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Los fósiles de Madrid y Barcelona

A veces no hay que viajar a tierras remotas para descubrir los restos más valiosos del pasado; los últimos hallazgos paleontológicos están a tiro de piedra de las dos grandes ciudades españolas

Javier Sampedro
Fósiles del 'Decennatherium rex', en Madrid.
Fósiles del 'Decennatherium rex', en Madrid.MNCN

No, el titular no es un chiste político, sino la más simple y pura de las descripciones. Los fósiles son una ventana prodigiosa al pasado del planeta y ocultan claves esenciales sobre la evolución biológica, pero uno se imagina viajando miles de kilómetros y pasando las de Caín para encontrar uno. Darwin tuvo que someterse a una travesía de cinco años en el célebre H. M. S. Beagle para descubrir, en las costas argentinas de Bahía Blanca, los restos fosilizados de enormes mamíferos extintos, un diente de megaterio, conchas de moluscos y otras maravillas del pasado que empezaron a abrir la luz en su mente. Es cierto que los seres vivísimos de las Galápagos acabaron resultando más determinantes, pero el caso es que Darwin no hubiera encontrado ni lo uno ni lo otro de haberse quedado dando clases en Cambridge. Los hallazgos de Lucy la australopiteca y del hobbit u hombre de Flores se asocian en nuestra mente a lugares remotos de África o a islas olvidadas de Indonesia, y esto es parte del encanto romántico de la paleontología. Y, sin embargo, dos artículos de Materia (1 y 2) nos recuerdan esta semana que los fósiles más interesantes pueden estar en Madrid o Barcelona, y a veces literalmente delante de nuestras narices.

Este es el caso de los agujeros (madrigueras) que una especie de gusano poliqueto horadó en los sedimentos húmedos del Delta de Montjuïc hace 12 millones de años. Sí, en la época Montjuïc era un delta fluvial, y han sido los procesos geológicos los que lo han convertido en la famosa montaña de Barcelona que es en la actualidad. Y de esa montaña solía hacerse traer las piedras el arquitecto Enric Sagnier, entre otros, para levantar en Barcelona sus monumentales proyectos, como el Palau de Justicia, el edificio de Aduanas, los soportales de la Ciutadella y la casa Pascual i Pons. El resultado es que esos valiosos fósiles han estado más de un siglo delante de los ojos de residentes y turistas, sin que nadie se percatara de lo que eran. En este caso los paleontólogos solo han tenido que viajar en el metro. Más bien ha sido la montaña la que ha venido hasta ellos.

A los fósiles de Madrid no se puede llegar en metro, pero sí en media hora de casi cualquier cosa con ruedas (una hora si hay atasco de salida). El yacimiento del Cerro de los Batallones, en Torrejón de Velasco, al sur de la provincia de Madrid, fue descubierto de chiripa con las obras del AVE a Sevilla. Desde 1991 han aparecido allí toda clase de mamíferos carnívoros de la noche de los tiempos, porque hace nueve millones de años aquello más que un cerro debía ser una trampa natural, en la que entraban persiguiendo a alguna presa, o atraídos por la carroña, y de la que luego no podían salir, aumentando así la carroña que habría de atraer a los siguientes incautos. Una tragedia miocénica que se ha convertida en la gloria de los paleontólogos del antropoceno. Su último descubrimiento es un herbívoro, sin embargo: una jirafa de una tonelada y media y cuatro cuernos, de especial antigüedad en ese género.

Viajar a la jungla sigue siendo más romántico, pero a veces se viaja más lejos con la mirada adecuada, ¿no es cierto?

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