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Tentaciones
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Lo nuevo de Yung Beef analizado por Lucía Etxebarría y su hija de 14 años

El artista estrena esta semana su mixtape 'A.D.R.O.M.I.C.F.M.S.4'. La escritora ganadora de un Premio Planeta lo escucha y nos da su opinión

Fotos: original de Yung Beef de Elisa Sanchez Fernandez; Lucía y su hija de su Instagram @lucia_etxebarria_
Fotos: original de Yung Beef de Elisa Sanchez Fernandez; Lucía y su hija de su Instagram @lucia_etxebarria_

Hace uno o dos años el mismo editor que me ha pedido que escriba este artículo me pidió que escribiera algo sobre Mucho Muchacho. Me llamaron de todo menos bonita. No sé si los queridos lectores estarán familiarizados con el concepto ageism, esto es, la discriminación y esterotipación por edad.

En el 2015, Madonna (¿quién si no?) ponía el tema del ageism en la mesa después de que las redes se llenaran de comentarios despreciativos sobre su físico y el modelito que lució en los Grammy ese mismo año. Un atavío que, según algunos, no era apropiado para una mujer de su edad. “La edad es aún el airea donde puedes discriminar a alguien sin problema. Aunque solamente a las mujeres, no a los hombres”, señalaba la diva.

A Madonna no le falta razón. Si usted es una mujer y triunfa en el mundo del cine, de la música pop, o de la escritura. tiene todas las papeletas para jubilarse a una edad muy anticipada. Usted, sencillamente, es demasiado vieja. Y desde luego, le está vetado escribir sobre cualquier tipo de música que, según algunos, no corresponde a su edad.

Pero yo siempre he pensado que una mujer debe ponerse los vestidos que le salgan del mismo coño y escuchar la música que quiera. En cualquier caso, para todos aquellos ageístas que me pusieron a caer de un burro, he requerido la inestimable colaboración en este artículo de una melómana confesa.

Les presento a Allegra

Edad: 14 años.

Música que escucha: 21 Savage, Post Malone, Girly, Blackbird, FRND, GFOTY, Charlie XCX, Neon Hitch, Bonzai, Diplo, Flosstradamus…

Dónde se mueve: Lavapiés y La Latina.

A continuación, lo que opina Allegra sobre A.D.R.O.M.I.C.F.M.S.4, la última mixtape de Yung Beef.

Sobre Crying for Love: “De Tanto autotune parece que le estuvieran ahogando”.

Sobre Shootin for Privation: “Me parto con que diga eso de “tú eres un rapper de Soundcloud” si él es totalmente un rapper de Soundcloud”.

Sobre Tú no eres mi princesa: “El autotune me chirría en los oídos”.

Sobre Inferno: “Esta es más reguetón que trap. Aunque el trap se ha vuelto tan grande que nadie sabe lo que es trap. Me suena super choni. Seguro va a ser un éxito porque ésta es la música que las chonis se ponen a escuchar en los bancos del patio cuando están fumando. No me gusta mucho, pero es supercomercial”.

Sobre ANDROMICFS: “La letra está bien pero el verso ése de “ yo sin ti soy un ángel en el infierno/y contigo un demonio en el cielo” parece escrito por un niño emo de 13 años. Ese rollo lovey dovey no me gusta nada”.

Sobre Rosalía: “Esto parece una psicofonía, qué tortura”.

Sobre Me perdí en Madrid: “Demasiado beat, y el autotune me chirría en los oídos”

Conclusión de Allegra: “En general, no me gusta mucho. Me parece una mala copia de Blackbird y Lil Pump. Ese rollo de poner fuckboy eyes y de morderse el labio parece que tiene que ser sexi, pero en realidad da risa. Pero seguro que vende mucho. Yo creo que va a arrasar".

El turno de Lucía

Le toca opinar a la vieja, que es, al fin y al cabo, la persona a la que el editor le ha pedido que escriba esto.

Coincido con el antropólogo Iñaki Dominguez (1) con que el éxito del trap (eso que dice mi hija de que “el trap se ha hecho muy grande”) se debe al deseo de la clase media de sentir el guetto por las venas sin mancharse las manos de sangre. Cuando una música empieza con el sello de “marginal” es cuestión de tiempo que se acabe convirtiendo en superventas. Lo hemos visto miles de veces: el jazz, la copla, el raï, empezaron siendo música de burdel barato (literalmente), el punk de muertos de hambre… Más recientemente lo hemos visto con otros géneros como la mutación del garage house en bass house o incluso en EDM, o del dirty dutch en melbourne bounce.

Por no hablar de que el trap supone la capitalización de un nicho añadido al hype más lucrativo de estos momentos: la música electrónica.

"Lo de que en los magazines más cool estén poniendo por las nubes a Yung Beef no es más que la última vuelta de tuerca de la mistificación de lo cani que lleva operando en la cultura popular desde los tiempos del Torete o El Vaquilla"

Para comprenderlo basta con ver la estética de los neohipsters de Malasaña: sneakers, snapbacks, cadenas, mucho swag. Muchos estilistas y modernos de clase media imitan la estética de los macarras poligoneros. El neocanismo hace furor.

Básicamente porque, según cuenta el propio Yung Beef en una entrevista ”han sido niños pijos los que han estado manejando esa música, han hecho eventos y los han llevado a sitios donde no pertenecían por su origen, su espíritu y su procedencia”. O sea, el trap ya ha dejado de ser un fenómeno perteneciente a un entorno cultural específico. Y se desempeña en el momento contemporáneo como una de las formas características de apropiación cultural del espacio público global. Se trata de una apropiación estética, y musical.

Por culpa del bombardeo mediático al que estamos constantemente sometidos y al comportamiento gregario inherente al ser humano, todos acabamos dejándonos llevar por la marea: tatuajes, ropa, aficiones, gustos, opiniones, etc.

Queremos ser diferentes, especiales, destacados, pero a la vez integrados. La moda pierde su originalidad en la medida en que la sigue el conjunto de los consumidores. Cuando se convierte en un estándar uniformizado se lleva mal con la necesidad de singularizarse. La necesidad individual o colectiva de distinguirse, que se supone que encuentra su expresión en la moda, acaba creando, paradójicamente, una uniformización. Tendemos a la integración: la voluntad individual se eclipsa ante el alma colectiva. Todos nos integramos en la masa, sucumbimos a su poder de sugestión.

O sea, que en el esfuerzo de ser diferentes, todos acabamos siendo iguales.

Lo de que ahora a los hípsters de Malasaña les encante el el trap, y lo de que en los magazines más cool estén poniendo por las nubes a Yung Beef no es más que la última vuelta de tuerca de la mistificación de lo cani que lleva operando en la cultura popular desde los tiempos del Torete o El Vaquilla. El filosofo Ernesto Castro dicho que el trap es una síntesis hegeliana de la antítesis dialéctica entre el cani y el hipster que divide a los bandos de la guerra cultural dentro de la izquierda en España. Y estoy completamente de acuerdo: Ahora los hipsters quieren ser canis. O, mejor dicho, neocanis.

Me da la impresión de que mucho hipster burgués treintañero desengañado con el capitalismo que antes amó ama ahora a Yung Beef porque es neocani de verdad de la buena y no de palo. Porque a los trece años ya recogía chatarra junto a su tío en las calles de Granada. Porque ven a Yung Beef una especie de voz de los pobres, de la calle, del lumpen orgulloso de serlo. Y porque el tío tiene estilo, porte, flow, actitud.

Porque en un mundo en el que nos aburrimos tanto el neocani supone una promesa de adrenalina, de fuerza desafiante, de ruido y de furia, de voz llena de rabia, de corazón y alma, de orgullo con razón. De voz antigua y de hoy, moderna y bárbara.

"Coincido con mi hija es que el tema 'Rosalía' es una auténtica tortura. Pero precisamente por eso me gusta. Porque es una especie de declaración de intenciones: yo meto en mi disco lo que me sale de los huevos"

Porque en un mundo que te ofrece ser diferente mediante productos que se fabrican en serie, la autenticidad, la pura calle, destaca. Dejo claro que definir exclusivamente al trap de dicha manera sería una enrome y monstruosa reducción de la realidad social del fenómeno. Pero que esto debe de ser un artículo corto, no una tesis universitaria, y por eso he tomado el todo por la parte, y no al revés.

Quizá a Allegra Yung Beef no le mole tanto porque en su instituto ve cada día a clones de Yung Beef con tanta actitud como él. Pero no me extraña que a la crème de la crème del moderneo patrio le encante. Ah, y el disco. Pues el disco es oscuro, introspectivo, sorprendentemente sentimental y verdaderamente pegadizo. Coincido con mi hija es que el tema Rosalía es una auténtica tortura. Pero precisamente por eso me gusta. Porque es una especie de declaración de intenciones: yo meto en mi disco lo que me sale de los huevos.

Y también coincido con mi hija en que el disco lo tiene todo para arrasar.

(1) Sociología del Moderneo, Editorial Melusina.

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