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MIRADOR
Columna
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Los últimos

La España interior está llena de poblaciones semivacías de las que nadie se acuerda

Julio Llamazares
Uno de los últimos habitantes de Aguilar de Anguita, al norte de Guadalajara.
Uno de los últimos habitantes de Aguilar de Anguita, al norte de Guadalajara.Carlos Rosillo

Está a punto de llegar a las librerías, publicado por Pepitas de Calabaza, de Logroño, un libro que dará que hablar y que yo he tenido la suerte de poder leer antes de salir por deferencia de su autor, un periodista valenciano al que sólo conozco por él. Los últimos. Voces de la Laponia española, como se titula el libro, narra en una serie de catas geográficas y humanas la terrible realidad de una región de España, la llamada Celtiberia, cuya densidad demográfica es menor que la de Etiopía y en la que centenares de pueblos están vacíos o a punto de desaparecer. En la estela de otros recientes, como La España vacía, de Sergio del Molino, o Donde la vieja Castilla se acaba: Soria, de Avelino Hernández, este cien veces reeditado, el libro de Paco Cerdá cuenta la peripecia de los últimos robinsones que resisten en poblaciones semivacías sin que nadie se acuerde de ellos y, lo que es peor, sin que a nadie en España le importen su soledad y su marginación. Son los últimos, los olvidados de ese espinazo del país (las montañas de Burgos y de La Rioja, las provincias enteras de Soria y Guadalajara, los extremos de las de Zaragoza y Segovia, la zona cero de Teruel, el epicentro de la despoblación ibérica junto con la serranía de Cuenca, las comarcas del interior de Castellón y Valencia) al que ya se le conoce como la Laponia española, más que por el frío, por sus bajísimos índices demográficos, desconocidos en el continente. Y todo ello, ya digo, en un país que ignora esos datos o que, si los conoce, hace como si le importaran poco.

Continuamente los políticos españoles hablan de la necesidad de fijar población en el mundo rural, pero lo hacen sin saber muy bien la dimensión real del problema y, sobre todo, sin estar convencidos de aquélla; de lo contrario, ya habrían pasado a la acción. Si no lo hacen es porque verdaderamente les importa poco lo que les pase a todas esas personas que sobreviven aisladas del mundo moderno en lugares de difícil acceso o en remotas comarcas del interior del país, sin servicios ni comunicaciones dignos. Que en toda la Celtiberia (diez provincias con cientos de pueblos) vivan tan solo medio millón de personas, la treceava parte que en la provincia de Madrid o la cuarta que en la de Sevilla, y que en lugares como los Montes Universales de Teruel la población no llegue a un habitante por kilómetro cuadrado para algunos no deja de ser una anécdota, incluso un motivo de satisfacción. El que eso suceda demuestra que España es ya urbana, europea, moderna, superdesarrollada e hipercosmopolita.

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