Angela Merkel, solitaria y nunca sola
SEMANAS ATRÁS, Angela Dorothea Merkel anunció su intención de presentarse como candidata a la cancillería en las elecciones de 2017. De esta manera hizo oficial lo que todo el mundo ya esperaba en su país. Se especulaba con la posibilidad de que los largos años de dedicación a la política de más alto nivel, unido a las críticas que le han llovido últimamente, también desde las filas de su partido, le hubieran causado fatiga o desánimo. Parece confirmarse que Angela Merkel tiene cuerda para rato.
Con 11 años en el puesto, su veteranía se acerca a la de los dos cancilleres de la República Federal de Alemania (RFA) que más tiempo se mantuvieron en el cargo: Konrad Adenauer, que sostuvo las riendas del Gobierno durante 14 años, y Helmut Kohl, que ostenta el récord hasta la fecha con 16. Al primero se le recuerda como artífice de la fundación de la RFA y, más tarde, como alma impulsora del denominado “milagro económico alemán”. El segundo pasará a la historia como el canciller de la caída del Muro y la posterior reunificación. A Angela Merkel, por el contrario, le ha tocado afrontar desde el liderazgo político una de las épocas más anodinas de la historia moderna de su país. Se ha dicho de ella que es experta en evitar sobresaltos, acontecimientos, hechos históricos; en garantizar, en suma, al modo de una madre protectora, la seguridad de los ciudadanos y en lograr que no ocurra nada.
El verano pasado cumplió 62 años. Se cuenta que, ya cerca de culminar su ascenso en el escalafón del partido, los asesores de imagen la tuvieron que persuadir para que cambiase de aspecto. Ella renunció entonces a su flequillo juvenil y optó por un estilo de vestimenta al que ha permanecido fiel hasta la fecha. Lo suyo consiste en ser y parecer una señora normal a la que puede verse de visita en la peluquería o haciendo la compra en un supermercado de Berlín. Sea como fuere, no destaca precisamente por su carisma.
Hace tiempo que sus compañeros y rivales de la Unión Demócrata Cristiana (CDU) en la pugna por el poder son conscientes de la conveniencia de no menospreciarla. Con aplicación, tenacidad y unas notas de sutil oportunismo, Angela Merkel superó a todos. El poderoso canciller Helmut Kohl la llamaba en tono paternal, no sin una punta de desdén, “la muchacha”, como podía haber dicho la secretaria o la azafata. La puso a la cabeza de ministerios de segundo rango, como mujer de cuota que además procedía de la extinta RDA, con lo que, por así decir, de cara a los electores, mataba dos pájaros de un tiro. Por lo visto, tardó en percatarse de que estaba calentando el asiento a su sucesora.
Un tópico que no se sostiene es el de la presunta insensibilidad de merkel. En sus intervenciones públicas, a veces asoman rasgos sentimentales.
La revista Forbes se refiere a ella como la mujer más poderosa del planeta. El concepto, sin duda hiperbólico, arrastra connotaciones mitificadoras que no se ajustan al personaje. Esto no quita para reconocer que Angela Merkel sea una de las mandatarias más relevantes de Europa, debido en buena parte a la potencia económica del país de cuya gobernación ella ejerce actualmente la máxima responsabilidad. ¿A quién puede extrañar que esté a todas horas en el candelero? Cualquier cosa que diga (y todos los días se expresa en público, a menudo en foros internacionales) es susceptible de transformarse en titulares de prensa dentro y fuera de su país. Su estilo evita, no obstante, las formas temperamentales, exhibicionistas o autoritarias. Angela Merkel es de esas personas que, en cualquier lance, por apurado o crítico que sea, mantienen la contención, guardan las formas. No es raro que algún compañero de partido la tache de blanda.
Hay quien ha pretendido endosarle una imagen de mujer introvertida y misteriosa. Nada más lejos de la realidad. Su vida privada ha sido expuesta en diversas biografías. Existe incluso un grueso Diccionario Merkel en lengua alemana. Ojeándolo, el lector curioso podrá averiguar un sinnúmero de pormenores sobre la vida, los gustos, los hábitos, las preferencias y todo lo relativo a la personalidad de esta gobernante que cada dos por tres atiende a la prensa y concede entrevistas, no pocas de ellas de contenido personal. Tiene por todo ello fama de accesible. Se tutea con la mayoría de los miembros de su Gabinete. Con el ministro de Finanzas, Wolfgang Schäuble, no, acaso por la diferencia de edad; aunque la prensa suele resaltar la buena química existente entre ambos.
Merkel es el apellido adquirido con ocasión de su primer matrimonio. En su partida de nacimiento figura el nombre familiar, Kasner. Angela se casó por vez primera siendo estudiante, bajo el amparo de la Iglesia luterana, con Ulrich Merkel. Malas lenguas suponen que un motivo del casorio, junto con el posible enamoramiento, fue la circunstancia de que en la RDA a las parejas de casados se les concedía preferencia en la asignación de viviendas.
Angela Merkel no tiene hijos. Está casada en segundas nupcias, por lo civil, con Joachim Sauer, un químico de profesión a quien en la CDU se conoce con el sobrenombre del Fantasma. En otras versiones, El fantasma de la ópera. La razón es que el hombre no gusta de prodigarse en público, no concede entrevistas, no acompaña salvo por excepción a su esposa en los viajes oficiales y prefiere mantenerse siempre en un segundo plano. Estuvo ausente del Bundestag el día 22 de noviembre de 2005, cuando Angela Merkel se estrenó como canciller. Con ocasión de una visita a los Obama en la Casa Blanca, ella casi lo olvida en el coche, de lo cual se dio cuenta cuando ya se dirigía a saludar a sus anfitriones. Alguna vez, la canciller ha revelado que la pareja se reparte las tareas del hogar. Ella prepara el desayuno, él se ocupa de las compras. Ella cocina; él no. Preguntada en una entrevista de 2013 si acostumbra a solicitar opinión a su marido sobre cuestiones políticas, respondió que “a veces él dice algo por su cuenta”.
La idea de la soledad de Merkel ha sido relacionada por la prensa alemana con cierta posición de aislamiento de Alemania dentro de la Unión Europea.
Se han hecho cábalas en multitud de ocasiones sobre la presunta soledad de la canciller. El rumor viene de lejos, de cuando ella ocupaba puestos secundarios en el partido. Hay como una vieja costumbre de ver a Angela Merkel en lugar aparte. Así parecen confirmarlo las numerosas fotografías de grupo tomadas con motivo de importantes encuentros internacionales, en las cuales ella, como única mujer, compone una figura de color en la uniformidad de políticos con traje y corbata.
Sobre todo en los últimos tiempos, la idea de la soledad de Merkel ha sido relacionada por la prensa alemana con cierta posición de aislamiento de Alemania dentro de la Unión Europea, pero también con las críticas relativas a la crisis de los refugiados que la canciller ha tenido que escuchar dentro de su partido. El semanario Der Spiegel, en un número de enero de 2016, publicó en portada la foto de Angela Merkel con un rotundo y escueto titular: “La solitaria”. Preguntada al respecto, ella se defendió con su habitual templanza. En declaraciones a la revista Brigitte, afirmó lo siguiente: “Tendemos a vincular la soledad con algo triste. Sin embargo, la soledad puede tener asimismo componentes hermosos como también los tiene deprimentes. Siento lástima por las personas que no son capaces de estar nunca solas, que necesitan escuchar música o verse rodeadas de gente en todo momento”.
Un tópico que tampoco se sostiene es el de la presunta insensibilidad de Angela Merkel. En el recuerdo han quedado sus explosiones de júbilo durante la Copa Mundial de Fútbol de 2006. Una imagen muy difundida fue la que se produjo un día de 2015, en la ciudad de Rostock, con ocasión de un encuentro con escolares. Un niña libanesa rompió en llanto cuando la canciller, acogiéndose a argumentos legales, no le garantizó a la colegial el permiso de residencia en Alemania a ella y a los miembros de su familia. La escena muestra el dilema que se le presentó a Angela Merkel en aquellos instantes: a un lado, el inexcusable cumplimiento de la ley; al otro, su ostensible simpatía por la niña (que tiempo después sí logró la permanencia indefinida en el país). La circunstancia de que a menudo oculte su lado afectivo no implica que la canciller no lo tenga. En sus intervenciones públicas asoman a veces rasgos sentimentales y no es raro ver cómo ella se esfuerza en reprimirlos bajo una capa de racionalidad. No siempre lo consigue. Así, por ejemplo, en el acto de homenaje a quien fuera ministro de Asuntos Exteriores de su Gabinete, el liberal Guido Westerwelle, fallecido por enfermedad, a quien dedicó, al borde de las lágrimas, un sentido discurso.
NINGÚN ASUNTO ha determinado con mayor fuerza la imagen de Angela Merkel en el mundo como la llamada crisis de los refugiados. Dependiendo de las convicciones ideológicas de los opinantes, su política de acogida con los brazos abiertos causó en su día admiración, asombro, pero también desconfianza y rechazo. Algunos entendidos explican la conducta generosa de la canciller a partir de una serie de indagaciones que exploran tanto en su pasado como en su particular psicología. El Diccionario Merkel de Andreas Rinke consigna cuatro motivaciones.
La primera provendría de la educación cristiana de la canciller, hija, como se sabe, de un teólogo protestante. La segunda le atribuye una fuerte aversión a muros, vallas y fronteras cerradas a cal y canto después de haber pasado sus primeros 35 años de vida en la RDA. Se le supone asimismo un firme deseo de salvaguardar la integridad de la Unión Europea, que ella vería en serio peligro si se viniese abajo el Acuerdo de Schengen. Y, por último, pesa sobre la canciller, como sobre cualquier gobernante alemán, la herencia de una responsabilidad histórica con respecto al periodo sangriento de su país en los tiempos del nacionalsocialismo.
Dentro de Alemania, ninguna otra iniciativa política de Angela Merkel ha suscitado tanta controversia como su gestión de la avalancha migratoria de 2015. Se le acusa principalmente de haber generado con sus manifestaciones públicas de bienvenida un efecto de llamada, así como de no haber buscado una mínima coordinación con los países vecinos. En suelo alemán, las críticas más virulentas le siguen viniendo del partido xenófobo Alternativa para Alemania (AfD). No le han faltado tampoco reproches del partido hermano de la CDU, la Unión Social Cristiana (CSU) de Baviera, de marcado acento conservador; también de los presidentes de Gobierno de los países circundantes, con el húngaro Viktor Orbán a la cabeza. Angela Merkel ha ido modificando con los meses su política de migración en un sentido restrictivo y de mayor control, pero sin renunciar a ella. En su favor hay que decir que ha mostrado una actitud de clara y rotunda reprobación de la xenofobia, bastante extendida hoy día en la sociedad alemana. Ya en un discurso de 1993, siendo ministra para la Mujer y la Juventud, dijo que “cualquier violento y cualquier ultraderechista es un violento y un ultraderechista de más”.
Su estilo de hacer política sigue los cauces establecidos por el pragmatismo. En los debates y en sus intervenciones parlamentarias, Angela Merkel suele presentar un perfil ideológico bajo. Tiende con frecuencia al vocabulario tecnocrático. No es lo que pudiéramos llamar una política de grandes visiones o de proyectos ambiciosos. Prefiere los compromisos continuos inspirados en el propósito de hallar soluciones prácticas y de mantener hasta donde sea posible las cuentas del Estado saneadas. Nunca ha gobernado con mayoría absoluta. En cada una de las tres legislaturas en que ocupó la cancillería se las ingenió para gobernar dos veces con los socialdemócratas y una con los liberales del FDP. El cultivo de la moderación y de las formas de cortesía le ha permitido mantener intactos los puentes de diálogo con la oposición.
Su estilo de hacer política sigue los cauces establecidos por el pragmatismo. En los debates y en sus intervenciones parlamentarias, Angela Merkel suele presentar un perfil ideológico bajo.
No exenta de fricciones es la relación mantenida por Angela Merkel con Vladímir Putin. Sus encuentros darían para una novela larga y amena en la cual a la canciller alemana le correspondería el papel de heroína de la paciencia. Ya está habituada a que Putin llegue con retraso a las citas o tenga con ella gestos provocadores, como regalarle un perro o presentarse con sus dos labradores aun conociendo la fobia de Angela Merkel por estos animales después de que en 1995 le mordiera uno durante un paseo en bicicleta. Putin habla alemán; la canciller, ruso. Pero en cuanto la conversación se adentra por senderos de discusión y divergencia de pareceres (anexión de Crimea, Ucrania, Siria, sanciones económicas a Rusia), al punto echan mano de intérpretes.
También con Obama ha tenido Angela Merkel sus más y sus menos, lo que no impidió que su relación personal con el presidente de Estados Unidos fuera mejorando con el tiempo hasta llegar en los últimos años a un clima de buena avenencia. El mayor desacuerdo entre los dos mandatarios se circunscribió en un principio a los planos comercial y geoestratégico; pero hubo asimismo por la parte alemana irritaciones debidas a actos de espionaje y a algunas actuaciones poco o nada delicadas de la diplomacia estadounidense. No sentó bien que Obama visitase la RFA en 2009, viajara a Weimar y al antiguo campo de concentración de Buchenwald, y no se dejara ver en Berlín. El desaire diplomático se subsanó un año después. Obama acudió entonces a la capital alemana y se ganó las simpatías de los berlineses con un discurso pronunciado junto a la Columna de la Victoria, en el parque Tiergarten, ante una muchedumbre de 200.000 almas. Obama ha calificado en repetidas ocasiones a Angela Merkel de amiga y no ha parado de lanzarle requiebros. Tocante a la crisis de refugiados, dijo de ella que se había situado “en la parte correcta de la historia”.
MÁS ARMÓNICA ha sido la relación de Angela Merkel con el presidente François Hollande, a pesar de algunos recelos iniciales, en parte debidos a que la canciller alemana apoyó públicamente a Sarkozy, rival de Hollande, durante la campaña electoral para los comicios presidenciales franceses de 2012. El primer encuentro oficial de ambos mandatarios, en mayo de aquel mismo año, no estuvo exento de contratiempos. Para empezar, Hollande llegó tarde a la cita por causa del impacto de un relámpago en el avión que lo llevaba a Berlín. La canciller, propensa a un humor que tira a seco, consideró una buena señal el coup de foudre, acaso sin reparar que esta expresión sirve en francés para denominar un amor a primera vista. Como remate anecdótico, en el almuerzo de la cancillería hubo espárragos con salsa holandesa, que Hollande por lo visto aborrece. Los intereses nacionales coincidentes, unidos a la solidaridad y la cercanía emocional de la canciller tras los atentados yihadistas de París, favorecieron un clima de concordia entre ambos políticos, que pronto derivó hacia una abierta simpatía mutua. Merkel y Hollande acostumbran a saludarse con besos en las mejillas, lo que para un ciudadano alemán de cierta edad, y más si procede de la zona nórdica protestante, supone un gesto de notable efusividad. Se sabe asimismo que Merkel y Hollande se tutean. Y aunque nadie se tomó en serio la noticia, la prensa amarilla llegó a atribuirles un amorío.
El tiempo dirá si ha habido en la historia de Alemania un periodo que merezca llamarse “la era Merkel”. Desde el sur de Europa, ella es considerada la canciller de la austeridad, denominación que le molesta mucho y contra la que ha argumentado en público más de una vez. El día en que abandone la política, actividad que ella considera tanto un servicio a los ciudadanos como una vocación, dejará huérfanos a un largo número de imitadores, parodistas, cómicos y dibujantes de viñetas. Recientemente se publicó el primer número de la revista Charlie Hebdo en versión alemana, huelga decir que con una caricatura de Angela Merkel en la portada. Se ha llegado a calificar sus tres legislaturas de Muttikratie, algo así como mamicracia o gobierno de mami.
Angela Merkel significa para sus compatriotas, con independencia de lo que estos piensen y voten o de que la canciller les caiga bien o mal, una presencia continua en sus vidas. Durante el debate electoral de 2013, con millones de alemanes sentados ante el televisor, el rival socialdemócrata, Peer Steinbrück, le dio un repaso de números y datos económicos que habría sacado los colores a cualquiera. Terminados la lección y el chaparrón de reproches, Angela Merkel se volvió hacia la cámara; con gesto entre dulce y ofendido, como de señora insultada por la calle, dijo a los espectadores, por todo argumento: “Ustedes ya me conocen”. Y volvió a ganar las elecciones.
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