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La deriva autoritaria nos pone enfermos

Especialistas alertan de que la pérdida de calidad democrática dañará la salud pública

Javier Salas
Protesta contra las políticas de Donald Trump en Los Ángeles, la semana pasada.
Protesta contra las políticas de Donald Trump en Los Ángeles, la semana pasada.DAVID MCNEW

Esta semana, una importante revista médica publicó un estudio revelador: la aprobación de leyes de matrimonio igualitario entre personas del mismo sexo en EE UU había reducido un 14% los intentos de suicidio entre jóvenes LGTB en un año. El suicidio es la segunda causa de muerte entre los 15 y los 24 años en aquel país. Conociendo este dato, ¿cuánto daño puede hacer la reciente decisión de Donald Trump de retirar la protección a los estudiantes transexuales?

Numerosos estudios muestran cómo los determinantes sociales y políticos, y la calidad de las democracias, son esenciales para la salud de las personas

En 1974, el ministro de Sanidad de Canadá, Marc Lalonde, presentó un informe revolucionario en el que se concluía que las condiciones en las que se desarrolla la vida diaria de las personas —sociales, económicas, medioambientales, etc.— son mucho más determinantes en su estado de salud que otros factores en los que se centran mayores esfuerzos. Esto explica, por ejemplo, que la pobreza acorte la vida más que la obesidad o la hipertensión. Esta doctrina, reivindicada por la Organización Mundial de la Salud (OMS), ayuda a comprender cómo puede influir la deriva autoritaria, que se puede extender a más países en los que la pérdida de salud democrática puede resultar nefasta para sus ciudadanos.

Ya hay muchos especialistas llevándose las manos a la cabeza por las decisiones que puede tomar Trump, por ejemplo, si da marcha atrás a la reforma sanitaria de Obama: sería 800.000 millones de dólares más caro para las arcas públicas, según un cálculo a diez años. Pero más allá del tipo de sistema sanitario y su eficiencia, hay algo claro: la forma de gobernar influye directamente en la salud de la población. Todo el nuevo y robusto conocimiento sobre los determinantes sociales y políticos señala que la calidad democrática es esencial para una población sana.

"Depende muchísimo de lo que se lesionen los elementos que vinculen democracia y salud", explica el catedrático de la Universidad de Alicante Carlos Álvarez-Dardet. Este especialista pone como ejemplo que cuando se ignoran los derechos de las minorías, se deterioran las conquistas laborales, aumenta la desigualdad o bajan los niveles de protección social, caen todos los indicadores sobre la salud de la población. Álvarez-Dardet participó hace más de una década en un estudio pionero publicado en British Medical Journal que correlacionaba el nivel de democracia de los países y la salud de sus ciudadanos: "La democracia mostró una asociación más fuerte y más significativa con los indicadores de salud (esperanza de vida y mortalidad infantil y materna) que otros indicadores como el PIB, el gasto público o la desigualdad en los ingresos. Cuando se tuvieron en cuenta todas estas variables, las económicas perdieron su peso, aumentando así la importancia del efecto de la democracia", concluían.

La aprobación de leyes de matromonio igualitario entre personas del mismo sexo en EE UU había reducido un 14% los intentos de suicidio entre jóvenes LGTB

Los resultados de aquel trabajo se han seguido confirmando en nuevos estudios más recientes que se centraban en otros aspectos. Por ejemplo, un trabajo canadiense del año pasado muestra que vivir en democracia alarga la vida 11 años frente a vivir en otro tipo de regímenes y reduce un 62% la mortalidad infantil, dos factores que se explican esencialmente por el tiempo que permanecen los líderes en el poder: cuantos más años seguidos gobierna la misma persona, peor es la salud de la población.

En 2015 se publicaba otro estudio que mostraba que la gente se siente en mejor estado de salud en los países con mayor calidad democrática, un factor que no se explicaba ni por el nivel económico ni por las inversiones en sanidad y educación. Unos investigadores suecos, analizando la evolución en cuatro décadas de 70 países en desarrollo, mostraban cómo afectaba la democratización a esos países y calculaban cómo una década de democracia real en Costa de Marfil habría supuesto 1.200 niños muertos menos al nacer anualmente.

Todos estos trabajos señalan que hay una serie de intangibles asociados a la calidad democrática de un país (y no solo la bonanza económica) que explican que siente tan bien a la salud de la gente. "Las condiciones de vida, la redistribución de la riqueza, el medioambiente, las libertades, el poder ejercer derechos, son factores que influyen muchísimo más en la salud que los servicios sanitarios", advierte Beatriz González, presidenta de la Sociedad Española de Salud Pública (SESPAS).

"Las condiciones de vida, la redistribución de la riqueza, el medio ambiente o las libertades son factores que influyen mucho más en la salud que los servicios sanitarios", advierte la presidenta de SESPAS

Álvarez-Dardet publicó recientemente un artículo en The Lancet Global Health en el que explicaba cómo el respeto a los derechos de las mujeres y la igualdad de género eran un paso fundamental para mejorar la salud de un país. Trump, por ejemplo, ya está recortando a las mujeres derechos relativos a su salud reproductiva. El respeto a los derechos de las minorías es otro de esos factores determinantes. Por ejemplo, mientras el colectivo LGTB era ignorado, la administración de Ronald Reagan consideró el sida "la venganza de la naturaleza contra los gais", retrasando así que se combatiera de forma efectiva una epidemia que afectaba a toda la sociedad. Como se mostraba en el ejemplo inicial del suicidio de los adolescentes, las minorías sexuales también están amenazadas ahora en EE UU.

El respeto a los derechos de los inmigrantes también influye decisivamente. Como explica González, en la actualidad SESPAS y otros colectivos siguen peleando para recuperar la cobertura sanitaria total para los inmigrantes, "por justicia y por eficacia". Un artículo en The Lancet advertía de que la decisión de dejar fuera de la cobertura integral a esas 800.000 personas puede tener “graves consecuencias para la salud de toda la población, especialmente en relación con la tuberculosis y la infección por el VIH”. Si los inmigrantes no están bien atendidos, se les daña a ellos pero también se pone en riesgo al resto de los ciudadanos.

Vivir en democracia alarga la vida 11 años frente a vivir en otro tipo de regímenes y reduce un 62% la mortalidad infantil

La pérdida de calidad democrática puede afectar de muchas otras maneras. Por ejemplo, ignorando la lucha contra el cambio climático y sus efectos acordada por 190 países en París. O el cierre de fronteras, fomentando el aislacionismo, es contraproducente en caso de pandemias como la del ébola, que solo se solucionó cuando todos los países y sus mejores especialistas trabajaron en conjunto escala global. Incluso la libertad de prensa es importante, denostada por los nuevos líderes de la derecha autoritaria. Por ejemplo, haciendo de contrapeso frente a unos gobernantes que, como el vicepresidente Mike Pence, aseguran que "fumar no mata", o las ideas infundadas de Trump sobre las vacunas. Por no hablar de la corrupción: un estudio reciente de Víctor Lapuente mostraba que incluso el abuso de antibióticos estaba relacionado con los niveles de corrupción en las distintas regiones de Europa.

"Las preocupaciones compartidas sobre estos eventos podrían ayudar a organizar a la comunidad de salud pública en Europa en torno a objetivos colectivos", escribía recientemente David Stuckler, especialista en salud pública de la Universidad de Oxford, llamando a contrarrestar el resurgimiento de la extrema derecha en Europa y América del Norte. Y añadía: "No debemos edulcorar la realidad: las políticas de odio hacia los inmigrantes y el antagonismo a la protección de la salud es una amenaza real. Dejar de responder es una aceptación tácita".

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Sobre la firma

Javier Salas
Jefe de sección de Ciencia, Tecnología y Salud y Bienestar. Cofundador de MATERIA, sección de ciencia de EL PAÍS, ejerce como periodista desde 2006. Antes, trabajó en Informativos Telecinco y el diario Público. En 2021 recibió el Premio Ortega y Gasset.

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