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‘La sonrisa de Monalisa’ | Pequeños bufones

La risa demuestra inteligencia, buena comunicación con el entorno y los demás, capacidad de reflexión y búsqueda de empatía

La sonrisa de Monalisa: la sonrisa de un niño gana a la de Julia Roberts.
La sonrisa de Monalisa: la sonrisa de un niño gana a la de Julia Roberts.

Parafraseando a Jane Austen, podríamos decir que es una verdad reconocida por todo el mundo que lo más bonito de la vida es la sonrisa de un niño. Quizá habría que matizarlo un poco, porque Scarlett Johansson o Ryan Gosling en bañador en una piscina llena de millones de euros también tienen su gracia. Pero cuando ves que tu retoño empieza sonreír te emocionas a la fuerza.

Una de las cosas que distingue al ser humano de otros animales es la capacidad de reír y hacer reír (y no me salgáis con las hienas, que todos hemos visto El rey león y sabemos que eso no era una reacción a ningún chiste). Los bebés tienen muecas casi involuntarias pero cuando crecen interpretan nuestro comportamiento y lenguaje y lo transforman en felicidad mediante la alquimia del humor.

La risa demuestra inteligencia, buena comunicación con el entorno y los demás, capacidad de reflexión y búsqueda de empatía. (Con esto no digo que si un niño no ríe nunca sea melancólico y de mayor acabe siendo poeta, emo o ambos).

Aunque los padres siempre seamos un público muy agradecido y entregado, como los típicos fans que van a los platós de televisión, hay niños muy divertidos, objetivamente hablando, o por lo menos, más que algunos famosos que aparecen en El club de la comedia. Aunque eso tampoco es tan difícil, porque la buena comedia hay que respirarla desde dentro con naturalidad, no recitarla, y por eso una criatura espontánea siempre será más deslumbrante que cualquier famosillo con el mejor texto del mundo.

Nuestra niña se crece con la respuesta del público, como los intereses a plazo fijo. Si un recurso le funciona lo repite y amplifica y su cerebro archiva el éxito para usarlo en actuaciones futuras.

Camina y baila con gestos torpes y exagerados, repite palabras y frases aplicándolas a nuevas situaciones, imita a los adultos, hace voces divertidas… Vaya, lo mismo que José Mota en un especial de fin de año pero sin esa factura visual tan impresionante.

A veces, el payaso da paso al mini-Jóker burlón, como cuando nos ofrece comida pero la aparta para comérsela ella o se sube desafiante a algún sitio prohibido con una sonrisa picaresca.

Es muy difícil educarla o controlarla en esos momentos sin ponernos a reír. Como bien saben las revistas satíricas, el humor es capaz de derrumbar a cualquier autoridad. Hay veces que los cursos y técnicas de buena paternidad aplicada no pueden ante una risotada inesperada, y entonces hay que dejarla ganar y casi aplaudir. Si tiene suficiente creatividad como para desarmarnos también tendrá capacidad para obedecer las normas la próxima vez.

Hacer reír la hará encajar, ganarse a la gente, no tomarse la vida demasiado en serio. Y en el futuro, con alguna profesión creativa o simplemente en el trato diario con los demás, conseguirá hacer feliz a mucha más gente. La sonrisa de un niño se habrá convertido en una marea de sonrisas.

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