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Lia Pipitone, asesinada por moderna

Lola Beltrán
Íñigo Domínguez

EL CÓDIGO mafioso es una especie de catálogo costumbrista retrógrado que podría pasar por un rígido sistema de valores conservador con una importante salvedad: matar está bien cuando se da el caso. Los mafiosos no ven en esto una contradicción, es una especie de ángulo muerto en la visión moral. Se puede llegar a extremos trágicamente absurdos que ellos no viven como tales, como matar a la propia hija porque escandaliza a la familia, sin que eso sea un escándalo. Ocurre en la increíble historia de Lia Pipitone, una chica de Palermo asesinada en 1983 con 25 años.

Era la hija de un importante capo del barrio de Acquasanta, Antonino Pipitone, temido aliado de los Corleoneses, y fue tiroteada durante un atraco a una tienda a la que había entrado a llamar por teléfono. Dejó un niño de cuatro años. Siendo quien era y si aquello fue casualidad, resultó muy raro que luego no hubiera represalias. En un caso así, Cosa Nostra localiza a los responsables y los liquida en cuestión de horas, generalmente de manera cruel, a modo de lección. En esa misma zona, por ejemplo, un raterillo robó el bolso a la mujer del mafioso Rosario Riccobono, sin saber quién era. Cuando se enteró, fue corriendo a su casa a devolverlo y rogar mil perdones. Luego se encerró aterrorizado en su casa. El primer día que se atrevió a salir fue el último. En Catania es tristemente célebre el caso de los cuatro muchachos que dieron el tirón a la madre del capo Nitto Santapaola en 1976. Tenían entre 13 y 15 años. Los asesinaron a los cuatro. También aquí hay una concepción trastornada de lo que causa escándalo. Por eso, tras la muerte de Lia Pipitone y que no pasara nada, en el barrio pronto se pensó que había algo más. Así era, aunque ha tardado más de tres décadas en saberse. El próximo 17 de enero empieza el juicio.

El caso de pipitone se ha reabierto después de que su hijo publicara un libro sobre la muerte de su madre.

El móvil del crimen se puede resumir en algo así: la mataron por moderna. Así se comentaba en los cotilleos de Cosa Nostra. “Había nacido para la libertad y murió por su libertad”, reflexionó amargamente hace unos meses uno de los arrepentidos que ha contribuido a reabrir el caso. Lia era una chica vivaz y alegre, independiente y reacia a las ataduras, amante de la poesía de Neruda, que con 18 años se fugó con su novio del instituto, aunque la familia logró arrastrarla de nuevo a casa. Luego se casó y tuvo un hijo, pero en 1983, ese verano, anunció que se iba a vivir sola. Cuando lo dijo, su padre la escupió en la cara. En el barrio ya se comentaba que tenía otro novio. Todo esto en una familia siciliana muy tradicional es intolerable, pero en una mafiosa tiene un grado de rebelión a la autoridad y al orden establecido que llega a lo peligroso. De hecho, acabaron por reunirse los padrinos del distrito y decidieron que la mejor manera de resolver el problema era eliminar a la chica. “Su padre aceptó en el respeto de la mentalidad de Cosa Nostra, que compartía plenamente”, ha relatado el pentito (es decir, el arrepentido).

La cuestión moral se llena aún más de dobleces porque Cosa Nostra toma esta decisión, que en teoría es intachable según sus reglas, pero también que no se debe notar, y por eso planean un asesinato que parece un accidente. Los dos sicarios siguieron a Lia Pipitone a la tienda donde entró a llamar por teléfono y entonces simularon el atraco. De hecho, habían desvalijado ya la caja cuando ella colgó y se acercó al mostrador. Entonces, antes de marcharse, la mataron a tiros. Al día siguiente un primo suyo, con el que se trataba mucho, y que se decía que era ese novio que tenía, se tiró por el balcón y dejó una nota diciendo que lo hacía por amor. La sospecha, ahora, es que fue suicidado.

Los primeros relatos de arrepentidos que revelaban lo ocurrido no llegaron hasta 2003, pero el padre de Lia al final fue absuelto. La historia del nuevo proceso que ahora está en marcha es, otra vez, como a menudo ocurre en Italia, la de un ciudadano, o un familiar, que hace por su cuenta el trabajo de la policía, ya que esta y los jueces muchas veces no lo hacen. Un periodista, Salvo Palazzolo, decidió investigar este misterioso asesinato y comenzó a buscar al hijo de Lia. Lo único que sabía es que se llamaba Alessio Cordaro. En Facebook le salieron siete perfiles con ese nombre. Apostó por el tipo que le pareció más lanzado, más alocado, más parecido a lo que se sabía de su madre: uno que tenía fotos con serpientes y tirándose en paracaídas. Le mandó un mensaje y acertó. Se conocieron y le propuso indagar juntos, remover el pasado, diluir el misterio, otro más de la historia cotidiana de Italia. El libro que publicaron en 2013, Se muoio sopravvivimi (si muero sobrevíveme, un verso de Neruda), ha servido para reabrir el caso, porque aporta nuevas pistas y testimonios.

Giuseppe Lucchese mató a su hermana y más tarde a su cuñada por ambas poner los cuernos a los maridos.

En la Mafia siciliana hay otras historias parecidas. La más conocida es la de uno de los más terribles sicarios de los Corleoneses, Giuseppe Lucchese, que también en los ochenta mató a su hermana y más tarde a su cuñada, culpables ambas de poner los cuernos a los maridos. Con la primera también simuló un atraco a un bar y se puso una peluca rubia para que no le reconociera. Su amante, un cantante napolitano, apareció luego muerto con los genitales en la boca, un mensaje elocuente. Pero hace tan solo unos meses unas escuchas policiales describieron el mismo panorama en otro barrio de Palermo con una situación clásica: la esposa de un mafioso condenado a cadena perpetua que acaba por tener otra relación. Eso también es muy grave, se supone que le tiene que ser fiel. “Nos está faltando el respeto, es una cuestión de respeto a nuestra dignidad”, decía el padrino Marino Marchese. Citando precisamente el ejemplo del padre de Lia Pipitone, argumentaba que matar al amante no tenía sentido, porque luego ella se buscaría otro. “Tenemos que ir al fondo, al mal, y el mal es ella”, concluyó. La policía desbarató a tiempo la ejecución de la condena.

Es curioso, de todos modos, lo que le ha pasado al presunto asesino de Lia Pipitone que ahora está en el banquillo. Vincenzo Galatolo, condenado a cadena perpetua por otros crímenes, ha visto cómo su hija ha renegado de la familia mafiosa y ha contado todo lo que sabe a los jueces: “No quiero estar más en la Mafia, ¿por qué debería estar? ¿Solo porque mi padre es mafioso? No quiero tratar con personas indignas”. Galatolo dijo enseguida que la mataría. Luego fue su hijo el que hizo lo mismo que su hermana y renegó de la Mafia. Es como para pensar que quizá hizo algo mal en su educación.

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Sobre la firma

Íñigo Domínguez
Es periodista en EL PAÍS desde 2015. Antes fue corresponsal en Roma para El Correo y Vocento durante casi 15 años. Es autor de Crónicas de la Mafia; su segunda parte, Paletos Salvajes; y otros dos libros de viajes y reportajes.

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