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La invasión de las toallitas húmedas en Nueva York

Karsten Moran (The New York Times / Contacto)

Los cocodrilos del alcantarillado de Nueva York se enfrentan a una nueva amenaza: las moles que forman las toallitas húmedas

LA PRIMERA NOTICIA de la presencia de caimanes en las alcantarillas de Manhattan data de 1935, cuando varios trabajadores de la red de saneamiento de Nueva York juraron que dichos saurios eran albinos, que sus ojos eran rojos y que medían casi dos metros. Teddy May —comisionado de alcantarillas de Nueva York entre 1935 y 1965— sembró la red de cebos envenenados y organizó batidas de cazadores armados con rifles de grueso calibre, gracias a las cuales pudo anunciar en 1937 que los Sewer alligator habían sido eliminados. Sin embargo, unos años más tarde Rober Daley le dedicó un capítulo a los caimanes de las alcantarillas en The World Beneath the City (1959) y Thomas Pynchon los incluyó en su primera novela, V. (1963). Así, aunque a nadie le conste su existencia, los caimanes de alcantarilla son tan conocidos que cada 9 de febrero se celebra en Nueva York el Alligators in the Sewers Day, fiesta que sirve para recaudar fondos promantenimiento del nivel ecológico del agua de la Gran Manzana, prístina pureza amenazada en nuestros días por unas mortíferas ballenas blancas que colapsan las redes y destruyen los ecosistemas del inédito Croco­dilus cloacae Novi eboracensis o caimán de alcantarilla de Nueva York de toda la vida.

Para acabar con las ballenas blancas del subsuelo, la ciudad lleva invertidos más de veinte millones de dólares sólo en los últimos cinco años

A diferencia de los urbanos y legendarios reptiles, las ballenas blancas de los desagües sí entran en las redes de saneamiento a través de los desagües, sólo que en forma de pequeñas toallitas jabonosas que los desaprensivos arrojan a los inodoros y que una vez dentro de las alcantarillas se unen hasta formar cetáceos rotundos y sólidos que llegan a medir 80 metros de largo y pesar más de 100 toneladas. Así, para acabar con las ballenas blancas del subsuelo, la ciudad lleva invertidos más de veinte millones de dólares sólo en los últimos cinco años, pero el problema parece no tener solución porque el ser humano propende a la higiene íntima, pero no colabora con la limpieza pública.

Como los zombis, los vampiros posmodernos, los simios aventajados y otras criaturas distópicas, las ballenas blancas se expanden por las alcantarillas de las grandes ciudades del planeta. En Londres fue capturada una ballena de 130 toneladas y tan larga como dos canchas de fútbol. Aquel bloque era tan sólido que tuvo que ser picado a pulso, como en las viejas factorías balleneras. Y el caso es que noticias de avistamientos semejantes nos llegan desde Berlín, París, Roma y otras capitales europeas, porque se sabe que los países de la Unión Europea destinan más de mil millones de euros anuales a reparar, desatascar y sanear las alcantarillas obstruidas por las ballenas de toallitas blancas.

Los hábitos de higiene han cambiado tanto que es posible que no exista parte más limpia y fragante de la anatomía humana que aquella que rebañan las toallitas de marras. Por eso hay que inventar toallitas biodegradables ya, porque de lo contrario no va a quedar ni un caimán en Nueva York.

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