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el médico de mi hij@
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Fiebre, dolor de cabeza, mareo... ¿No será un golpe de calor?

Dejar un rato al niño en el coche en verano es suficiente para que el cuerpo se sobrecaliente

Una calle de Sevilla el 1 de agosto de 2003. El termómetro marca 56 grados
Una calle de Sevilla el 1 de agosto de 2003. El termómetro marca 56 grados GARCÍA CORDERO

La evolución del ser humano desde los neandertales hasta hoy nos depara y nos deparará grandes beneficios. Si bien nuestro cerebro es algo más pequeño que el de aquel, está más desarrollado y entrenado para las actividades de nuestra época: ya no hay que cazar mamuts, ni dinosaurios (ya sé que no coincidieron en el tiempo, pero permítanme la licencia) así que ni la fuerza ni las habilidades de supervivencia son tan necesarias.

Quizás esto nos haya hecho mucho más tecnológicos, más listos, más desarrollados. Pero algo hemos tenido que perder a cambio, algo de lo que ellos sí disponían. Veamos:

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Es muy probable que la caza, su medio de vida, les hiciera nómadas, buscando por olfato o por huellas en suelo y arboleda cualquier cosa que pudiera ser abatible y cocinada. Ahora el tamaño de lo abatido tiene que ser reducido para que quepa en el microondas.

El hecho de buscar nuevos territorios les haría buscar lugares más placenteros, ya sé que todavía no había empezado el cambio climático, pero alguna glaciación o periodo intermedio les tocaría. Lo que es seguro es que no irían en agosto desde Atapuerca a Gandía, Benidorm o cualquier otra playa de levante. Más bien los cavernícolas españoles buscarían en el norte al oso gallego para las chuletas o al pterodáctilo asturiano por comer algo parecido a las alitas de pollo.

A ningún hombre primitivo se le ocurría correr sin sentido de un sitio a otro y menos durante la canícula, no usaban calzoncillos, ni existía Decathlon para comprar ropa deportiva, no había runners, reposaban, pintaban las paredes, contaban historias y esperaban la puesta de sol para salir sin morir abrasados. Cazaban al alba como Trillo reconquistaba Perejil.

Evidentemente, en aquel entonces no había Internet ni diario EL PAÍS por lo que no podían estar informados del tiempo que iba a hacer, ni de los avisos de la AEMET de los que ahora nosotros dependemos; luego ya hemos perdido algo, esa capacidad innata para predecir el frío o del calor, instinto que hacía que protegieran correctamente a sus bebés poniéndolos a la sombra en el interior de la caverna y no los vistieran en el verano primitivo con pieles de Zara o El Corte Inglés.

Nosotros evidentemente hemos perdido esas capacidades, por eso nos vamos a las playas del sur o de Levante, nos metemos en apartamentos sin aire acondicionado orientados a Poniente, jugamos en la playa a mediodía con los críos mientras se recalienta el arroz en la paella del chiringuito, aguantamos atascos entre Torrevieja y sus alrededores, mosquitos tigre, medusas y vendedores de alfombras en la playa. Papás y singles vigoréxicos corren por el paseo a pleno sol, los mayores de 40 huyen de sí mismos ataviados con su cinta en el pelo y su marcapasos marcando el bíceps.

Por haber perdido y olvidado ese instinto básico, tenéis que aguantar mi artículo recordando que existe una enfermedad, un accidente, derivado de esta incongruencia, el golpe de calor. Es cuando el cuerpo se sobrecalienta por encima de los 40 grados y pierde la capacidad para autoenfriarse. No puede sudar y el cerebro se recalienta sufriendo e incluso cociéndose hasta la muerte. No olvidéis que el cerebro está encerrado dentro del cráneo y funciona como una olla a presión.

Un rato que dejemos al crío dentro del coche en el aparcamiento, “si solo he ido a pagar el ticket”, un tiempo de parque, unas carreras de esas que les gusta a los peques moviéndose de un lado para otro como pollo sin cabeza mientras tú sigues una línea recta, atravesar una rotonda andando de esas que tanto les gusta ahora a los alcaldes o una plaza adornada con farolas o estatuas modernistas de hierro, muy bonitas o no, pero que no dan sombra. Son situaciones que en estos días pueden hacer que nuestros hijos sufran una sensación desagradable, con temperatura alta, fiebre, dolor de cabeza, piel seca sin sudor, mareos o delirios e incluso pueden aparecer convulsión y colapso.

Estos días se ve con frecuencia en la consulta a niños con fiebre, dolor de cabeza y mareo. Son los primeros síntomas, el niño ha estado en su campamento urbano demasiado tiempo al sol o en la piscina demasiado tiempo jugando fuera porque tenía que esperar a hacer la digestión (no, no hace falta, leed mi artículo anterior). No es un virus, no es que haya cogido frío, todo lo contrario, es un golpe de calor, como todo golpe los hay tipo bofetada y tipo puñetazo; en este caso, si solo es una bofetada, lo solucionaremos bajando la temperatura del crío y dando abundantes líquidos.

En los casos más importantes es fundamental bajar rápidamente la temperatura en las primeras horas tras sufrir los síntomas, e incluso si el niño no se encuentra bien llamar al 112.

Para la próxima vez irá con su gorra del Atleti que son las mejores, camiseta de Peppa Pig, beberá agua y se mantendrá en el interior de la caverna durante las horas centrales del día como hacía su abuelo, el primitivo.

Jesús Martínez es pediatra, autor del libro y del blog El médico de mi hij@ y director médico de Mamicenter.

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