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PUNTO DE OBSERVACIÓN
Columna
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Las escaleras se suben y se bajan

Trump exige una vigilancia intensa y una reivindicación diaria de la razón como guía de pensamiento

Soledad Gallego-Díaz
Trump sale del edificio del Capitolio, el 10 de noviembre.
Trump sale del edificio del Capitolio, el 10 de noviembre.SAUL LOEB (AFP)

Es posible que en los próximos días, se alcen bastantes voces pretendiendo trivializar y suavizar la victoria de Donald Trump: los intereses norteamericanos dejan poco margen para que un presidente modifique su política exterior; los intereses financieros no le permitirán cambiar sustancialmente su política económica.

Lo curioso de esta teoría es que pretende tranquilizar anunciando que solo puede haber grandes cambios en “cosas menores”. Si no puede llevar adelante los cambios prometidos en política exterior y en economía, ¿qué le queda a Trump para mantenerse en el poder? Lo ya conocido: acentuar sus rasgos más extremistas y reaccionarios en políticas “no decisivas” como, por ejemplo, las políticas de odio, el acoso a los musulmanes, el cerco a los homosexuales, la demolición de políticas tolerantes y amables, como el sistema de salud puesto en pie por Obama… Tranquilidad, nos dicen, porque el nuevo presidente solo podrá asentarse en la Casa Blanca logrando que cada vez más norteamericanos se obsesionen con la grandeza, la identidad estadounidense, el odio hacia el musulmán… cosas que, si lo piensan bien, quizás no tienen tanta importancia.

En realidad, es eso precisamente lo que debería aterrorizarnos. Que nuestro mundo cotidiano se llene de hechos inexplicables por las leyes de la razón, que no existan motivaciones claras, razonadas, para el comportamiento de los ciudadanos que nos rodean ni, al poco tiempo, para nuestro propio comportamiento. Es así, ya lo sabemos (lo escribió José María Ridao), como se llega a la barbarie: eligiéndola paso a paso. Con la elección de Donald Trump se ha bajado un escalón más hacia el infierno (quizás dos, de golpe), pero hace tiempo que se ha abierto la cancela de esa escalera. ¿Qué son sino escalones hacia el infierno las políticas europeas de inmigración, capaces de abandonar a su suerte a decenas de miles de personas que no han cometido delito alguno y a las que se impide acceder a la emigración por vías normales?

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Muchos escritores europeos, novelistas, historiadores, poetas, nos explicaron en el siglo pasado que no hay manera de saber si el escalón que se acaba de bajar va a resultar el escalón letal. Lo único que se puede hacer es ser consciente de que siempre se ha tratado de decisiones, no de catástrofes naturales, y que en tanto que elecciones humanas es posible revertirlas, combatirlas, pelearlas y discutirlas. Las escaleras se suben y se bajan. Todo dependerá de cómo reaccionemos nosotros y de cómo reaccionen los demás. En EE UU y en Europa. Cómo reaccionen quienes todavía creen que el pensamiento político debe regirse por la razón y no por autenticidades indiscutibles de ningún tipo.

No cabe esperar apático a comprobar el grado de toxicidad del sótano hacia el que descendemos

La razón necesita dialogo, equilibrio, dudas y capacidad para romper la cadena causa/efecto que seguramente funciona en la naturaleza pero que tanto dolor ha provocado a la humanidad. La razón valora el espacio público como un espacio en el que se puede, y se debe, rebatir y combatir, en el que elegir continuamente entre opciones, pequeñas, cotidianas, rutinarias que te alejan o te acercan al precipicio.

Lo que no cabe es mantenerse al margen y esperar apático a comprobar el grado de toxicidad que tiene el sótano hacia el que descendemos. Trump exige una vigilancia intensa y una reivindicación diaria de la razón como guía de pensamiento. Sin vacilar ni flaquear.

Quizás la UE no esté en el mejor momento para asumir ese papel, pero es todo lo que hay. Quizás habría afrontado mejor el peligro si no hubiera echado por la borda, al inicio de la crisis, su habilidad para crear voluntades políticas comunes, a cambio, exclusivamente, de la hegemonía alemana. Ahora Merkel y su equipo se van a encontrar demasiado solos, parcheando un muro tras el que avanza el invierno.

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