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Por qué Robe Iniesta no necesita ni Spotify ni sonar en la radio ni nada

Jugando siempre a la contra, el líder de Extremoduro no para de aumentar su inconformista afición

Carlos Marcos
Robe Iniesta, en una imagen promocional reciente.
Robe Iniesta, en una imagen promocional reciente.Jorge Armestar (Robe.es).

Hay tipos tan a la contra que disfrutan más de una resaca que de una borrachera. Robe Iniesta es uno de ellos. Extremoduro, su grupo, es una panda de forajidos que, contra todo pronóstico por su áspera propuesta, lleva años llenando plaza de toros y pabellones. Podía seguir así, pero su pistolero principal prefirió cambiar de montura y de compañía. Desde hace un par de años (y dos discos) se presenta en solitario.

En mayo inicia su primera gira en solitario y ya está casi todo vendido. Y no son entradas baratas: en Madrid (Teatro Circo Price) las más económicas cuestan 45 euros y las más caras 75. Ya no quedan tickets para este concierto. Una demostración del fervor, casi religioso, que desata este extremeño nacido en 1962.

Las canciones de Iniesta se pueden escuchar en Spotify. Como las de la mayoría de los artistas. Pero sus seguidores son esos extraños seres que todavía acuden a las tiendas de discos o centros de cultura para hacerse con el formato físico. Las canciones de Iniesta no suenan habitualmente en la radio. Ni siquiera en emisoras que se definen "de rock". No verás a Iniesta en televisión. Ah, perdón: algún participante de First dates se ha declarado fanático seguidor de Extremoduro.

Cuáles son las claves, pues, para que este músico consiga más que la mayoría sin necesidad de hincar la rodilla ante las leyes de la industria.

No quiero ser como tú

Lo hizo cuando estaba en todo lo alto. Iniesta, al frente de Extremoduro, llenaba pabellones gracias al impacto de su disco Agila (1996), su gran salto de calidad y de ventas. Entonces, reclamado por medios que hasta ese momento le ignoraban (ya llevaba 10 años editando discos), se hizo una camiseta con el siguiente mensaje: "No quiero ser como tú".

Ni al empleado más brillante de una agencia de márketing se le hubiese ocurrido una frase a la vez tan sencilla, desafiante y empática con todos esos chavales de barrio enfurruñados con el mundo, asqueados con el blandurrio pop imperante y deseosos por sentirse diferentes. Iniesta estaba ahí para ser su guía.

Cuanto menos hable, más misterioso parezco

Una persona muy cercana al entorno de Extremoduro me dijo un día: "¿Sabes por qué Robe no se expone ante la prensa y da tan pocas entrevistas?". "Lo ignoro", contesté. " Para que no le descubran sus debilidades, para que su aura de poeta no quede perjudicada", respondió. Ya digo: lo dijo un tipo que conoce bien la historia.

Es una teoría plausible sobre todo al inicio del éxito del extremeño. Los textos de sus primeros discos anunciaban que detrás estaba un artista sensible y educado en la lectura. Esto último no fue así exactamente. En un encuentro que tuve con Iniesta hace unos años me confirmó que comenzó a leer sobre el año 2000, cuando ya contaba 38 años.

"No he leído mucho. De pequeño leía los libros de Los Cinco. Me lo pasaba muy bien. Pero me costaba ponerme. Luego hubo una época en la que no leía nada de nada. Llegaba ciego a casa y, cómo iba a leer. Ni con gafas", me comentó mientras soltaba una risotada. Y este es otro de sus méritos. Cómo un tipo sin formación lectora es capaz de escribir cosas tan memorables como: "El cielo estaba rojo como una amapola, / los ojos también rojos de no haber dormido. / La luna me ha dado el toque: niño, estoy muy sola". De la canción Abre el pecho y registra.

Sus textos más logrados son una extraña mezcla de fango y belleza. Parecen creados (y probablemente sea así) por un tipo que ha caído en alguna ocasión en las profundidades más abismales. Los demonios, claro, siempre están ahí.

Tuvo la oportunidad de domesticarse, pero dijo "no"

Si uno se pasea por los foros de Platero y Tú o de Fito&Fitipaldis hay un tema de discusión que no tiene fin: la comercialización de la música del músico vasco. Los que se indignan ponen como ejemplo de integridad a Robe Iniesta. Y los comparan porque durante mucho tiempo, en los noventa, fueron de la mano, realizando giras juntos y compartiendo un disco como Extrechinato y Tú (2001).

A Extremoduro le concedieron el mismo deseo que a Fito Cabrales: sé sensato, lima las aristas de tu música, sé bueno, haz concesiones. Pero el indomable de Plasencia se negó. Ahora, Robe mantiene a su guardia pretoriana unida, y se van sumando adolescentes con espíritu guerrero, que (créanme) los hay.

Ahora hablamos de música, que es lo más que importa

¿Qué música hace Robe Iniesta? Seríamos muy simplistas si decimos "rock". Sus dos discos en solitario (Lo que aletea en nuestra cabezas, de 2015, y Destrozares, canciones para el final de los tiempos, de 2016) le han puesto en otra dimensión. Una canción como Un suspiro acompasado, que abre su primer disco, es compleja, honda y poética. Dice muy poco de este país que una obra tan hermosa no tenga su difusión en radios y televisiones. Se habla mucho de la querencia flamenca de Los Planetas. Iniesta también tinta algunas melodías de jondura. Quizá debiera volcarse más en este aspecto, porque suena creíble. Igual lo tiene en mente para futuras entregas.

Extremoduro es una gran banda. Con su rock quincallero ha atrapado a los disfrutones de las guitarras y los mensajes de puño en alto. Y sus letras son tan salvajemente románticas que al escucharlas se modifica tu temperatura corporal. Su propuesta también ha conquistado a esa crítica indie que solo atiende a lo que dicen medios ingleses como Uncut o Pitchfork. Del desprecio, estos especialistas pasaron a la condescendencia, y luego a la alabanza.

Robe se debe estar partiendo de risa: antes solo le hacía caso el Heavy Rock y ahora mira... 

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Sobre la firma

Carlos Marcos
Redactor de Cultura especializado en música. Empezó trabajando en Guía del Ocio de Madrid y El País de las Tentaciones. Redactor jefe de Rolling Stone y Revista 40, coordinó cinco años la web de la revista ICON. Es licenciado en Periodismo por la Universidad Complutense de Madrid y Máster de Periodismo de EL PAÍS. Vive en Madrid.

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