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Enrique de Inglaterra, de niño díscolo a príncipe sereno

Una vez superada su época rebelde, la casa real británica rentabiliza la imagen de su miembro más amable, dedicado a seguir la labor humanitaria de su madre

El príncipe Enrique durante una visita a un centro para heridos de guerra en Inglaterra, en enero de 2106.
El príncipe Enrique durante una visita a un centro para heridos de guerra en Inglaterra, en enero de 2106. Chris Jackson (Getty Images)
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Identificado durante años como un príncipe díscolo y un tanto desorientado, Enrique de Inglaterra parece haber encontrado finalmente acomodo entre los corsés de palacio. Los actos oficiales que hoy trufan la apretada agenda del nieto de la reina Isabel confirman su resolución de consagrarse a causas caritativas en la estela de lady Di, esa madre cuya pérdida traumatizó su infancia, como él ha confesado. A sus 33 años, el “nuevo Enrique” (como le llaman ahora) encara un papel más activo en su condición de quinto en la línea sucesoria al trono, mientras los británicos se preguntan si sus planes incluyen las rumoreadas campanas de boda con su novia, la actriz Meghan Markle.

El príncipe que días atrás predicaba en un discurso la necesidad de los valores del “trabajo en equipo, el respeto, la disciplina y el liderazgo” en el mundo moderno hace tiempo que ya no es el mismo personaje retratado de juerga en juerga y que irritaba a muchos al lucir un uniforme nazi como disfraz. Ni el que más tarde fue cazado con la cámara de un móvil desnudo y rodeado de chicas en una alocada noche en Las Vegas, o solo hace dos años abrazado a un playboy y presunto narco libanés en unas vacaciones en su yate, entre otras muchas perlas de su currículo de juventud.

A pesar de tantas situaciones comprometidas del pasado, siempre ha sido muy popular entre los británicos, que lo perciben más cercano que a su hermano mayor (el amable, pero distante, Guillermo). Apuesto desde sus 1,86 metros de altura, es simpático en las distancias cortas y a menudo dispuesto a romper el protocolo para hacerse un selfie. Y la casa real, muy curtida tras los escándalos del Dianagate, está más que dispuesta a rentabilizar ese despliegue de encanto y de relaciones públicas —tan parecido al de su madre— para apuntalar su papel.

Los principales réditos de esa estrategia han venido de la mano de los Juegos Invictus para soldados heridos en combate, una iniciativa que Enrique auspició en 2014, y que le ha reportado una imagen de seriedad y de sensibilidad respecto a cuestiones humanitarias entre la prensa británica . Lleva años implicado en causas caritativas, como su ONG Sentebale dedicada a los huérfanos de Lesotho u organizaciones por la conservación de espacios naturales en África. Pero la liza deportiva de los Invictus es su criatura y la que reivindica su madurez después de una década de carrera militar que abandonó, muy a su pesar y a demanda de Isabel II.

El príncipe Enrique y la actriz Meghan Markle, exhibieron su complicidad el 25 de septiembre durante un partido de tenis en los Juegos Invictus celebrados en Toronto.
El príncipe Enrique y la actriz Meghan Markle, exhibieron su complicidad el 25 de septiembre durante un partido de tenis en los Juegos Invictus celebrados en Toronto.Chris Jackson (Getty)

Siempre ha idealizado aquellos años en las filas del Ejército británico, que supusieron su despliegue en Afganistán como copiloto de los helicópteros Apache y en los que asegura que fue tratado “como uno más”. También le ayudaron, ha contado, a superar “una etapa de caos completo” que sufrió siendo veinteañero. En verano, con ocasión del 20º aniversario de la muerte Diana de Gales cuando él solo tenía 12 años, accedió a abrirse en canal ante las cámaras y a reconocer que precisó de terapia para superar ese trauma. La vida militar fue uno de sus salvavidas y, en honor de sus antiguos colegas heridos en combate, concibió la organización de unos juegos que movilizan a más de 500 soldados de 16 países.

Por eso no le sentó nada bien que el foco mediático en la tercera edición de los Invictus, celebrada a finales de septiembre en Toronto (Canadá), estuviera permanentemente en la presencia de la actriz con la que lleva un año de relación. Lo que interesaba a los medios por encima de todo era confirmar hasta qué punto Enrique está dispuesto a llevar hasta el final la relación, hipótesis que finalmente avaló resignado al subir a la tribuna de invitados para plantar el primer beso público a Markle. Sea como sea, los observadores tienen claro que ha accedido, a su manera, a adaptarse a las formas del redil real.

Una revolución por delante

Guillermo de Inglaterra presentó a su novia Kate Middleton en su graduación militar y apenas se les vio juntos. Su hermano confirmó su relación con Meghan Markle con un comunicado, y en la escena de su primer beso público también estaba la madre de la estrella de Suits, una afroamericana divorciada a quien el príncipe saludó con cariño y complicidad. De confirmarse el tan especulado anuncio de compromiso real, Enrique propiciará en el seno de la casa de los Windsor una pequeña revolución: convertiría en su esposa a una americana, actriz, mestiza, dos años mayor y divorciada.

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