Carta de una investigadora
Me siento ignorada, enfadada y desprotegida pero, sobre todo, decepcionada. Me doy cuenta de que vivo en un país que no solo no me facilita el acceso a la investigación, sino que además me pone palos en las ruedas. Y no digo esto por rencor hacia un Gobierno en concreto, ni hacia una ideología política específica, sino por la cultura pasiva que parece reinar en la Administración pública de este país. Por todos es sabido que las ayudas a la investigación son escasas, difíciles de conseguir y precarias. El salario, mísero, cuando se supone que estamos formando futuros líderes investigadores y que a la vez contribuyen al conocimiento global. Parece un chiste (o una broma de mal gusto) que solamente los más preparados, con mejor expediente y dentro de un grupo de investigación puntero puedan acceder a tales ayudas, si es que merecen recibir este nombre. Y por si fuera poco, el ministerio responsable de hacernos llegar estas ayudas nos deja olvidados. Es esperpéntico tener esperando a 43 personas durante más de cinco meses (de momento) a recibir las ayudas que les han sido otorgadas, sin una explicación razonable, sin una solución, o al menos una disculpa.— Clara Pons Durán. Cerdanyola del Vallès (Barcelona).