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El acento
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Conducir no dará más libertad a las saudíes

Lo que el rey Salman ha hecho es organizar un comité de nada menos que cuatro ministerios que estudiará cómo permitir a las mujeres ponerse al volante

Jorge Marirrodriga
Una mujer se sienta al volante de un vehículo en Riyadh (Arabia Saudí).
Una mujer se sienta al volante de un vehículo en Riyadh (Arabia Saudí).STR (EFE)

A las buenas noticias les pasa como a la risa: siempre son bien recibidas pero si uno se detiene a pensar en por qué se ríe, a menudo descubre que la cosa, en realidad, no tiene tanta gracia. La noticia de que las mujeres podrán conducir en Arabia Saudí ha sido recibida positivamente en casi todo el mundo —los sospechosos habituales, ISIS, Boko Haram, talibanes y similares nunca podrán estar contentos— e incluso ha habido algunos destacados casos de especial alborozo que lo presentan como otra prueba irrefutable de la imparable cabalgada hacia la libertad de las mujeres en el mundo islámico.

En primer lugar, conviene destacar que hoy, mientras el lector avanza por estas líneas, las mujeres siguen teniendo prohibido conducir en Arabia Saudí. Si una de ellas es sorprendida haciéndolo, corre el riesgo de ser condenada a recibir 10 azotes —y no precisamente en plan Cincuenta sombras de Grey o las figuradas de Pablo Iglesias a alguna periodista—, aunque también puede apelar a la generosidad del rey Salman para que perdone la ofensa. Son ventajas del curioso sistema judicial saudí. En realidad, lo que Salman ha hecho es organizar un comité de nada menos que cuatro ministerios que estudiará cómo poner en marcha la ocurrencia real. Ya se sabe que cuando uno quiere aparcar un tema —perdón por el símil automovilístico— lo primero que hace es poner en marcha una comisión.

Según el gobernante saudí, la situación de 1,5 millones de mujeres que necesitan transporte en automóvil le ha hecho cambiar la opinión. Tal vez sea generosidad o quizá también haya influido la proliferación en Internet de mujeres saudíes conduciendo a las que solo les falta hacer la peineta a su majestad. Y es que hasta hoy solo pueden subir a las cuatro ruedas acompañadas de un familiar y, dependiendo del grado, ni siquiera pueden sentarse en el asiento del copiloto. Resultará interesante ver las piruetas dialécticas de la comisión pluriministerial para justificar lo que todavía ahora mismo resulta injustificable.

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Pero no permitamos que el volante nos impida ver la autopista. Aunque tal vez las saudíes consigan conducir sin ser detenidas, acusadas y procesadas —y también sus maridos por permitir semejante comportamiento, aunque el testimonio de ellos vale ante un tribunal el doble que el de ellas—, seguirán siendo ciudadanas completamente tuteladas con solo algunos derechos más que los menores de edad. La lista de restricciones y prohibiciones para una mujer adulta en Arabia Saudí es más larga que el texto de este artículo. Medidas como la anunciada no constituyen un paso hacia la igualdad. No son nada más que aflojar un poco la correa que también ciñe —con variantes— a los trabajadores extranjeros. En ningún país del mundo —del civilizado, expresión políticamente incorrecta pero real— es necesario que una ley explicite que las mujeres pueden conducir. No es necesario.

Al final, todo es maquillaje. El mismo que las saudíes tienen prohibido mostrar completamente en público.

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Sobre la firma

Jorge Marirrodriga
Doctor en Comunicación por la Universidad San Pablo CEU y licenciado en Periodismo por la Universidad de Navarra. Tras ejercer en Italia y Bélgica en 1996 se incorporó a EL PAÍS. Ha sido enviado especial a Kosovo, Gaza, Irak y Afganistán. Entre 2004 y 2008 fue corresponsal en Buenos Aires. Desde 2014 es editorialista especializado internacional.

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