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Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Cataluña, el peligro sigue ahí

El 21-D debe desbancar al secesionismo antieuropeo y antidemocrático

Banderas independentistas, durante un acto de campaña el viernes pasado en Barcelona.
Banderas independentistas, durante un acto de campaña el viernes pasado en Barcelona. Emilio Morenatti (AP)

Aunque las encuestas auguran un grave revés para el separatismo en las elecciones catalanas del próximo jueves día 21, el riesgo es todavía muy elevado.

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El principal es que un sector de la ciudadanía todavía no se ha percatado del enorme riesgo que conllevaría un triunfo del bloque independentista. Lo agravaría todo: fractura social, crisis económica, pérdida del bienestar, deterioro institucional y estigmatización europea.

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Otro peligro importante para la recuperación de la seguridad jurídica y de la estabilidad política es la peculiar concepción de la democracia del (deshilachado) bloque de los secesionistas. Su último truco es de enorme cinismo: inquieren a los demás si respetarán los resultados, incluso les llaman a dimitir si no ganan. Pero ellos no se comprometen a respetarlos si pierden.

El ventajismo es claro: si ganan, dirán que han recibido un cheque en blanco; si pierden insinúan más o menos subrepticiamente que impugnarán el resultado, alegando las peculiares circunstancias de esta convocatoria, solo debidas a que el prófugo Carles Puigdemont incumplió su compromiso de convocarlas y prefirió huir de sí mismo y fingir un ridículo exilio.

La receta para combatir este abuso es triple: denunciar esa maniobra de intoxicación, inquirirles por su respeto a las reglas del juego y llamar a la máxima participación, que también maximizará la legitimidad ya existente.

Conviene subrayar el carácter torticero de esa exigencia de los secesionistas. Ellos no han respetado ninguna ley, ni siquiera el Estatut, que derogaron mediante un golpe parlamentario. Ellos aplastaron los derechos de la oposición (es decir, de más de media Cataluña) en el hemiciclo de la Ciutadella. Ellos falsearon políticamente una elección “plebiscitaria” (que perdieron como tal plebiscito, en votos populares) en un “mandato democrático” para la secesión y el caos.

La deriva populista y radical de los dirigentes nacionalistas otrora moderados les ha colocado —por propia elección y voluntad— al lado de los demás populistas continentales: junto a la Lega italiana de extrema derecha; junto al partido flamenco directamente heredero de las más infaustas dictaduras racistas de los años treinta; junto al xenófobo lepenismo y los demás extremistas antieuropeos.

Con dos llamativas diferencias en su contra: ninguno de los populistas de la Europa comunitaria ha intentado derribar por la brava el marco constitucional en el que viven; ninguno ha cuestionado los resultados de ninguna convocatoria electoral cuando han perdido, ni su limpieza.

Por las proclamas antieuropeas del propio Puigdemont (matizadas, sin credibilidad, por su aparato de propaganda) y por colocarse en el polo más extremo de sus colegas ultras, el liderazgo del secesionismo —otra cosa son sus seguidores todavía de buena fe— ha quedado desprovisto de su antigua herencia europeísta y democrática.

Como su hoja de ruta y sus propuestas ya han fracasado y carecen de cualquiera otra, solo les queda el discurso de la negación del otro, el oportunismo antidemocrático, las invectivas contra todo lo español, la rabia. La completa miseria moral.

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