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RED DE EXPERTOS
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Carta abierta a los africanos de bien

El autor reclama que los africanos reivindiquen su cultura frente a la eurocéntrica que a menudo se les inculca

Estudiantes en la Universidad de Ghana, en Accra.
Estudiantes en la Universidad de Ghana, en Accra.Dominic Chávez (Banco Mundial)
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Querido africano de bien:

La escuela privada me falló. Esa clase de escuela europea en África que insiste en un plan de estudios crónicamente colonizado. Ese tipo de escuela eurocéntrica internacional en África que equipa a los niños africanos para que sean más funcionales en Occidente que en su propio rincón de África. Esa escuela de ambiente inglés de Botsuana en la que me obligaron a memorizar el plano del metro de París durante toda la secundaria y me examinaron de ello para obtener un certificado que marcaría mi vida, mientras que nunca me enseñaron nada de mi país, con la excepción de la referencia de pasada al supergenocidio llamado con exquisitez Reparto de África, que los Todopoderosos Europeos presentaban como la organización del territorio. Africano de bien, si la historia es una representación de la memoria, me gustaría que tú y yo considerásemos qué ganamos o qué perdemos exactamente sacando al africano de esa representación.

Recuerdo lo que pasó hace seis años. Acababa de coger un avión a Johannesburgo desde Kampala. Estaba allí para un casting para una serie de televisión sobre Botsuana. Antes de que acabase la prueba, ya había conseguido uno de los papeles principales. Como es lógico, estaba encantado, sobre todo porque, aunque gozaba de una brillante carrera en Nueva York, tanto en los teatros de dentro como de fuera de Broadway, seguía teniendo el firme deseo de hacer algo en mi tierra. Al cabo de una semana estaba en Gaborone, con el guión en la mano y listo para rodar. Entonces un correo electrónico de los productores de la serie saltó en mi móvil diciendo que tras "reflexionarlo y considerarlo con suma atención", me habían excluido del proyecto por "no parecer bastante africano". La noticia fue más exasperante que decepcionante. Allí estaba yo, deseando que me hubiesen dicho que me habían descartado porque no había sido demasiado buen actor durante el casting, o que pedía demasiado dinero... En fin, cualquier otra cosa. Pero decir que no satisfacía la noción zoológica de algún director británico supuestamente africanista acerca de qué aspecto tiene que tener un africano era insultar incluso a mis ancestros. Te lo digo, africano íntegro, tú y yo tenemos que escribir y representar muchas, pero que muchas, historias sobre el África que conocemos, en la que mi dentadura perfecta no llama la atención.

Esa escuela de ambiente inglés de Botsuana en la que me obligaron a memorizar el plano del metro de París, mientras que nunca me enseñaron nada de mi país

Cuando, años después del instituto, viví en París —como era previsible—, sabía casi instintivamente cómo coger el metro de Villejuif a Centre Pompidou y Porte de Montreuil. En consecuencia, me puse a cuestionarme mi educación de manera poco menos que obsesivo-compulsiva: ¿qué clase de aprendizaje de la historia y la cultura francesas (en una escuela de Botsuana) había sido ese que, prácticamente por su propia naturaleza, tenía que desplazar a la gente como yo y como tú fuera del relato, cuando la maldita torre Eiffel fue construida por africanos esclavizados que murieron en el proceso y cuyos huesos están todavía debajo del magnífico monumento? ¿Y si en esa clase del instituto tú y yo no hubiésemos estudiado solo a las grandes cantantes francesas Patricia Kaas y Edith Piaf, sino también a su igualmente grande contemporánea Josephine Baker, y cómo esta escribió una literatura rival con su cuerpo, proclamando sobre el escenario la capacidad de actuar libremente del cuerpo de la mujer negra, nada menos que en París? ¿Fue muy diferente nuestra conciencia a esa edad por el hecho de ser productos de colegios internacionales? ¿Habríamos pasado tantos años desorientadores al acabar el instituto pidiendo disculpas por (no) ser africanos? ¿Y si hubiésemos estudiado únicamente los imperios africanos en vez de la historia francesa? Ya ves, también formamos parte de la historia como protagonistas, y no solo como personajes secundarios. Africano de bien, también tenemos que hacer muñecas que parezcan niñas africanas. Estoy divagando, pero tú ya me entiendes.

Cuando los Grandes Libros Británicos de Historia Africana cuentan la épica historia de las hazañas peripatéticas de David Livingston a lo largo y ancho de África, el relato nos presenta a sus ayudantes africanos, Susi y Chuma. Nos cuenta que Susi y Chuma eran los fieles sirvientes de David Livingstone. También nos dice que Susi y Chuma eran tan fieles a David Livinstone que cuando este murió en un lugar descrito como "el centro de África", Susi y Chuma arriesgaron sus propias vidas transportando durante meses el cuerpo embalsamado de Livingston desde la actual Zambia hasta la costa de la actual Tanzania para que el cuerpo pudiese ser enviado en barco a Londres para su entierro. Pues bien, ¿y si nos atrevemos a contar las historias de Susi y Chuma no solo como sirvientes, sino también —por emplear ese elegante término reservado a los europeos— como exploradores? ¿Qué pasaría si en nuestra versión de la historia de las misiones también contemplásemos África a través de los ojos de Susi y Chuma? ¿No veríamos que Ilala, la aldea de Zambia donde murió Livinston, en realidad no es el centro de África, sino solo un punto en la cartografía colonial lleno de simbolismo interesado?

Bajo los grandes relatos de la historia yacen historias africanas esperando a que tú, un Africano de Bien en el mundo, las cuentes haciendo honor a la verdad. Sin disculpas. Por el bien de nuestra propia humanidad.

Con cariño,

DM.

Donald Molosi es un actor de Botsuana premiado por papeles en Broadway y Hollywood, autor de We are all blue (Todos somos azules).

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