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Tirar la basura en Taiwán es una experiencia singular

Camiones con música y representaciones artísticas: así ha logrado la isla del Pacífico convertirse en líder mundial del reciclaje

El crecimiento económico que ha vivido Taiwán desde hace cuatro décadas le ha valido el sobrenombre de tigre asiático; el país dejó atrás una economía de subsistencia basada en la agricultura, y en la actualidad, solo el 5% de la población activa se dedica a cultivar sus tierras. El camino hacia el desarrollo industrial se inició en los años 60, después de que las fábricas comenzasen a exportar diferentes productos (también electrónicos) por todo el mundo. Sin embargo, este esplendor económico no conseguía camuflar otra realidad menos agradable: la basura se empezaba a acumular en las calles sin control y los residuos tóxicos que provenían de las industrias ennegrecían cada vez más el país.  Para atajar esta situación, el Gobierno puso en marcha una solución rápida mas no demasiado efectiva: las plantas incineradoras fueron las encargadas de eliminar estos desperdicios, pero la quema emitió una gran cantidad de gases tóxicos a la atmósfera.

Con todo, de aquel desastre ecológico, surgieron propuestas tan interesantes como Homemakers United Foundation, una asociación preocupada por el medioambiente puesta en marcha unas amas de casa de Taipéi. En 1987 y cansadas de que el Gobierno no actuase ante la situación desesperada que vivía el país, contactaron con la Agencia de Protección del Medioambiente de Taiwan (EPA) para pedirle que aprobase un sistema de reciclaje. Los comienzos no fueron sencillos: la organización tuvo que enfrentarse con el machismo de las instituciones, pero su perseverancia logró demostrarles que era posible reciclar el 40% de los residuos municipales y que otro 35% se podría emplear como fertilizantes, recuerda la ONG China Dialogue. Casi una década más tarde, en 1996, la EPA dio un paso importante: obligó a los negocios a pagar una tasa de reciclaje por sus productos; un dinero que después se invertiría en un programa de reciclaje, y con el que además se crearon compañías que usaban materiales usados como el plástico, el papel, los metales y algunos productos textiles para darles una segunda vida.

Pronto estas medidas dieron los resultados esperados: en 2012, los 23 millones y medio de ciudadanos taiwaneses lograron una tasa de reciclaje de 54% (en Taipéi era de 67%); un dato que resulta aún más admirable si se compara con el 5% que se había obtenido 14 años antes. Uno de los principales aciertos de la EPA ha sido imponer unas tasas sobre la basura general que vierte cada ciudadano. De esta forma, no solo se conciencia acerca de la necesidad de reciclar, sino que además se anima a que las personas generen los mínimos desechos posibles, porque estos después acabarán incinerados en los vertederos. Las bolsas de plástico azules destinadas a este tipo de sobras se pagan con un recargo que va desde los 2 céntimos hasta poco más de 1 euro, dependiendo de su tamaño. 

Los comienzos no fueron sencillos: una organización de amas de casa de Taipéi tuvo que enfrentarse con el machismo de las instituciones, pero su perseverancia logró demostrarles que era posible reciclar el 40% de los residuos municipales y que otro 35% se podría emplear como fertilizantes

El resto de la basura debe separarse de manera meticulosa: la comida cruda en una bolsa y la cocinada en otra. El motivo es que la primera se usará para elaborar fertilizantes y la segunda hará de alimento de los cerdos y otros animales de granja. Los plásticos y el papel también se clasifican. Nadie se libra: en algunas áreas hay cámaras que vigilan que todos los vecinos reciclen correctamente. Y si no lo hacen, se enfrentan a sanciones de 200 euros. “Para hacer que la ley se cumpla, tienes que conseguir que esta sea efectiva para la gente. Necesitas incentivos y también castigos”, comentó Wu Sheng-chung, director general del departamento de tratamiento de desechos de la EPA al periódico The Wall Street Journal. 

Gracias a esta propuesta, la cantidad de basura que cada persona genera al día se ha desplomado desde poco más de 1 kilo hasta unos 400 gramos en solo seis años. Por si fuera poco, en Taiwán sacar la basura se ha convertido en una actividad casi festiva: los camiones amarillos recorren las calles varias veces a la semana con música de Beethoven, y el grupo de performances Prototype Paradise ha acompañado en alguna ocasión a los trabajadores por Taipéi, para hacer del reciclaje algo más ameno. 

Mientras tanto, en España...

Pero, ¿cómo es la situación en nuestro país? Según la empresa Ecoembes, responsable de gestionar el destino de los envases que los ciudadanos depositan en los más de 560.000 contenedores amarillos y azules, España alcanzó durante 2015 una tasa de reciclaje, de envases de plásticos, latas y briks y recipientes de papel y cartón, del 74,8% (más de 1,3 millones de toneladas), un 3,3% más que un año antes. Su consejero delegado, Óscar Martín, aseguró a El País que nos encontrábamos “entre los seis primeros países de la Unión Europea y casi 20 puntos por encima de los objetivos marcados por Bruselas".

Pero no todos los tipos de residuos alcanzan unos porcentajes de reciclado tan altos como los envases. De hecho, hoy por hoy no existe la responsabilidad de gestionar todos ellos. Según la Comisión Europea, la tasa de reciclaje global de todos los residuos en España se sitúa en un 31%, muy por debajo de la media del resto de países (con un 44%). Esto se debe a que, dentro de esa cifra se incluyen todos los residuos urbanos: millones de toneladas de materia orgánica, madera, celulosa, textiles, escombros, aceite, y otros muchos, además de los envases. “Es evidente que nuestro país tiene aún mucho camino por recorrer pero también hemos conseguido grandes logros en esta materia. El modelo de gestión de los residuos de envases debería servir de ejemplo para exportarse a otros flujos de residuos, contribuyendo a elevar la tasa de reciclado global” comenta Martín.

Un consumo más racional

Lo que nadie discute son los datos que sitúan a España como el séptimo país que más comida desperdicia de la Unión Europea. En 2013 un estudio que llevó a cabo la Confederación Española de Cooperativas de Consumidores y Usuarios (HISPACOP) señaló que el desperdicio medio por hogar fue de 1,3 kilos por semana, lo que implica que en un año los españoles vertieron 1,5 millones de toneladas de alimentos que se podrían haber consumido.

Según datos del Gobierno, nos deshacemos de “entre un 30% y un 50% de los alimentos sanos y comestibles”. El consultor en sostenibilidad y gestión ambiental Alberto Vizcaíno lo desarrolla. “El coste económico que supone coger un paquete de más en el supermercado es muy reducido; sin embargo, el impacto ambiental y social cuando el producto caduca es mayor. El reciclaje es el fracaso de las dos primeras erres: reducir y reutilizar”. Para que la cantidad de basura que cada día generamos disminuya, Alodia Pérez, responsable de residuos y recursos naturales de la asociación Amigos de la Tierra, propone aplicar tasas disuasorias y homogéneas, como ocurre en Taiwán. “La ciudadanía debe pagar en función de los residuos que genere y no según los metros cuadrados que tenga su casa”, añade. Actualmente, cada municipio aplica sus propias tasas: en la Comunidad de Madrid la gestión de residuos oscila entre los 129 euros que pagan los residentes en Galapagar por una casa unifamiliar con parcela propia hasta los 23 euros de media de Móstoles, en donde además están exentos los parados y los pensionistas con rentas bajas. En otras ocasiones, la tarifa es plana y no se tiene en cuenta el número de residentes ni el tipo de vivienda. 

César Sánchez, director de comunicación de Retorna, propone premiar fiscalmente al ciudadano que opta por reutilizar en vez de usar y tirar, como hacen en Suecia. Hasta el momento, quemar los residuos, como ocurría en Taiwán, parecía la opción más sencilla y también la más barata. “Pero se lleva a cabo en grandes construcciones que son financiadas por Europa o por el estado miembro y luego no se tienen en cuenta las emisiones y los impactos colaterales que generan”, explica Pérez. La experta propone que se camine hacia la fabricación de un compost, o abono orgánico, de calidad: que se separe la materia orgánica del resto de los residuos, algo que en nuestro país solo ocurre en Cataluña, y que se está implantando en el País Vasco y en Pamplona. “Nuestra solicitud es que se separe en origen: puerta a puerta, o mediante un sistema de contenedores con llaves electrónicas. Así se podrían conseguir los objetivos propuestos por la Unión Europea y podríamos ahorrarnos grandes sanciones”, asegura. Una propuesta que la Comunidad de Madrid pondrá en marcha a partir de este año con la implementación paulatina de un quinto contenedor de color marrón

A fin de cuentas, la realidad taiwanesa no se encuentra tan lejos de la española. En Madrid se penaliza por no recoger las heces de los perros o dejar la basura fuera de los contenedores con una multa de hasta 750 euros, que se puede canjear realizando trabajos a la Comunidad. Y los ayuntamientos celebran fiestas y concursos que invitan a reciclar. Lo que aún no tienen es cabeza de cartel…

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