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LA PARADOJA Y EL ESTILO
Columna
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Una piel nueva

Marta Ortega ha aprendido a domar su timidez. Con ella no pasará como con otras herederas millonarias; está dispuesta a convertir cada portada en un orgulloso trofeo. Zara ya tiene cara

Boris Izaguirre
Marta Ortega, en un concurso hípico en Saint-Tropez el verano pasado.
Marta Ortega, en un concurso hípico en Saint-Tropez el verano pasado.Getty Images

Los científicos del Massachusetts Institute of Technology (MIT) acaban de ofrecer un valioso avance en la lucha contra el envejecimiento: un gel de polímeros biocompatibles con el organismo humano que actúa como una segunda epidermis. Su resultado puede proteger la piel de las heridas y restaurarla de los efectos del envejecimiento. Eliminar arrugas, manchas, bolsas. Crearte una cara más dura con una piel nueva.

Hay muchos tipos de pieles. Marta Ortega, amazona y heredera del imperio Inditex, acaba de ser coronada en la portada de ¡Hola! La prensa del corazón anda siempre hambrienta de pieles nuevas y qué mejor que la heredera de la segunda fortuna del planeta, que es tan española como la revista. Una bicoca. Marta ha aprendido a domar su timidez y está lista para saltar, con la ayuda del departamento de Diseño de Zara, después del divorcio y la celebración del 80 cumpleaños de su papá. Con Marta Ortega no pasará como con otras herederas millonarias, que se refugian en matrimonios y se apartan de las portadas. Está dispuesta a cabalgar en esta nueva hípica y convertir cada portada en un orgulloso trofeo. Zara ya tiene cara.

En la fiesta por el 40º aniversario de EL PAÍS y entrega de los premios Ortega y Gasset, vi de cerca las pieles de los protagonistas del culebrón electoral. Susana Díaz me abordó dicharachera recordándome que en esta columna le había afeado su uso de medias en un siglo que las ha eliminado de las piernas femeninas. Pedro Sánchez me hizo pensar en un galán de telenovelas adaptándose al papel de centurión romano con un ejército disperso. Albert Rivera me recordó a un deportista muy ocupado, entrenado y con prisa. Pablo Iglesias me pareció sacado de Zabriskie Point, la película hippy de Michelangelo Antonioni. Sin embargo, fue con el que más hablé, o el que más me habló, unos breves minutos de charla sobre Juego de tronos y House of Cards, las dos series con las que puedes romper el hielo e incluso hasta formar gobierno.

Mis amigos, al día siguiente, querían saber todo sobre él, pese a que no le votarán. “¿Cómo es? ¿A qué huele?”. No percibí una colonia en especial a su alrededor, salvo la mía cada vez más primaveral tirando a naranja y jazmín, pero noté la naturalidad telegénica con que manejaba nuestro dialoguito. Iglesias me recordó a mis amigos heterosexuales del instituto que se tomaban como una responsabilidad protegerme de los intolerantes. “A mí me gusta ver las series de una tacada”, dijo mientras nos separaban cuando por la derecha se acercaba Alicia Koplowitz, creando una perfumada paradoja de los 40 años de democracia. Pieles nuevas rozándose con otras ricas en polímeros y números.

Una nueva piel puede entenderse como una segunda oportunidad. Es lo que esperamos que les suceda a los señores Alcántara: Imanol Arias y Ana Duato, envueltos en una batalla judicial por presunta desviación de impuestos. Han sido durante casi 15 años nuestro matrimonio favorito y no fue agradable ver a Duato declarar a las puertas del juzgado compungida y traicionada por su contable, el compiyogui Fernando Peña Álvarez. La serie emblemática de la televisión pública también cae presa del mal más emblemático del país y, además, sus personajes son defendidos por abogados que defienden a otras figuras emblemáticas, como Luis Bárcenas. Por momentos quieres pensar que se trata de una treta de los guionistas para acercar Cuéntame a la actualidad. Pero no, no es una trama. Sirve, quizás, como reflexión de que todo eso por lo que tanto lucharon los Alcántara de Cuéntame al final acaba por convertirlos en otras víctimas de lo presunto, con sus nombres emborronados en un papel de Panamá.

Todas estas noticias me acompañaron en un rodaje sobre el apóstol Juan Bautista en el que interpreto a Poncio Pilato, algo que jamás imaginé. Soy el peor actor del mundo: fingido, sobreactuado, aflautado, pero mi marido insistió en que esto sería una nueva piel para mí. Así que me encontré en la Alcazaba de Almería, con una suntuosa túnica escarlata con pesados broches dorados y una corona de laureles de piel sintética sobre las cejas para disimular los cables del micrófono. Mi compañera de escena, Alicia Machado, famosísima actriz de Televisa y Miss Universo 1996, me miraba vestida de sacerdotisa discotequera y sexy. “No pienses tanto”, me dijo. “Actuar es dejarse llevar, mi amor. Estamos en Judea, con dátiles y tequila”.

Por eso, apenas pisé Madrid, corrí a ver Julieta, la película de Pedro Almodóvar, también afectada por los papeles de Panamá. El bello cine Palafox estaba lleno y me dejé llevar por la película, tanto que llegué a pensar que se trata de una reflexión sobre España y de cómo conseguir una piel nueva.

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