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Crimen en la Guardia Urbana. Los ‘mossos’ también llaman dos veces

Rosa Peral
Rosa Peral abandona su domicilio tras la reconstrucción del crimen de su compañero, el también agente de la Guardia Urbana Pedro Rodríguez.Llibert Teixidó
Rebeca Carranco

ALBERT SALTÓ del coche patrulla y lanzó la caja encima de la mesa. “Por si te lo piensas”, le dijo a Rosa, que estaba sentada en una terraza del centro de Barcelona tomando algo con unas amigas. La mujer abrió la cajita granate y extrajo una sortija de oro blanco con un diamante solitario, engarzado, que encajó en su dedo anular. Al poco, regresó el coche patrulla. Albert necesitaba una respuesta rápida: “Es para ir a la joyería a grabarlo”.

La inusual propuesta de matrimonio sorprendió a sus amigas. “En aquella época salía con Pedro”. Convivían, planeaban tener hijos y casarse, declararía una de las testigos. Un mes después de la romántica petición, el cadáver de Pedro Rodríguez, de 38 años, fue hallado calcinado en el maletero de su Golf en una pista forestal muy cerca del pantano de Foix, a unos 60 kilómetros de la capital catalana. Rosa Peral, de 33 años, y Albert López, de 37, están en prisión, acusados de matarlo. El trío pertenecía a la Guardia Urbana de Barcelona.

Las explicaciones de Rosa

La medianoche del jueves 4 de mayo, dos agentes rompieron el silencio de la calle de Llorers, en una tranquila urbanización de Vilanova i la Geltrú (Barcelona), cuando tocaron el timbre del chalet de Rosa. Traían malas noticias: a las seis de la tarde, en el conocido como Camino de la Casa Alta, un hombre había descubierto entre los matorrales un coche quemado que todavía humeaba. En el maletero se intuían los restos carbonizados de un cadáver. El número de bastidor y una matrícula casi ilegible les habían permitido averiguar que el propietario era Pedro Rodríguez, que constaba empadronado en esa dirección. Querían saber si estaba en casa. “Hace dos días que no sé nada de él”, les contestó, sin dejarles cruzar el umbral de la puerta. Pidió a los agentes hablarlo al día siguiente con calma. Era tarde, estaba cansada y tenía a sus dos hijas pequeñas durmiendo en el piso de arriba.

Al día siguiente les contó que hacía ocho meses que salía con Pedro, al que definió como un “hombre muy impulsivo”, de “reacciones radicales”, “muy celoso”, que pasaba de “estados de euforia y de alegría a otros de enfado y de tristeza”. Ambos aguantaban mucha presión, estaban separados con hijos, y él tenía procesos judiciales abiertos y problemas laborales. Por eso, a veces se peleaban.

La última discusión había tenido lugar el martes por asuntos relacionados con sus respectivos hijos y sus parejas, y Pedro ya no volvió. Sus últimos mensajes de whatsapp eran de esa noche, a las 21.51: “No te enfades, sabes que no te quiero contar para no implicarte en mis cosas. Sabes que cuando me enfado no digo lo que pienso. (…). Amor, apago que no quiero que me esté vibrando el móvil”.

No tenía ni idea de dónde había podido estar, ni le constaba que estuviese metido en problemas. Pedro solo tenía mala relación con su exmarido, un mosso d’esquadra con el que ella había empezado a salir muy joven, con 17 años. Tuvieron dos niñas, se casaron, pero en la pasada Navidad, cuando oficializó lo suyo con Pedro, pidió el divorcio. La relación entre los dos hombres era “muy mala”, confesó a la policía catalana, y tenían denuncias cruzadas. En una ocasión, Pedro “había amenazado con matar” a su ex partiéndole la cabeza con un bate de béisbol.

El triángulo amoroso

Los Mossos citaron a declarar al exmarido de Rosa, que le quitó hierro: su trato no era tan malo. Ni siquiera su matrimonio se había roto por él, en realidad fueron las “diversas infidelidades” de Rosa las que destruyeron la relación. De hecho, era sabido por todos los compañeros que desde hacía tres años ella mantenía una relación sentimental con su binomio en la Unidad de Soporte Diurno de la Guardia Urbana: Albert López, al que después dejó por Pedro. También apuntó que creía que al final Rosa había mantenido una “relación paralela” a tres bandas: él, Pedro y Albert.

El tercero en liza, Albert, al que Rosa ni siquiera había mencionado ante los Mossos, también fue citado a declarar. Tenía con Pedro muchas cosas en común: los dos eran corpulentos, culturistas y superaban los 90 kilos. En los últimos tiempos, ambos llevaban barba y compartían la afición por las motos. Incluso tenían el mismo modelo de BMW. También los dos habían protagonizado algunos incidentes en su trabajo.

Albert definió su relación con Rosa como una amistad con “relaciones sexuales esporádicas” que se terminó cuando ella empezó a salir con Pedro, al que conocía solo de verlo en la sede de la Guardia Urbana. Sí destacó que Pedro era una “persona muy celosa” y por eso Rosa y él habían tenido que dejar de saludarse cuando se cruzaban en la base. Habían recuperado el contacto hacía tres semanas, les comentó a los agentes, sin mencionar el episodio del anillo. Ella le había confesado que estaba preocupada por los celos de Pedro. “Le borraba los teléfonos de hombres, incluso de alguna mujer”. También relató alguna discusión fuerte en la que él “la tiró al suelo y la cogió por el cuello, delante de su hija”. Cuando Rosa le llamó para contarle la pelea con Pedro, corrió en su ayuda y se quedó con ella a dormir.

“Han tenido que ser dos”

Dos días después del hallazgo del cadáver todavía olía a quemado en el camino junto al pantano de Foix. La exesposa de Pedro, una mossa d’esquadra con la que tenía un hijo, y su hermano fueron hasta allí para ver con sus ojos el lugar donde calcinaron el cuerpo y dejar unas flores. Más tarde, varios amigos improvisarían una especie de altar con fotos del policía. Todavía no tenían la confirmación oficial de que era él, pero entre los restos carbonizados había dos prótesis como las que Pedro llevaba en la espalda tras una operación. La autopsia no aclararía cómo murió. Según el forense, podrían haberlo estrangulado porque tenía dos vértebras rotas, pero el cuerpo estaba tan quemado que no se podía asegurar a ciencia cierta.

Retratos de los acusados.

Luego visitaron a Rosa, que vivía muy cerca. La exesposa de Pedro nunca había cruzado palabra antes con ella, convencida de que era la responsable de que Pedro la abandonara. Le había costado pasar página. Pero ahora, explicó a los Mossos, se sentía identificada. En la cadena de mensajes que intercambiaron, Rosa decía también verse “reflejada” en la ex de Pedro. Le explicaba que se sentía inútil: “Intento buscar culpables y no encuentro nada”; lanzaba teorías: “Yo creo que no ha sido un solo tío, han tenido que ser dos como mínimo porque para poder con Pedro…”; y amenazaba: “Solo pienso en adelantarme a los Mossos y pegarle dos tiros al hijo de puta que haya hecho esto”. La ex de Pedro entregó los mensajes a la policía.

La detención

En el sumario se recogen también otras declaraciones: “Dios, si hay algo en lo que pueda ayudar, llámame, sea la hora que sea”, le escribió a Rosa, un día después de la aparición del cadáver, un compañero de la Guardia Urbana. Al instante tenía respuesta: “Gracias, niño. Llevo una racha… que no sé cómo me voy a levantar”. A los dos días le invitó a cenar en su casa (“así no estoy sola dándole vueltas a la cabeza”). En las sucesivas conversaciones que mantuvieron, Rosa le fue desvelando sus dudas, y él la convenció de que volviese a hablar con los Mossos para, esta vez sí, “soltarlo todo”.

Las señales de los móviles ubican a Rosa, Albert y Pedro en el chalet de Vilanova i la Geltrú la madrugada del asesinato.

Y así, a las 13.30 del sábado 13 de mayo, 12 días después de la desaparición de Pedro, empezó su declaración.

“Que en los últimos días y después de darle vueltas tengo sospechas de que Albert puede ser el presunto autor de los hechos”, les dijo. Su exnovio, al que había dejado por Pedro, estaba obsesionado con ella. El lunes se había presentado de madrugada en su casa, muy insistente, pero había logrado que se marchara. Al día siguiente, volvió. Y al otro estuvieron juntos en una comida de trabajo. La medianoche del jueves, cuando los Mossos le dieron la terrible noticia, le pareció ver su coche en la parte de atrás de su casa.

Albert, añadió, nunca aceptó que lo hubiese dejado y les enseñó unos correos electrónicos de enero. “No lo he matado porque creo que no lo vales después de esto”, le escribió, en un mensaje plagado de insultos después de ver la moto de Pedro aparcada en la puerta de su domicilio. “Me dais asco y gracias por joderme la vida”. Tras unos meses sin saber de él, en abril volvió a la carga a través de Facebook: “¡Desbloquéame, anda! Si es por que no vea tu foto, con que me borres de tu agenda no la veré, no seas mala, anda. Tontalbote, que sabes que soy un trozo de pan que no te buscaré más problemas. Confía, anda, un poco en mí, que nunca te engañé”.

Al acabar su declaración, Rosa fue detenida acusada de homicidio por las “incongruencias” en su relato. Dos horas antes, los Mossos habían detenido a Albert por el mismo motivo.

Las mentiras

Las señales de los teléfonos móviles ubican a Rosa, Albert y Pedro en el chalet de Vilanova en la noche del lunes al martes. Cuando, sospechan, Pedro fue asesinado. Según la policía, todos los mensajes posteriores de Pedro fueron enviados en realidad por la propia Rosa, suplantándole. A los agentes no les pasó por alto que la mujer no había llamado a nadie ni había intentado localizar a Pedro después de que se presentasen en su casa para decirle que habían encontrado su coche calcinado con un cadáver dentro.

Pero a los Mossos les desorientaba que el padre de Rosa había asegurado que el martes, a la hora de comer, había visto a Pedro. Después de la detención de su hija, el hombre no aguantó la tensión y rompió a llorar ante dos policías: “Quiero deciros toda la verdad”. No había visto a Pedro el martes, y además esa noche se había quedado al cuidado de sus nietas, algo que hasta el momento había negado.

Los Mossos creen que Rosa y Albert quemaron el automóvil la noche del martes al miércoles. Antes, condujeron hasta la casa del exmarido de ella, en La Bisbal del Penedès (Tarragona), con el teléfono de Pedro, para incriminarle cuando rastreasen la ubicación del aparato.

Imagen de la vivienda en la localidad de Vilanova i la Geltrú, donde vivían la acusada y víctima.

La confesión

Tercera declaración, nuevo cambio de versión. El 16 de mayo, cuando pasó a disposición judicial, medio mes después de la muerte de Pedro, Rosa le dijo a la juez que a ella sí le iba a contar “toda la verdad”. Si no lo había hecho antes era porque estaba aterrorizada por lo que Albert pudiese hacerle a ella y a sus hijas.

Con el pelo negro recogido en una coleta, las piernas muy juntas y las manos en las pantorrillas, contó casi a media voz que, la madrugada del martes 2 de mayo, Albert la llamó insistentemente para hablar con ella. Acababa de regresar de un fin de semana en una residencia de las afueras con Pedro y su familia y se encontraban en el garaje cuando vio a Albert saltando la valla con una mochila y un palo al hombro. Amenazándola con el arma reglamentaria, le ordenó que le diese el móvil y que se fuese al piso de arriba con sus hijas. Rosa obedeció, sin tiempo de avisar a su compañero.

Durante horas oyó una sucesión de golpes, hasta que Albert salió al jardín delantero y gritó su nombre. “Tenía manchas de sangre por toda la cara y un hacha de color amarillo, también manchada”. Le ordenó que bajase y le ayudase a limpiar la sangre del garaje, donde estaba aparcado el coche de Pedro. Si se negaba, mataría a las niñas. Lo ayudó, pero no tuvo valor de mirar dentro del vehículo. La noche siguiente, del martes al miércoles, tras ir a casa de su ex con los móviles para incriminarlo, lo quemaron. Cuando el jueves dos mossos fueron a comunicarle que habían encontrado el coche, Albert estaba en su domicilio, observándola, por eso no se atrevió a decir más.

Rosa aseguró que Albert llegó a su casa y mató a Pedro. Y negó que aquella noche hubiese discutido con su pareja, aunque una de sus hijas contó a su padre que había visto a Pedro pegar a su madre y tirarla al suelo. Las cosas entre ellos iban muy bien, repitió Rosa a la juez, pero una amiga entregó una conversación que había mantenido con ella un mes antes que indicaba lo contrario: “Con ese chico, fatal. Antes estaba muy contenta porque me daba todo lo que quería (…), pero ahora todos los días son peleas. Está celoso de mis hijas. Se enfada por cualquier cosa (…). Echo de menos a Albert”.

Los tres protagonistas habían participado en oscuras operaciones policiales. En una de ellas, murió una persona.

Parco en palabras, Albert contó lo mismo que Rosa, pero al revés. “Me llamó ella el lunes muy nerviosa, que a Pedro se le había ido un poco la mano”. La acompañó un rato en su chalet de Vilanova, pensando que él dormía, y regresó al día siguiente, a la hora de comer, para preparar una barbacoa. Mientras él cortaba leña, ella cambió de opinión y le cocinó pollo con patatas. Luego lo llevó hasta el garaje, donde vio el coche con un reguero de sangre que surcaba del guardabarros y con el cadáver en el maletero. “Me dio mucho asco, no fui capaz de mirar”, le dijo a la juez. “Casi vomito el pollo con patatas”, añadió. Por toda explicación, ella le dijo que Pedro la había vuelto a coger del cuello, y que había decidido que no volvería a pasar. Al “verla tan mal”, Albert le ofreció su ayuda para quemar el coche: “Sé que hice mal”.

El secreto de la montaña de Montjuïc

La montaña de Montjuïc se encuentra a las afueras de Barcelona. Tiene jardines, un castillo y un hotel de cinco estrellas. El mediodía del 9 de agosto de 2014 un hombre murió al caer por un terraplén cuando huía de Rosa y Albert, en los días en que formaban pareja policial y sentimental, en una actuación contra la venta ambulante.

Rosa sacó a relucir el episodio ante la juez: “A mí me hizo desconfiar de él… Un hombre me vino con una navaja y me dio en la pierna y Albert salió corriendo detrás. Luego, cuando yo llegué donde estaban, el hombre estaba muerto. Pregunté qué había pasado y me dijo que lo había matado, que no quería que nadie me tocara ni que se acercaran a mí”. Albert lo negó todo. Oficialmente, el hombre, un supuesto ladrón, saltó de espaldas por voluntad propia por un terraplén de más de 20 metros. El caso se archivó.

Rosa incriminó también a Albert en una tercera muerte. “Tiempo atrás me explicó que hace años cogió a un vagabundo, lo metió dentro de una fábrica y lo quemó junto con los perros porque le ladraban cuando pasaba. Y me dijo que salió en las noticias y todo, como riéndose del hecho, como si fuese normal”. “No, no tengo la costumbre”, zanjó Albert, cuando su abogado le preguntó si había matado a un vagabundo.

Viejos conocidos de la prensa

Rosa y Albert están en prisión desde el 16 de mayo. En la reconstrucción del crimen, días después de su declaración ante la juez, ella acudió vestida con sobriedad, en blanco y negro, con la melena negra perfecta y la manicura hecha. No dudó en mirar desafiante a las cámaras. Albert se cubrió la cabeza con una gorra. Los Mossos siguen investigando qué pasó la noche del 1 al 2 de mayo en el chalet de Vilanova.

Cuando esta truculenta historia, reconstruida ahora con el sumario de la causa, saltó a los medios, sus tres protagonistas eran ya viejos conocidos. En 2008, Rosa había denunciado en La Vanguardia una pornovenganza a manos de un examante, un subinspector de la Guardia Urbana que, según ella, había distribuido una foto suya haciéndole una felación. Ese juicio, que debería haberse celebrado el pasado 28 de abril, llevó a Albert a acercarse de nuevo a Rosa, para darle apoyo. La vista se suspendió hasta el 11 de mayo, pero el asesinato de Pedro provocó su aplazamiento hasta octubre. Albert había sido condenado años antes por golpear a un vendedor ambulante que se había quejado de él varias veces.

En el momento de su muerte, Pedro, por su parte, llevaba un año suspendido de empleo y sueldo por golpear a un motociclista de 18 años que se había saltado un control. Las imágenes, grabadas por las cámaras de seguridad de una perrera municipal, jamás salieron a la luz.

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Sobre la firma

Rebeca Carranco
Reportera especializada en temas de seguridad y sucesos. Ha trabajado en las redacciones de Madrid, Málaga y Girona, y actualmente desempeña su trabajo en Barcelona. Como colaboradora, ha contado con secciones en la SER, TV3 y en Catalunya Ràdio. Ha sido premiada por la Asociación de Dones Periodistes por su tratamiento de la violencia machista.

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