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ANTHONY LAKE | Director ejecutivo de Unicef

“La ayuda todavía es paternalista”

Anthony Lake alerta del riesgo de abandono de programas para el desarrollo por el aumento de los conflictos que requieren de más ayuda humanitaria

Alejandra Agudo
Anthony Lake.
Anthony Lake.Susan Markisz (Unicef)
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Anthony Lake nació en la primavera de 1939 en Nueva York, EE UU, pocos meses antes de que en Europa estallara la Segunda Guerra Mundial. Tenía apenas siete años cuando las Naciones Unidas, con sede en su país natal, crearon el Fondo Internacional de Emergencia para la Infancia (Unicef), un 11 de diciembre de 1946, para acudir al rescate de los niños que sufrían los estragos de la posguerra a miles de kilómetros. Nieto de un clérigo británico e hijo de un político demócrata y madre republicana, a Lake no le faltaron las oportunidades. Se formó en las universidades de Harvard, Cambridge (en Inglaterra) y Princeton. Y en 1962 comenzó su carrera diplomática en el Departamento de Estado estadounidense. Desde entonces, ha alternado la actividad docente con cargos al más alto nivel relacionados con la política exterior, la seguridad nacional, asuntos humanitarios y de desarrollo, bajo los mandatos de Jimmy Carter, Bill Clinton o Barack Obama. Etapas en las que, a veces, tuvo que trasladarse —lo mismo por unos días que por unos cuantos años— allí donde su consejo y conocimiento eran necesarios, como Etiopía, Eritrea, Bosnia o Haití.

Padre de tres hijos y abuelo de seis, le gusta bromear con los niños para arrancarles una sonrisa. También con los adultos hace alarde de su buen sentido del humor y si se le pone un español por delante no duda en señalarle que es seguidor del Barça. Así lo hace, tras un intercambio breve de saludos (tiene prisa, apenas 15 minutos que luego serán 45), en la sala Ludwik Rajchman (fundador de Unicef) en la planta 13 de la sede de la organización en Nueva York. En 2010 Ban Ki-moon llamó a Lake para el cargo de director ejecutivo de la institución. Desde entonces, asume cada día la tarea de pilotar el organismo encargado de proteger a los niños en un momento en el que la infancia se enfrenta a nuevas y crecientes amenazas, desde el cambio climático hasta la peor crisis de refugiados desde la Segunda Guerra Mundial. Y ya no vale con repartir vasos de leche como se hizo entonces, cuando la organización se ganó el apodo de lechero del mundo. De Unicef en el siglo XXI, se espera que atienda las emergencia humanitarias, sí, y mucho más. La tecnología y siete décadas de experiencia lo permiten (y exigen).

Pregunta. Unicef cumple 70 años, pero dada la situación actual, ¿hay razones para la celebración?

Respuesta. Sí, muchas. Podemos celebrar la caída de la mortalidad infantil a la mitad en las últimas dos décadas, la reducción de enfermedades, que hay más chavales en las escuelas que nunca... Avances que nos recuerdan que, incluso en medio de una combinación de crisis, cambio climático y otros retos actuales, el progreso es posible. Y esa es nuestra labor, atender a los problemas y avanzar. Y aunque no podamos resolverlos todos, sí podemos conseguir cambios para millones de ellos a base de dar lo mejor de nosotros.

P. ¿Cuáles son, en su opinión, los grandes logros de la historia de Unicef?

R. El mayor logro en siete décadas es que millones y millones de niños tienen una vida mejor. Y no solo porque exista Unicef, sino por las personas de la organización que han trabajado muy duro por los más desfavorecidos y aquellos a los que es más difícil llegar; de todas las nacionalidades, convicciones políticas o etnias… Todos. Cuando le pidieron a Maurice Pate, el primer director ejecutivo de Unicef, que asumiera el cargo, dijo que no lo haría si el organismo no atendía a cada crío, independientemente de si pertenecía a vencedores o vencidos. No lo dijo así, pero esa era su idea, aún vigente: solo queremos ayudar a los niños, no hacemos política y no queremos que los políticos decidan dónde tenemos que intervenir y dónde no.

P. ¿Y los retos?

Tenemos que evitar que Unicef vuelva a ser un fondo de emergencia

R. Pienso en el mundo de hace 70 años. Se estaba saliendo de la Segunda Guerra Mundial, la peor guerra de la historia (todavía) y había muchos refugiados. Hay muchas similitudes entre los retos de entonces y los de hoy respecto a los conflictos y la necesidad de reconstrucción y desarrollo. La diferencia es que entonces la guerra había terminado y hubo un acuerdo global para la creación de las Naciones Unidas y de otras instituciones democráticas. Había voluntad conjunta y optimista. Hoy, desafortunadamente, hay más divisiones, más llamadas en nombre de, menos progresos en la resolución de las contiendas por las diferencias políticas tanto de líderes locales como globales. Es una tragedia: 250 millones de niños están afectados por conflictos; de los más de 60 millones de refugiados y desplazados, 28 son menores que han perdido sus hogares. Muchos solo conocen la guerra. Y hay otros asuntos como el tráfico de niños, la falta de educación, matrimonios tempranos... Todos están perdiendo su infancia, y es fundamental que puedan ser niños. De hecho, si lo piensas, los conflictos son creados y avivados por adultos actuando como niños, que fuerzan a los niños a actuar como los adultos deberían.

P. ¿Cómo tiene que cambiar Unicef como institución o en su funcionamiento para solucionar los problemas de hoy?

R. El contexto es similar al del antaño, pero hay diferencias. Los líderes de hace 70 años se pusieron de acuerdo para hacerlo mejor, los de hoy han pactado los Objetivos de Desarrollo Sostenible, pero al tiempo se señalan unos a otros y enardecen los conflictos en vez de resolverlos. Pero el reto de Unicef es, en cierto modo, el mismo. Fuimos creados como un fondo de emergencia, enfocado a las crisis. Pero ya desde la primera década nos giramos hacia cuestiones de desarrollo, por ejemplo, vacunando niños. Es en estos últimos 10 años, cuando los conflictos se han intensificado y multiplicado, cuando una gran parte de nuestro presupuesto, tiempo y esfuerzos están retrocediendo a los conflictos. Por eso, uno de nuestros desafíos es evitar volver a ser un fondo para emergencias, lo que significa que tenemos que integrar acciones de desarrollo en nuestro trabajo humanitario.

Anthony Lake habla con familias que esperan para recibir asistencia médica y alimento terapéutico para los niños desnutridos en un centro sanitario móvil en Etiopía (2016).
Anthony Lake habla con familias que esperan para recibir asistencia médica y alimento terapéutico para los niños desnutridos en un centro sanitario móvil en Etiopía (2016).Tesfaye (Unicef)

P. ¿De qué modo, por ejemplo?

R. Lo hacemos cuando, en una crisis, facilitamos el acceso a la educación. Así, cuando crezcan, las sociedades tendrán personas formadas y dispuestas a reconstruir y reconciliarse. Y además tenemos que seguir desplegando programas de desarrollo en países que todavía no están en situación de crisis o conflicto, pero que están afrontando los efectos del calentamiento global.

Los conflictos son creados y avivados por adultos actuando como niños, y fuerzan a los niños a actuar como los adultos deberían

P. La forma de ayudar ha cambiado, pero, ¿es todavía paternalista?

R. Sí, demasiado paternalista. La gente que vive en comunidades sabe más sobre lo que necesitan que los expertos en desarrollo. Por eso estoy emocionado con la nueva estrategia de equidad que consiste en estar más en contacto con poblaciones más desfavorecidas y ayudar a los gobiernos para que se acerquen más a ellas. Se trata de darles una voz que no tenían. Recuerdo un proyecto llamado U-Report que empezó hace un lustro en Uganda. Unos 40.000 jóvenes del país mandando SMS sobre las condiciones en sus comunidades, controlando a profesores o a clínicas sobre vacunas... y el Gobierno lo encontró útil. Le permitía saber en tiempo real lo que pasaba en esos lugares. Hoy el programa se ha extendido a otros países, hay dos millones de U-reporters. En cierto modo, democratiza el desarrollo.

P. Además de los conflictos y el cambio climático, el crecimiento de la población es otro gran desafío. ¿Tiene Unicef programas de planificación familiar?

R. Hay dos modos de resolverlo. Uno es alentar a tener menos hijos y trabajamos con el UNFPA, el Banco Mundial y otras organizaciones sobre esto. Los estudios muestran que si hay progresos en la lucha contra la pobreza, la gente decide tener menos hijos. Y los nacimientos también decaen allí donde se reduce la mortalidad infantil y mejora la red de seguridad económica. Porque si quieres formar una familia normal de dos o tres hijos y sabes que hay probabilidad elevada de que alguno muera, tendrás más. Y como además no hay protección social para tu futuro, necesitarás a tus niños para que te cuiden cuando seas anciano. Así que, resumiendo: cuando la mortalidad infantil cae, se reduce la pobreza y hay una red de seguridad social, entonces se decide libremente tener menos hijos. Esto es un hecho comprobado.

P. Pero la población sigue creciendo. ¿Habrá que implementar programas específicos?

R. Sí, claro.

P. Menciona la importancia de las estadísticas para ello, que hace falta disponer de datos para que, como dice Unicef, todos los niños cuenten. Pero muchos no están registrados…

R. Si los niños no son contados, entonces no cuentan.

P. ¿Cómo lograr que cuenten?

R. De dos maneras. La primera es desagregar los datos. Que los Gobiernos no solo dispongan de la información a nivel nacional, sino por colectivos y comunidades. Así pueden saber dónde están las bolsas de pobreza o dónde no están llegando las campañas de vacunación. Y Unicef está trabajando intensamente en ello, incluso en nuestros propios informes y en las oficinas país. Lo segundo es implantar y usar mecanismos de registro al nacer. En muchos países hay porcentajes alarmantes de pequeños, la mayoría de zonas más desfavorecidas, que por no tener un certificado de nacimiento o documento de identidad, están fuera del sistema, no podrán heredar propiedades, ni ir a la escuela, tampoco probar su edad para evitar un matrimonio temprano. No creo que haya una conspiración para que esto sea así, simplemente el sistema no alcanza a recabar datos en donde ellos viven. La tecnología de mensajes de texto de móvil puede ayudar mucho y en ello estamos.

P. ¿A alguien le interesa que personas tan pobres sean invisibles, que no cuenten en las estadísticas?

R. No lo creo. Esa idea es muy conspirativa. En seis años me he reunido con muchos ministros tanto en Nueva York como en mis viajes y no creo ser tan ingenuo. Cuando les he comentado las ventajas y desventajas de este tema, y no importa si venían de democracias o dictaduras, entienden la importancia de llegar a los más desfavorecidos. Primero porque es lo correcto, a algunos les importa y a otros no, eso es verdad. Segundo, porque se preocupan por el futuro de sus sociedades, y si no cuentas con educación o sanidad, el futuro está en riesgo. El Fondo Monetario Internacional, que no es una organización de izquierdas, demuestra en sus estudios que un crecimiento económico inclusivo es más consistente.Y no lo vas a conseguir si una gran parte de población está en situación de pobreza o la crece la brecha entre ricos y los que no lo son. Así que los Gobiernos se esfuerzan en contar y ayudar a todos, no solo por razones humanas y por respecto a los derechos de los niños, sino para mantener la estabilidad política y la seguridad.

P. Si no falla la voluntad, entonces, ¿llegar a los más pobres es un problema de inversión?

Todo el tiempo, me pregunto que habrá sido de los niños que he conocido

R. Tradicionalmente, los Gobiernos y los que trabajamos en desarrollo, vemos la importancia de llegar a los más desfavorecidos, pero es muy costoso y difícil. Hay, sin embargo, estudios sobre el coste efectividad que revelan que un mismo programa en un área de gran necesidad va a tener un mayor impacto que otro para grupos menos necesitados. La cuestión es si los resultados adicionales en un área desaventajada son suficientes respecto a los costes adicionales que supone llegar a esa zona. Si es así, entonces una intervención es coste efectiva. Y con eso podemos ir a los ministros de finanzas o a los donantes y decirles: "Mira, si quieres un retorno de tu inversión, hazla en las zonas más desfavorecidas y lo conseguirás".

P. Hay muchos datos sobre niños menores de cinco años, el índice de mortalidad, desnutrición, las enfermedades que les afectan... Pero, ¿falta información sobre los jóvenes, los adolescentes?

R. Efectivamente no hay tantos estudios detallados sobre adolescentes. Creo que, en parte, tiene que ver con los sentimientos. Los bebés desencadenan una respuesta mucho más emocional que los jóvenes. Así que la respuesta a la pregunta es sí. Y tenemos que hacer un mejor trabajo con esto por varias razones. Una de ellas es que la violencia hacia y entre chavales es un problema creciente. Recuerdo un estudio sobre América Central que desvelaba que el número de los niños que habíamos salvado hacía 15 años cuando eran pequeños era menor que el número de adolescentes que estaban siendo asesinados. Así que estábamos perdiendo en la pubertad lo que habíamos conseguido cuando eran pequeños. Debemos hacer seguimiento de esta cuestión para abordarla mejor. Otra de las razones, en la que estamos incidiendo, es que el segundo mayor asesino del mundo de adolescentes es el VIH; el primero en Sudáfrica. Tendemos a pensar que la lucha contra el sida está casi acabada porque hemos conseguido grandes progresos. Y es cierto que los hay, por ejemplo, en frenar la transmisión de madres a hijos, pero tenemos que hacer más respecto a la transmisión entre los chavales tanto desde el punto de vista estadístico, como en la ejecución de programas.

Las seis pequeñas inspiraciones de Anthony Lake

A. Agudo

Pregunta. Cuando está en casa o en su oficina de Nueva York, ¿recuerda la historia de algún niño que se haya cruzado en su camino?

Respuesta. Las recuerdo todo el tiempo... ¿Solo una historia? Esto me va a llevar unos cuantos minutos... Siempre me pregunto dónde estarán ahora los que he conocido. Recuerdo una que tiene que ver con lo que decía sobre la educación en las emergencias.

1. Conocí a una cría en el campo de Zaatari hace cinco años, estaba en una tienda de campaña, en una escuela temporal que había levantado Unicef. Después la vi un espacio seguro para los niños jugando, y bromeando le pregunté: "¿Preferirías estar de vuelta en tu tienda o aquí jugando con tus amigos?". Pensé que me diría que jugando con sus amigos, pero me dijo que querría volver a allí porque quería ser doctora.

2. También recuerdo a un grupo que conocí en Líbano, donde no había escuela formal para niños sirios refugiados. Me dijeron que querían ser médicos, abogados, ingenieros... profesor, profesor, profesor. Y me parte el corazón pensar que si pierden su educación, va a ser difícil que lo consigan. Les pregunté cómo se divertían y señalaron a un chico, me contaron que escuchaban sus poesías. Él me dio sus versos, en árabe, pedí traducirlos. Trataban sobre sus deseos de reunirse con su madre y volver a Siria si moría.

3. Otro es un chico refugiado que conocí hace dos meses en una escuela de Estocolmo –los suecos lo están haciendo bastante bien dándoles formación a los refugiados— que había recorrido desde Afganistán a Irán y Turquía, donde fue separado de su familia; de ahí a Grecia, Alemania, Dinamarca y Suecia. Había hecho ese camino por su cuenta con solo 15 años. Le pregunté por qué llegó hasta Suecia y él respondió que había oído que allí recibiría la mejor formación para ser médico. Y si mis niños se siguen quejando de sus deberes les contaré la historia de este chico (ríe).

4. También en mi mesa tengo la foto de un pequeño yemení que estaba siendo tratado de desnutrición aguda en el hospital que visité —hay más de medio millón de críos en riesgo de muerte por falta de alimentos en este desastre olvidado—, estaba muy delgado y su madre muy preocupada, lo vi en sus ojos. Intenté hacerle reír y tomé la foto. Me pregunto qué le pasó.

5. Y quiero hablar de Saja, una niña de Alepo. Ha perdido una pierna, pero quiere ser entrenadora porque ella era gimnasta. Sigo en contacto con ella y su madre por Skype y me han dicho que le va bien, que es muy buena en el colegio y se ríe mucho. Es inspiradora. Pero hay muchísimos en diferentes lugares en los que he estado de los que no sé nada.

6. Hay otra chica, en un campo de refugiados en Líbano. Tenía una muñeca que se había hecho ella misma y me la presentó. Le dije que era muy bonita y me contestó que había dejado a la verdadera en Siria para que cuidase de su casa, y que se había fabricado esa otra hasta que volviera con la real a su hogar. Si los Gobiernos y los líderes que cometen crímenes de guerra fueran más responsables, ella podría regresar a su casa y recuperar su muñeca.

Sobre la firma

Alejandra Agudo
Reportera de EL PAÍS especializada en desarrollo sostenible (derechos de las mujeres y pobreza extrema), ha desarrollado la mayor parte de su carrera en EL PAÍS. Miembro de la Junta Directiva de Reporteros Sin Fronteras. Antes trabajó en la radio, revistas de información local, económica y el Tercer Sector. Licenciada en periodismo por la UCM

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