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CLAVES
Columna
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No pasarán

La primera tarea de la Europa madura y sesentona consistirá en aportar más brío para seguir arrinconando a la ultraderecha

Xavier Vidal-Folch
El ultraderechista holandés Geert Wilders, tras las elecciones generales.
El ultraderechista holandés Geert Wilders, tras las elecciones generales. JERRY LAMPEN

Festejaremos el sábado el 60º cumpleaños de Europa. Lo haremos desde la fuerza de haber derrotado limpiamente al antieuropeísmo en Holanda. Un país fundador, pequeño, globalizado y clave, que tantas veces se decanta de un lado, algunas de otro.

Lo celebraremos. Alejados de la estúpida equidistancia entre ultraderecha xenófoba y ciudadanía demócrata que tantos practican. Esa falsa ecuanimidad reaccionaria consistente en que si gana el terror, ¡qué desastre!, es culpa nuestra. Y, si ganamos, como en Austria, como en los Países Bajos, es como si nos hubiesen derrotado porque aún están ahí, y ¡eso también! es culpa nuestra.

La primera tarea de la Europa madura y sesentona consistirá en aportar más brío para seguir arrinconando a la ultraderecha. Para enhebrar un contundente no pasarán. El populismo parafascista de Trump, de Wilders, de Le Pen, Farage y otros se reduce a dos mandamientos: destruir Europa y rechazar a los inmigrantes. La diferencia entre unos y otros consiste solo en los distintos niveles de odio y de violencia que son capaces de imprimir a su doble inquina anticosmopolita.

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Gran paradoja, el antieuropeísmo solo es relevante porque atenta contra Europa, se coordina contra Europa, se necesita europeo. En su negativismo, afirma lo que dice negar. En su mera existencia coordinada, revela la relevancia de lo que dice combatir: Europa.

Ahora, gracias al Reino Unido, descubrimos todavía algo más, aprendemos cómo el antieuropeísmo destruye aquello que pretendía salvar, la identidad nacional. Cuando Escocia, Irlanda del Norte y hasta Gibraltar se rebelan contra Theresa May en modo europeo, indican que la identidad humana no es la de las piedras, que cambia y se transforma, que cuarenta años de cosoberanía europea modifican el horizonte espiritual y transforman el modo de hacer pueblerino. Y que, así, cuando se rompe el molde Europa, quiebra el submolde Estado-nación.

Nacido para rescatar la soberanía propia, resulta que el soberanismo solo es capaz de aflorar gracias a los apoyos retóricos y a los sobornos económicos de soberanías imperiales ajenas, la rusa de Putin, la pretendidamente americana de Trump. Los soberanistas son colonia; el soberanismo, esclavitud. No pasará.

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