Mi perro y yo
RESULTA estremecedor que en un país donde cientos de personas esperan a ser ejecutadas en el corredor de la muerte, se indulte anualmente a un pavo en los jardines de la Casa Blanca, con luz y taquígrafos. El pavo de este año, de nombre Tot, no llegó a enterarse de que había sido condenado a la guillotina ni de que luego había sido perdonado. Pero ahí tienen a esos señores de traje y corbata cumpliendo con el rito anual que ocupará un breve espacio en las páginas de Pasatiempos de la prensa. Estas imágenes dan muy poco de sí, excepto si uno las aprovecha para extrañarse no tanto del animal como de quienes lo rodean.
El pájaro es un pájaro, ya lo sabemos. Posee una cabeza extraña, con carnosidades rojas que se prolongan en el cuello, en forma de moco, y un cuerpo que en nada se parece al nuestro. Tiene alas y patas y plumas y unas uñas capaces de sacarte un ojo de la cara, de dónde si no. Además, es ovíparo y procede de los antiguos dinosaurios, mientras que nosotros somos mamíferos y venimos de una rata. No tenemos nada que ver, de acuerdo, pero a mí me llaman más la atención las cabezas de los hombres, sus manos, sus sonrisas, sus gestos de diversión frente al animal alborotado. A veces, mi perro y yo nos colocamos frente al espejo, como para comprobar cuál de los dos es el más raro, y siempre gano yo, sea desnudo o en pijama. Aunque, para raro raro, el tipo que me observa desde el azogue, por lo general con expresión de indultarme también, igual que los americanos indultan a uno de los 46 millones de pavos que meten en el horno el Día de Acción de Gracias.