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Visita al taller de RCR, donde se crea la mejor arquitectura del mundo

Acaban de ganar el Pritzker 2017, el premio más prestigioso de arquitectura. Hace seis meses nos recibieron en su estudio de Olot sus tres creadores

Rafael Aranda, Ramón Vilalta y Carme Pigem posan para ICON en su Espai Barberí, en Olot.Foto: atlas | Vídeo: PABLO ZAMORA / ATLAS

El estudio RCR de Olot (Girona) acaba de ganar el premio Pritzker, el más importante del mundo en el campo de la arquitectura. En nuestro especial de ICON Design de junio de 2016 visitamos el estudio de estos tres creadores.

Construyen espacios con alma. También austeros, reducidos a la esencia, pero de una abrupta belleza. Llevan haciéndolo 28 años. Juntos, a seis manos y tres cerebros. Una inteligencia colectiva. “Un trío de jazz”, apuntan ellos, apropiándose de la frase que les dedicó un crítico de arte británico. Rafael Aranda, Carme Pigem y Ramon Vilalta son RCR, el estudio de arquitectura bautizado con las iniciales de sus tres nombres de pila. Desde él hacen arquitectura confrontando ideas (“a través de procesos de deliberación intensos y complejos”) pero tratando de plantearse siempre las verdaderas preguntas y buscando para ellas “las respuestas más hermosas y simples”.

Llaman a su taller "el pabellón de los sueños". Es una antigua fragua remozada de la ciudad de la que los tres son originarios, Olot (Girona)

La esencia de su estilo quedó clara en 2008, cuando participaron en el concurso para la realización del museo Pierre Soulages (Rodez, Francia). El resto de estudios proponían una gran construcción muy visible desde el exterior y que ocupase la parte central del recinto. Ellos ganaron proponiendo un discreto edificio cuya fachada principal apenas supera los tres metros de altura, hecho de cubos cubiertos de acero y vidrio y situado en un extremo, dejando así el espacio central a un sencillo jardín, de manera que el museo se integrara armónico en un entorno natural y los visitantes pudiesen limpiar sus retinas entre flores y árboles antes de asomarse al arte.

Salón de la Casa Entremurs, en Olot, una antigua vivienda de principios del siglo XX.
Salón de la Casa Entremurs, en Olot, una antigua vivienda de principios del siglo XX.Pablo Zamora

El trío de arquitectos nos recibe en su taller, el Espai Barberí, la antigua fragua artística de la ciudad de la que los tres son originarios, Olot. En este lugar se forjaron campanas de bronce y se esculpieron ángeles, tal y como cuenta un Vilalta orgulloso de la tradición creativa del espacio. En este edificio de primeros del siglo XX, sutilmente remozado (“apropiado e intervenido”), han instalado ellos a su equipo de más de una docena de colaboradores. Aquí organizan también sus talleres y es la sede de su Fundación Bunka (“cultura”, en japonés), un observatorio desde el que asomarse a su mundo.

Conversamos en torno a la gran mesa en la que deliberan a diario, el lugar donde se gestan sus proyectos. Luego nos acompañan a través de los espacios de la antigua forja para mostrarnos lo que llaman su “pabellón de los sueños”. Un lugar, según explican, “a la vez interno y externo”, parcialmente cubierto pero inundado de luz solar, doméstico pero “colonizado” por las ramas de los árboles del cercano patio y del exterior. Allí, entre aguadas de trazo simple y preciso, artísticos esbozos que encapsulan la esencia de futuros proyectos, Carme Pigem nos habla del primer edificio que la deslumbró, cuando tenía apenas 11 años: “Era una casa moderna, un pabellón rectangular con cubierta de cuatro aguas escondida en el centro de un jardín, tras una verja”.

Vista de un pasillo de Bodegas Bell-lloc, en Palamós.
Vista de un pasillo de Bodegas Bell-lloc, en Palamós.

La descubrió por casualidad mientras cruzaba a pie el Eixample Malagrida, en el centro de Olot, y ese es su primer recuerdo relacionado con la arquitectura. Más o menos por entonces, Rafael Aranda se asomaba a la experiencia de construir algo sólido con sus manos: “Mi padre, que había venido de Andalucía junto con mi madre muy pocos años antes y se convirtió aquí en una especie de emprendedor, un constructor autodidacta, compró una parcela en una de las primeras urbanizaciones de Olot y en ella construyó nuestra casa. Yo solía ayudarle, y supongo que así se despertó mi vocación”. En cuanto a Vilalta, se recuerda inclinado sobre la mesa de trabajo de su padre, profesor de dibujo, mientras este practicaba (“él me dejó en herencia el sentido de la estética y el espíritu creativo”), y también construyendo a muy temprana edad elaboradísimas cabañas cerca de la casa familiar, en los alrededores de Olot.

Antes cada uno trabajaba en su mesa. Pero a raíz de un viaje a Japón asimilamos su concepto de espiritualidad. Desde entonces nos sentamos juntos en la misma mesa. De ahí sale todo

Años después, tras obtener el título de Arquitectura en la Universitat Politècnica de Catalunya, tomaron una decisión que por entonces les resultó “obvia” pero que ha acabado determinando su carrera. “Trabajar juntos y volver a casa”, según explican. Eso les ha permitido crear desde una sensibilidad periférica en el mejor de los sentidos, tan abiertamente local que no podría ser más universal. “Hemos hecho una arquitectura conectada con nuestras raíces, coherente con nuestras personalidades y nuestra visión del mundo, que viene condicionada también por el entorno y el paisaje en que crecimos”, concede Pigem. “Pero siempre tuvimos claro que no por alejarnos de las grandes ciudades íbamos a renunciar a hacer arquitectura con mayúsculas”, añade Aranda. Mientras, Vilalta recalca que no fue una estrategia, más bien al contrario. “Nuestros profesores y compañeros de facultad nos lo desaconsejaron, nos decían que si volvíamos a Olot nunca más se sabría de nosotros”. “Era otra época”, le secunda Pigem, “no vivíamos en un mundo tan interconectado como el de ahora. Volver a Olot era borrarse del mundo, salir del mapa”.

Patio privado de Les Cols, en Olot.
Patio privado de Les Cols, en Olot.Pablo Zamora

 Casi tres décadas después de aquella decisión insólita y valiente, RCR han sido galardonados con la Medalla de Oro de la Academia Francesa de Arquitectura 2015 (para algunos, la antesala del premio Pritzker) y el Premio Nacional de Cultura de la Generalitat de Cataluña 2005, además de ser nombrados Miembros de Honor del Instituto Real Británico de Arquitectos (RIBA 2012) y del Instituto Americano de Arquitectos (AIA 2010), Caballeros de la Orden de las Artes y las Letras de la República Francesa (2008) y de haber optado en diversas ocasiones al premio Mies van der Rohe de la Unión Europea. Y, sobre todo, han dejado una huella sólida, una serie de edificios con fuerte personalidad y de una radicalidad conceptual indiscutible que se extiende por La Garrotxa y comarcas vecinas como el Ripollès, sí, pero también por lugares como Barcelona, las localidades belgas de Gante y Hofheide o Dubái.

Libertad, igualdad, colectividad — El método de trabajo quedó consolidado a las primeras de cambio. “Se basa en la deliberación continua”, explica Vilalta, “compartimos una forma de mirar y de entender la vida. Luego buscamos el equilibrio y la síntesis a partir de ideas dispares, porque somos personas distintas. Tras haber puesto en común hasta el último detalle, cuando por fin alcanzamos la síntesis, todos asumimos la decisión consensuada como propia”. “A menudo nos preguntan quién ha hecho un esbozo concreto, una memoria de proyecto”, añade Pigem, “y siempre decimos que no importa. A veces, ni siquiera nosotros podemos precisar quién ha hecho qué, porque los tres nos sentimos partícipes en igual medida de lo que sale de este mesa”.

Pero no siempre han trabajado así. Todo cambió en 1990, tras su primer viaje a Japón. “Antes cada uno trabajaba en su mesa, con su paralex”, recuerda Vilalta. “Pero a raíz de ese viaje y de la profunda influencia que tuvieron en nosotros la cultura y la espiritualidad japonesa, empezamos a compartir todas las fases del proceso creativo. Por eso nos sentamos siempre juntos en torno a la misma mesa. De ahí sale todo”. Vilalta añade que “la arquitectura es una disciplina que se basa en procesos tan complejos, en una síntesis tan rica de pragmatismo y creatividad, de arte y ciencia, de tantos elementos, que lleva de forma natural a la creación colectiva, a ser capaz de disolver tu ego en el resultado final, que pertenece a todos los implicados en el proceso”.

Siempre tuvimos claro que no por alejarnos de las grandes ciudades íbamos a renunciar a hacer arquitectura con mayúsculas

Los tres coinciden en que su profundo arraigo en La Garrotxa, comarca fértil y húmeda, de volcanes y bosques, de ermitas románicas y palacetes modernistas, ha contribuido a desarrollar su sensibilidad y su capacidad para “observar y descifrar entornos”. “Nos ha enseñado a interrogar a la realidad”, explica Pigem, “a hacerle buenas preguntas, que es la única manera de obtener buenas respuestas. El primer paso para trabajar en lugares que nos son ajenos, como Gante o Dubái, es visitar el entorno y ser capaces de entenderlo, ver cómo podemos intervenir en él sin ser unos intrusos, con decisión y voluntad transformadora, pero también con la pretensión de que el resultado de lo que ya había y lo que podamos añadir nosotros sea siempre un nuevo todo coherente y armónico”.

“Tenemos que ser esponjas”, añade Aranda, “para absorber con nuestro cuerpo y nuestra sensibilidad todo lo que el entorno en que trabajamos puede darnos. No es mirar, es ser capaz de ver. Y de experimentar, sentir y absorber”. Vilalta lo resume con sencillez: “Es esa manera de mirar, de ejercitar nuestra sensibilidad de forma no superficial, lo que nos convierte en universales. Aplicamos esa manera de pensar a todos los entornos, sean naturales o urbanos, sea en Dubái o en La Garrotxa”. Han dedicado toda su carrera a mirar de esta manera, a buscar “soluciones simples que sean el resultado de razonamientos complejos” y convertirlas en “edificios con vida propia, que inspiren emociones”.

Salón de catas y acceso de las Bodegas Bell-lloc, en Palamós.
Salón de catas y acceso de las Bodegas Bell-lloc, en Palamós.Pablo Zamora

El resultado está a la vista, tanto en el fastuoso salón dorado del restaurante Les Cols (Olot) como en sus austeros pabellones, unas cámaras de hotel que parecen jardines zen esculpidos sobre lava. O tanto en el inocente y festivo esplendor cromático de la guardería Els Colors (Besalú) como en la sobriedad casi monástica de las Cavas Bell-lloc, intrincada y original red de catacumbas de acero y piedra que parecen bailar al ritmo de la luz que se cuela por sus resquicios. Pero puede que uno de los más depurados ejemplos de su manera de entender la arquitectura y la vida sea la Casa Entremurs, donde vive uno de ellos. Un espacio tan conceptualmente rico, espartano y atípico, que es probable que sólo pueda habitarlo alguien como él, un artista sin prejuicios que predica y practica el minimalismo vital. Un ermitaño de la belleza.

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