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Este parásito tiene los días contados en ocho países americanos

Centroamérica y República Dominicana tienen un plan para terminar con la malaria. La idea es sencilla: diagnosticar y tratar a todos los afectados en las primeras 48 horas tras el contagio. Ejecutar esto no es tan fácil

Pablo Linde

El parásito que causa la malaria se aloja en los seres humanos y pasa de unos a otros por la picadura del mosquito Anopheles. El zancudo no entiende de fronteras ni de límites. Sus hembras buscan sangre para alimentar a su progenie y van de cuerpo en cuerpo transmitiendo la enfermedad en un ciclo muy difícil de eliminar. Pero no imposible. Cada año, nuevos países se certifican como libres de paludismo, un objetivo que se han marcado todos los de América Central y la República Dominicana para 2020.

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La Iniciativa Regional para la Eliminación de la Malaria (RMEI, por sus siglas en inglés) anunció recientemente que destinará 180 millones de dólares para lograrlo. 100 procederán de los gobiernos locales y el resto del Banco Interamericano de Desarrollo, la Fundación Bill y Melinda Gates y la Fundación Carlos Slim. Pero, ¿cómo invertir este dinero para acabar hasta con el último Plasmodium en solo dos años? La idea es sencilla: diagnosticar y tratar a todos los que contraigan malaria en la región en las primeras 48 horas tras el contagio. De esta forma, se corta la transmisión. El mosquito seguirá ahí, pero no tendrá parásito que llevar de un humano a otro con sus picaduras y la enfermedad será historia.

Describirlo es más fácil que conseguirlo. La región avanzó enormemente en los primeros cinco lustros del siglo y redujo la incidencia de la enfermedad en un 75%. Pero la última milla siempre es la más complicada, porque los últimos casos se producen en zonas más inaccesibles. Además, pese a que hasta 2015 casi todo eran buenas noticias, 2016 —último año con datos oficiales— fue malo; la lucha contra el paludismo se estancó en todo el mundo y particularmente en Centroamérica sufrió un repunte. El parásito reapareció en países que habían logrado cerrar un ejercicio sin registrar ni un solo enfermo, como Costa Rica. Y en Nicaragua, de 5.000 se pasó a 12.500.

“Esto muestra que si bien los países han tenido muchísimos avances, pueden ser frágiles. Y con frecuencia, el que la malaria deje de ser problema en salud pública hace que tanto los programas de salud como los ministerios inviertan en otras acciones y dejen un poco más de lado esta”, explica la doctora María Paz Ade y Torrent, asesora regional en diagnóstico, tratamiento y gestión de suministros de paludismo de la Organización Panamericana de la Salud (OPS), organismo asesor en la RMEI.

El principal reto para conseguir el objetivo, cuenta, es el acceso al diagnóstico y tratamiento de ciertas áreas. “A menudo, los afectados pertenecen a población migrante en zonas de agricultura donde el acceso a los servicios no existe. Hay que buscar la forma de llegar a todas esas personas”, continúa Torrent. A esto, Emma Iriarte, especialista del BID, añade factores culturales, ya que muchos de los afectados son indígenas que viven en lugares remotos, donde además de la dificultad logística, es necesario adaptarse a sus costumbres, tratar con ellos con su propio idioma. “Estamos hablando de zonas dispersas, con limitados accesos a servicios de salud, poca comunicación, pocos servicios de educación, áreas de migración, cultivos de caña, sembradío de plátano, que hacen más difícil eliminar la transmisión entre humanos y el control del vector. Lugares sumamente vulnerables y pobres. Y no es solo lo que un país pueda hacer, sino que todos han de trabajar a la vez, porque la movilidad del mosquito y las migraciones dificultan la tarea todavía más”, asegura Iriarte.

Pese a que hasta 2015 casi todo eran buenas noticias, 2016  fue malo; la lucha contra el paludismo se estancó en todo el mundo y en Centroamérica sufrió un repunte

Las zonas que actualmente registran mayor transmisión son Escuincla y Alta Verapaz, en Guatemala; la Mosquitia, en Honduras; la zona del Atlántico Norte en Nicaragua; los territorios de los Guna Yala, y el Darién, en Panamá; el Chocó, en Colombia y los estados del sureste de México. Estos dos últimos países todavía no están dentro del programa, pero su incorporación se está negociando. Otros como El Salvador, Belice y Costa Rica tienen pocos casos (alrededor de la decena) y están muy cerca de eliminar la malaria.

Los organismos involucrados en este proyecto —BID, fundaciones Slim y Gates, Gobiernos nacionales, OPS y la Iniciativa Clinton de Acceso a la Salud— están trabajando mano a mano para determinar la estrategia específica, que previsiblemente comenzará a dar sus primeros pasos en abril. Por un lado, comprarán los insumos y equipos necesarios: microscopios, pruebas de laboratorio, mosquiteros, insecticidas, medicamentos. Por otro, es necesaria una ingente labor de recursos humanos: es imprescindible contratar entomólogos, epidemiólogos, médicos, promotores de salud, reclutar voluntarios y darles una adecuada formación. Hay que superar también las barreras legales, que impiden en algunos países que los agentes comunitarios de salud hagan pruebas rápidas de malaria, algo fundamental, porque no en todos estos remotos lugares es posible ejecutar los análisis de laboratorio. Al mismo tiempo que se hace todo este trabajo, hay que desarrollar una potente campaña de comunicación, con los ciudadanos y sus administraciones, para que además de localizar a todos los enfermos, sean ellos los que acudan al médico con los primeros síntomas para cortar cuanto antes la transmisión.

Serán prioritarios los focos de transmisión, las zonas donde se dan el 80% de los casos. Y una vez que empieza a andar toda esta maquinaria, es crucial el seguimiento, el reporte de casos y un contacto constante entre los actores involucrados para aprender de cada proceso. “Nos vamos a sentar con cada país para establecer 10 indicadores críticos para ir cumpliendo metas de aquí a 2020, cuando tiene que haber cero casos, no cinco, cero”, enfatiza Iriarte. A los que las cumplan, el fondo les dará un premio, dinero para que el ministerio de sanidad lo gaste como crea conveniente.

Si todo esto sale bien, no solo se eliminará la malaria en dos años. Aunque otras enfermedades como zika, dengue o chikungunya son trasmitidas por mosquitos distintos y tienen características diferentes, tanto las infraestructuras como el conocimiento adquirido por técnicos y especialistas servirá para un mejor abordaje contra ellas. “Se produce un efecto cruzado beneficioso, porque las zonas, las comunidades, la vigilancia epidemiológica son las mismas. No puedes enseñar a identificar un caso de fiebre por malaria sin hablar de los demás”, cuenta la especialista del BID.

Si la OMS alertaba en su último informe sobre el estancamiento en la lucha contra la malaria por la falta de fondos, en Mesoamérica han recogido el guante. Acabar con el paludismo es algo en lo que están en realidad embarcados todos los países endémicos de las Américas, pero que en las zonas amazónicas, aún más complejas, llevará más tiempo. Y el reto gigantesco está en África, que acumula el 90% de los casos: de las 440.000 personas que murieron por la enfermedad en el mundo, 400.000 estaban en este continente.

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Sobre la firma

Pablo Linde
Escribe en EL PAÍS desde 2007 y está especializado en temas sanitarios y de salud. Ha cubierto la pandemia del coronavirus, escrito dos libros y ganado algunos premios en su área. Antes se dedicó varios años al periodismo local en Andalucía.

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