El líder de los investigadores ‘precarios’ deja la ciencia y emigra a Bruselas
José Manuel Fernández, exportavoz de la Federación de Jóvenes Investigadores, ha dejado la investigación por un puesto administrativo
El 14 de junio de 2013, José Manuel Fernández estaba plantado ante las puertas del Ministerio de Economía. Junto a él había otros 5.000 investigadores en la que fue la mayor manifestación de científicos en la historia de España. El objetivo de los manifestantes era entregar al ministro, Luis de Guindos, o a la secretaria de Estado de I+D+i, Carmen Vela, la Carta por la Ciencia, un documento en el que rectores de universidades públicas, sociedades científicas, sindicatos y la Federación de Jóvenes Investigadores Precarios (FJI) reclamaban el final de los recortes en el presupuesto de investigación científica, el aumento de esta partida hasta la media europea y un pacto de Estado para garantizar que la financiación pública de la ciencia se mantenga estable a pesar de los vaivenes económicos y políticos.
Nadie recibió a los científicos para escuchar sus propuestas y se vetó el acceso de la prensa al Ministerio. “Fue el momento álgido del movimiento, la petición llegó hasta el Congreso de los Diputados y fue apoyada por todos los partidos políticos menos el PP”, recuerda Fernández, que fue portavoz de la FJI durante tres años y su cara más visible durante las movilizaciones.
Este doctor en química agrícola había regresado a España en 2011 —"justo en lo más crudo de la crisis", recuerda— tras pasar tres años en la Universidad de Pensilvania (EE UU) como investigador postdoctoral. Había empezado a trabajar en el Instituto de Ciencias Agrarias del Consejo Superior de Investigaciones Científicas con una beca para jóvenes doctores. Su especialidad era la recuperación de campos de cultivo dañados para capturar dióxido de carbono como medida para mitigar el cambio climático. Hijo de una ama de casa y un perito eléctrico de Madrid, decidió dedicarse a ciencia porque esta “ es la única profesión en la que aún es posible explorar terreno desconocido”. “Es fascinante y engancha”, asegura.
Cinco años después de aquellas movilizaciones, la investigación científica en España está lejos de la recuperación. El gasto en I+D+i ha seguido cayendo y las ayudas públicas a la ciencia están en niveles de 2006. Algunas reivindicaciones de la Carta por la Ciencia se han hecho realidad, como la puesta en marcha de la Agencia Estatal de Investigación, aunque sigue sin tener un presupuesto plurianual como se exigía. Tras efectuar los mayores recortes presupuestarios en ciencia desde el comienzo de la crisis económica, el Gobierno de Rajoy quiere impulsar ahora un pacto de Estado con el resto de fuerzas políticas para aumentar la financiación de la investigación. Desde 2013 no ha habido ni una manifestación de científicos que le haya hecho sombra a la de 2013.
“El colectivo científico es muy inmovilista”, lamenta Fernández. “Sacarles a la calle en pleno auge de la crisis, con todos los recortes, fue una cosa excepcional. Cada año, cuando llega el dinero público de los proyectos, deciden dejar las protestas y seguir con lo suyo”, lamenta. Esta pasividad es especialmente grave entre los más jóvenes, que son “probablemente el colectivo más perjudicado por los recortes”. “Los estudiantes y recién doctorados son los que más movilidad internacional tenemos, lo que hace muy difícil la continuidad del movimiento y al mismo tiempo tenemos muchísima presión por acabar la tesis antes de que acabe tu beca. Luego, si llega un momento que consigues una plaza fija, dañas al colectivo al no ser joven y estar estabilizado”, opina Fernández.
Esta es una carrera muy vocacional y a mí se me acabó la fuerza de darme contra la pared una y otra vez
Dos años después de las movilizaciones, a Fernández se le había acabado la beca y continuaba investigando con contratos temporales asociados a proyectos. Por el camino había tenido su primer hijo. En diciembre de 2015 decidió dejar la ciencia. Hizo las maletas y se fue con su familia a Bruselas, donde actualmente trabaja como funcionario para la Comisión Europea, aunque sus opiniones son a título personal. “Se me agotaron la ilusión y las ganas de seguir investigando. Esta es una carrera muy vocacional y a mí se me acabó la fuerza de darme contra la pared una y otra vez. Primero te culpas a ti mismo, piensas que no vales, te ves muy frustrado hasta que al final te das cuenta de que por mucho que lo intentes los recursos son tan escasos que los que consiguen una plaza son muy buenos, pero los que quedan fuera también lo son. Por arriba hay un tapón de gente que aún no ha conseguido un puesto fijo por la falta de plazas, gente de hasta 48 años que lleva 10 años más que tú y que por supuesto va a tener más currículum aunque solo sea por el tiempo que llevan, así que no sabes cuándo vas a poder ver un poco de luz. ¿Tal vez a los 50 años?”, añade.
El químico cree que hay todo un colectivo de científicos de entre 35 y 45 años que ha sido el más afectado por los años de crisis. “No hay números sobre este problema, no se sabe cuántos se van, cuánta gente tiene que dejar la ciencia porque ya no puede más, porque no puede estar esperando siete meses a que se resuelva una convocatoria. Toda esa gente que queda en el camino es joven. Es una generación que o se ha perdido o se ha regalado a otros países, porque muchos no van a volver”, espeta. Tras su paso por el activismo, Fernández está desencantado. “La ciencia no le importa a este Gobierno, no le ha importado nunca y no le va a importar. Si hubieran querido hacer un pacto por la ciencia lo hubieran hecho antes, tenían el consenso de todos los grupos”.
La cara visible de los jóvenes investigadores es ahora un padre de familia de 39 años, dos hijos y un puesto de trabajo fijo en el que cobra "el doble que cuando era científico", pero que está totalmente desvinculado de la investigación. “Antes me acostaba todas las noches pensando qué va a ser lo próximo, haciendo la cuenta atrás de cuánto me quedaba de beca o de contrato. Cuánto podía publicar para ser lo más competitivo posible y sobre todo si eso iba a servir para algo. Pensaba en cuál sería el país al que me tendría que ir. Ahora eso se ha acabado. Mi vida no es ni mejor ni peor, pero mis preocupaciones son otras”, confiesa.
"Desánimo global" en la universidad
Este problema afecta especialmente a la universidad. "La media de edad de los profesores ayudantes doctores, el primer escalón en la carrera docente, es de 39 años. Normalmente se consigue el doctorado con 28 años, así que les quedan 10 años en los que no se sabe de qué viven. En esa franja de edad hay gente que va saliéndose del sistema, sobre todo a puestos de gestión dentro del sistema de investigación y otros que lo dejan, aunque no está cuantificado. Todo esto está creando un desánimo global entre los más jóvenes", lamenta Carlos Andradas, que actualmente es rector de la Universidad Complutense de Madrid y que en 2013 fue otro de los grandes valedores de la Carta por la Ciencia al frente de la Confederación de Sociedades Científicas de España, que agrupa a 14.000 científicos.
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