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Lo que hay que hacer para beber agua en Haití

Casi la mitad de los haitianos carece de una fuente potable a menos de 500 metros de su domicilio. Una inmersión en los problemas y soluciones para un bien básico en el país menos desarrollado de América

Una mujer carga con agua tras comprarla en un kiosko de Jacmel (Haití).
Una mujer carga con agua tras comprarla en un kiosko de Jacmel (Haití).PABLO LINDE
Pablo Linde

Agua gratis para todos es una de las promesas electorales recurrentes en Haití. Un compromiso tan seductor como inviable en un país donde el acceso es escaso y tremendamente caro: a las familias se les va un 14% de sus ingresos en este líquido esencial. Por eso, en las ciudades es frecuente ver tanto tiendas privadas como dispensadores públicos —los llamados kioscos, más asequibles— donde, generalmente las mujeres, dan cuatro y cinco viajes al día cargando 20 litros para proveer a la familia. Tampoco es raro ver mafias saqueando estas mismas instalaciones para lucrarse con un bien básico que en Haití se acerca más a la categoría de lujo.

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En Martissan, un barrio desfavorecido de Puerto Príncipe —valga la redundancia— una manguera amarilla y ancha deja escapar un enorme caño de agua cristalina que se pierde ladera abajo. A pocos metros, un camión cargado de garrafas de plástico hasta arriba se aleja tranquilamente de la escena. Son ladrones de agua que marchan con el botín para venderlo en el mercado negro, ya sea en los propios bidones o envasado en bolsas de plástico. Tienen mucha salida porque casi la mitad de los 11 millones de haitianos carece de una fuente potable a menos de 500 metros, según datos de Naciones Unidas.

Por eso, más de cinco millones de personas beben en manantiales desprotegidos o en fuentes que sufren filtraciones de las letrinas de las casas. Porque otro problema es la falta de saneamiento: menos de un tercio de la población cuenta con un inodoro mejorado. Un chollo para el Vibrio cholerae, el bacilo que causa unas tremendas diarreas agudas que se quedarían en eso con buena asistencia sanitaria, pero que en Haití, el país a la cola del desarrollo en América, el cólera se ha cobrado la vida de más de 10.000 personas (con más de 800.000 afectados) desde 2010.

Con este panorama hídrico, en Jacmel, una ciudad a 90 kilómetros de Puerto Príncipe, un grupo de vecinos ha decidido retener en las oficinas de la agencia municipal de aguas a un funcionario para exigir la presencia del director del organismo. El sistema, que se ha construido con fondos de la Cooperación Española y el Banco Interamericano de Desarrollo (BID) —que hizo posible la logística para este viaje— es modélico en el país. La gran mayoría de sus más de 180.000 habitantes sí cuentan con una fuente potable a menos de 500 metros, que es lo que se define como acceso al agua según los Objetivos de Desarrollo Sostenible de la ONU. Pero este grupo de vecinos quiere más: reclama que llegue directamente a sus hogares.

El cólera se ha cobrado en el país la vida de más de 10.000 personas (con más de 800.000 afectados) desde 2010

“Es el signo de que el sistema funciona muy bien, que el agua es de calidad y asequible, por eso todo el mundo la quiere”, explica Frantz Pierre-Louis, director de la agencia municipal de agua, que se persona para conversar con los vecinos y explicarles que están trabajando para que llegue a los hogares de este barrio a lo largo del año. “Ya hemos comenzado a pagar para garantizarnos el acceso, no tenemos problema en abonar las cuotas”, asegura César Lesly, uno de los vecinos sublevados pacíficamente.

Conseguir esto no ha sido sencillo. Las promesas electorales de agua gratis provocan que muchos ciudadanos consideren que no deben pagar por ella una vez que llega a sus casas. Aunque cuando se empezaron a instalar contadores hubo algunos actos de sabotaje, el trabajo comunitario de la agencia del agua ha conseguido que eso pase a la historia. “El proyecto que ha logrado cambiar el comportamiento del jacmeliano con respecto al agua, saben que no deben malgastarla, que quien lo haga tiene que pagar. El reto ahora es cobrar cada mes para asegurar la sostenibilidad del sistema”, explica Pierre-Louis, que asegura orgulloso que el departamento Sureste, donde se asienta Jacmel es el que tiene una tasa de cólera más baja de todo Haití.

Lo han conseguido gracias a un sistema de depuración sencillo, pero eficaz y barato, que se basa fundamentalmente en procedimientos mecánicos y químicos que reducen al máximo el consumo de energía, uno de los grandes problemas para el suministro en un país donde la electricidad es muy cara, escasa (solo cuenta con ella un tercio de la población) y discontinua. Forestal Yvens, el joven técnico responsable de asegurar la salubridad muestra orgulloso una hoja con los niveles de calidad del agua, que suele estar a la altura de las capitales europeas, alrededor de 0,5 NTU, una unidad que se usa para medir la turbidez del líquido. “Aquí bebo agua directamente del grifo, cuando estaba en Puerto Príncipe tenía que clorarla yo mismo para asegurarme de que no fuera perjudicial”, asegura.

Colin Espelancia, de 29 años, todavía no cuenta con un grifo en casa, así que tiene que ir al kiosco más cercano, que queda a unos 10 minutos. Cada día hace varios viajes para llenar unos 10 bokits, unas garrafas de 20 litros. En su casa es la responsable del suministro, que se usa para el aseo y para cocinar, pero no para beber. “No nos gusta el sabor”, argumenta. Esto hace que sigan comprando para el consumo, lo que le cuesta 20 gurdas por galón (25 céntimos de euro por 3,7 litros), más del doble de lo que paga en el kiosco.

Conseguir agua transparente y segura en los hogares de Haití es todo un logro. Pero no es menos que la empresa que lo gestiona sea sostenible

Conseguir agua transparente y segura en los hogares de Haití es todo un logro. Pero no es menos que la empresa que lo gestiona sea sostenible. Sergio Pérez, especialista del BID, explica que llegar a este punto, incluso estar pensando en la expansión, como el caso de Jacmel, es algo casi único. “Ver cómo funciona aquí nos hace pensar que puede ser un modelo exportable”, asegura. “Toda la infraestructura es una donación, ellos han de cobrar a los clientes y esto no es fácil porque muchas veces no saben ni dónde están. Antes el sistema era a mano y se tardaba una semana en tener listas las facturas. Trabajamos en informatizarlo para que se resolviera en unas horas y pudiera llegar antes a los ciudadanos que, aún así, van a pagar mucho menos que si tuvieran que comprarla a vendedores informales, como sucede en muchas partes del país”. Ahora, en lugar del 14% del ingreso se acercará más al 3%, que es lo que Naciones Unidas considera un gasto razonable.

Todos estos logros no se podrían hacer sin las donaciones extranjeras, que abastecen el 64% de los fondos de la dirección nacional de aguas. El gran donante es la Cooperación Española que, con una inversión de más de 180 millones de dólares pretende llevar este bien esencial a dos millones de personas. Manuel Alba, coordinador técnico de la Aecid en Haití, expresa las mismas preocupaciones que el especialista del BID: “Estamos trabajando en la parte comercial para garantizar que hay medios técnicos y económicos para que puedan mantenerse las infraestructuras, ese es el talón de Aquiles. Porque una vez que la construyes, se puede romper una válvula o una tubería, problemas muy peregrinos que acaban con todo un sistema por falta de recursos para su mantenimiento”

Ambas instituciones, BID y Aecid está trabajando mano a mano para llevar soluciones a Puerto Príncipe, una enorme urbe de más de tres millones de habitantes donde la situación no está tan resuelta como en Jacmel. Como explica Alba, el fondo del agua de la Cooperación Española, una enorme donación del Gobierno a Latinoamérica de casi 800 millones de euros desde 2007, estaba pensado para zonas rurales. “Porque en otros países estos problemas están solucionados en las grandes ciudades. Pero tenemos que ir donde está la gente. Y en la capital de Haití todavía queda mucha sin agua”.

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Sobre la firma

Pablo Linde
Escribe en EL PAÍS desde 2007 y está especializado en temas sanitarios y de salud. Ha cubierto la pandemia del coronavirus, escrito dos libros y ganado algunos premios en su área. Antes se dedicó varios años al periodismo local en Andalucía.

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