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La tuberculosis se resiste

La tasa de infectados y los fallecimientos bajan, pero no al ritmo necesario para erradicar la pandemia

Venkatesh, de 45 años, enfermo de tuberculosis en Htpalli (India).
Venkatesh, de 45 años, enfermo de tuberculosis en Htpalli (India).LOLA HIERRO
Pablo Linde
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La tuberculosis se resiste a ser vencida. Aunque el número de muertes por el bacilo decreció un 3,3% el año pasado, hasta los 1,8 millones, continúa siendo la enfermedad infecciosa que más muertes causa en el mundo, por delante del sida, según las estimaciones que ha publicado este jueves la Organización Mundial de la Salud (OMS) en el informe mundial de la dolencia. Pero el verdadero problema de fondo es que las infecciones no caen al ritmo necesario para acabar con ella.

El número de nuevos infectados alcanzó los 10,4 millones en 2015, lo que supone una bajada incidencia de la enfermedad del 1,5%, pero es algo claramente insuficiente para cumplir los objetivos que la comunidad internacional se ha marcado dentro de los Objetivos de Desarrollo Sostenible. El reto es acabar con la pandemia (que no con la enfermedad) para el año 2035; en otras palabras, reducir el número de muertes en un 95% y la incidencia en un 90% (empezando a contar desde 2015). El primer hito en el camino para llegar hasta allí pasa por una reducción anual del 4,5% de la incidencia de aquí a 2020. Mucho se tiene que mejorar en los próximos ejercicios para lograrlo.

Aunque si se compara el informe con el de 2015 la impresión es que tanto el número de infectados como de muertes subió (entonces se cifraron en 1,5 millones), lo cierto es que la contabilidad de la OMS ha cambiado. Los datos se basan en estimaciones y los que aportaba la India, el país con mayor número de enfermos —más de una cuarta parte de todos los afectados en el mundo— se han revisado al alza por tener mejores herramientas de medición.

Más allá de problemas de contabilidad, los datos indican que, al contrario que las otras dos grandes pandemias, la malaria y el sida, cuyas cifras están mejorando de forma contundente, la tuberculosis, la más antigua y conocida de las tres, no acaba de ser atajada. Y eso que para ella hay una cura. Con un tratamiento que dura seis meses los enfermos de la variedad más simple y frecuente de la enfermedad sanan y dejan de ser contagiosos en pocas semanas. Y, mirando el lado positivo, esto ha conseguido que las muertes se redujeran en un 22% entre 2000 y 2015.

Cada año, unas 480.000 personas desarrolla la variante más agresiva de la enfermedad, aquella que no responde a los fármacos de primera línea

¿Cuál es entonces el problema para acabar con la tuberculosis? Son varios. Por un lado, es una enfermedad que suele golpear a los más pobres, a quienes tienen menos acceso a los servicios sanitarios. El bacilo que la causa se propaga mejor entre ambientes cerrados, de poca ventilación y condiciones poco salubres. En los países con mayor presencia en términos absolutos (India, China, Pakistán y Sudáfrica), muchos de los infectados ni siquiera saben que la tienen y van propagándola en sus entornos. El diagnóstico es uno de los retos: más de un 40% de las nuevas infecciones en el mundo durante 2015 no fueron notificadas a las autoridades.

Otro problema es la resistencia. Cada año, unas 480.000 personas desarrolla la variante más agresiva de la enfermedad, aquella que no responde a los fármacos de primera línea. Sucede por dos causas: que algunos enfermos dejan la medicación cuando comienzan a sentirse mejor en lugar de completar el tratamiento de seis meses, lo que provoca que el bacilo no se elimine del todo y sepa cómo luchar contra el medicamento. O, cada vez más, que el paciente directamente se contagie de bacterias resistentes. Aquí la solución no es tan sencilla, los tratamientos se alargan y no son tan efectivos, aunque recientemente una nueva combinación de fármacos ha logrado acortar la terapia a ocho meses, frente a los 20 que solía durar, y ha mejorado la eficacia al 80%, frente al 50% anterior.

La estrategia de la OMS para acabar con la tuberculosis se apoya en tres pilares: la prevención y los cuidados centrados en el paciente, para que todos tengan acceso al diagnóstico, la medicación y se sientan comprometidos con su propia curación; las políticas y los sistemas públicos, que deben incluir cobertura universal para tratar a todos los pacientes y, finalmente, intensificar la innovación, para encontrar fármacos más efectivos, tratamientos más cortos y una vacuna que prevenga la enfermedad.

Más allá de los enfoques para conseguir terminar con la tuberculosis, hay algo imprescindible: dinero. En 2015 los países de medios y bajos ingresos dispusieron de 6.600 millones de dólares (unos 6.000 millones de euros) para luchar contra la enfermedad, de los cuales el 84% fueron recursos de esos mismos países. Sin embargo, según afirma el estudio, los más pobres todavía dependen en un 90% de los donantes. Según las estimaciones de la OMS, harían falta otros 2.000 millones de dólares (unos 1.815 millones de euros) adicionales para acabar con la tuberculosis.

Sobre la firma

Pablo Linde
Escribe en EL PAÍS desde 2007 y está especializado en temas sanitarios y de salud. Ha cubierto la pandemia del coronavirus, escrito dos libros y ganado algunos premios en su área. Antes se dedicó varios años al periodismo local en Andalucía.

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