservando amigos en España. Algo parecido le pasa a González. Los dos tienen raíces españolas y los dos llevan en Alemania toda la vida. En Bar Raval dan rienda suelta a su nostalgia. “Me siento orgulloso de la riqueza española. Queremos que los alemanes aprendan que en nuestro país no solo hay jamón serrano y croquetas”, explica el actor. Aunque lo de las patrias y las fronteras no va mucho con un artista que asegura no sentirse ni catalán, ni español, ni alemán; que él es sobre todo “europeísta” y que anda entristecido a cuenta de la crisis catalana. “Es duro ver el clima en las familias y en los círculos de amigos”.

El restaurante está ubicado en Kreuzberg, uno de los barrios más alternativos de la capital. Por fuera, los grafitis típicamente berlineses podrían despistar al que no sepa que este es un restaurante muy español. Aquí se sirven patatas bravas, pimientos de Padrón y pulpo a la ­gallega, además de otras tapas muy sofisticadas con las que aspiran a ampliar el paladar alemán. Las mesas y sillas son de madera; las baldosas, hidráulicas, y los vasos, de chato de vino. “Este no es un local de moda”, aclara González, gestor de Bar Raval, dedicado en su otra vida a la música electrónica y a la gestión cultural. “El público es muy variado. Hay españoles y alemanes modernillos, y señores que se toman su coñac y están en la gloria”, dice González, socio y sin embargo amigo del actor desde hace 13 años. Brühl forma parte de esa clientela. Siempre que puede viene a ver los partidos del Barça. “Con una tortilla y unos pimientos soy feliz”, dice.

El dúo quiere ahora dar el salto a lo ecológico y planea abrir un puesto en el mercado del barrio. En España han contactado con productores para traer la mercancía hasta Berlín. González es el encargado de la ­prospección, mientras Brühl encadena proyectos cinematográficos. El actor acaba de terminar una serie estadounidense, El alienista, un ­thriller psicológico ambientado en 1896. En esta edición de la Berlinale (que finaliza hoy) ha presentado 7 Days in Entebbe, en la que hace de terrorista alemán.

Brühl ya ha cumplido 39 años, pero mantiene su cara de niño pillo. Tiene un montón de planes en la cabeza, incluida la dirección. Entre ellos cobra fuerza la posibilidad de mudarse a Nueva York por un tiempo. Su mujer es psicóloga y tiene empleo allí. En los últimos siete años su trabajo ha marcado el destino de su familia, que cuenta ya con un nuevo miembro, un niño de 16 meses. Quizá es hora de cambiar de prioridades. 

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