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Columna
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El arsenal de las falsas noticias

Solo Trump cree en la inocencia de Putin respecto a las interferencias rusas en occidente

Lluís Bassets
El presidente de EE UU, Donald Trump, junto al presidente ruso, Vladímir Putín, durante la cumbre de la APEC en Danang (Vietnam) el pasado 11 de noviembre.
El presidente de EE UU, Donald Trump, junto al presidente ruso, Vladímir Putín, durante la cumbre de la APEC en Danang (Vietnam) el pasado 11 de noviembre. AFP

Solo Trump cree a Putin. La palabra del zar vale más para el presidente de Estados Unidos que los análisis de sus servicios de espionaje. No es el primer presidente fascinado por el inquilino del Kremlin. A Trump le basta su palabra, pero a George W. Bush tenía de sobras con la limpieza de su mirada.

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Después de la palabra de Putin han llegado las frases de Lavrov, el ministro de Exteriores, más concreto en su desmentido: todas las acusaciones sobre interferencias rusas en la vida política de los países occidentales, especialmente en procesos electorales, son fruto de la histeria de sus dirigentes, que proyectan sus dificultades internas sobre el adversario.

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El catálogo de interferencias ya es preocupante. Empieza por el activismo ruso en la elección presidencial de la primera superpotencia, donde un fiscal especial, Robert Mueller, investiga las relaciones entre el equipo de Trump y el Kremlin con el objetivo de cerrar el paso a Hillary Clinton en la presidencia.

El papel de Rusia en aquella elección es el episodio mayor de un culebrón con capítulos dedicados, al menos, a la crisis bélica en Ucrania, el Brexit, las elecciones presidenciales francesas, las alemanas y holandesas, y ahora al conflicto político más relevante del momento, como es la intentona secesionista catalana.

Con Trump encajan todas las piezas: sus negocios en Rusia, el papel de Twitter en la construcción de su personalidad y la idea misma de las fake news (las falsas noticias), configuran una presidencia fácilmente manipulable desde Moscú. Solo faltaba Julian Assange con su Wikileaks, de simpatías certeras en cuanto al interés moscovita y siempre dispuesto a echar una mano a quien más desestabilidad ofrezca, desde Trump hasta el procés.

El rey de las fake news que es Donald Trump utiliza el concepto para atacar a sus adversarios, a los que acusa de las falsedades de las que él mismo se ha convertido en el mayor artista. Los portavoces del Kremlin utilizan idéntico argumento, que redunda en la construcción de versiones duplicadas de una realidad inasible para el ciudadano normal.

Bajo apariencia de una controversia sobre las relaciones entre medios y gobiernos, se esconde un arma de desestabilización en las nuevas guerras, que obtiene sin un solo disparo el resultado que antaño tenían los fusiles a la hora de derribar gobiernos o favorecer secesiones. La base son las falsas noticias fabricadas por medios de comunicación controlados desde el Kremlin, que se duplican luego a través de perfiles falsos y automatizados de las redes sociales, y se multiplican viralmente hasta ocupar y organizar los debates públicos.

Europa, una vez más, se encuentra en posición de inferioridad ante este nuevo tipo de guerra. En los mismos días en que se denuncian estas actividades en Reino Unido y España, los ministros de Defensa y de Exteriores de 23 países europeos han decidido crear una estructura permanente de Defensa e incrementar sus presupuestos, para contrarrestar el peligro que nuevamente viene del Este, como en los tiempos de la guerra fría.

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Sobre la firma

Lluís Bassets
Escribe en EL PAÍS columnas y análisis sobre política, especialmente internacional. Ha escrito, entre otros, ‘El año de la Revolución' (Taurus), sobre las revueltas árabes, ‘La gran vergüenza. Ascenso y caída del mito de Jordi Pujol’ (Península) y un dietario pandémico y confinado con el título de ‘Les ciutats interiors’ (Galaxia Gutemberg).

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