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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Nosotras, esas madres ejemplares

Cecilia Jan

Leo la columna de Elvira Lindo Una madre poco ejemplar con sentimientos encontrados. Por una parte, coincido con ella en la poca importancia que le doy al Día de la Madre, fiesta que celebro solo en mi condición de hija, porque a mi madre le hace ilusión. También ha conseguido despertar mi interés en el libro que cita de Angelika Schrobsdorff, que no conocía ni de oídas y que incluiré en mi lista de lecturas pendientes. Sin embargo, tras leer la columna, me quedo con la desagradable sensación de haber sido observada, juzgada y sentenciada de un plumazo, y conmigo, toda las madres de mi generación.

“Encuentro, y que me perdonen las actuales madres coraje, que ha sobrevenido de pronto una maternidad agobiante en la que parece que sólo hay una manera de hacerlo bien y es la de entregarse a la crianza sin pausa ni tregua”, escribe. Mi único rasgo de madre coraje consiste en comerme las decenas de chuches que les regalan a mis hijos en los cumpleaños para que no sean ellos los que se empachen y soportar estoicamente el frío en el parque. Por lo demás, pasados los primeros meses de vida de mis polluelos, ese periodo en el que haces un paréntesis en tu anterior vida por circunstancias de la producción, que diría el Estatuto de los Trabajadores, he vuelto a dormir, a trabajar, a ir al baño sola, y he ido recuperando o añadiendo aficiones.

Y es lo que veo en las madres que me rodean. Cómo pasan de unos primeros meses, quizás hasta dos años, de dedicación casi exclusiva, a volver hacer deporte, a ir a clases de pintura, a hacer teatro, aunque sea en el grupo de madres del cole, a leer, aunque sea a saltos, a hacer viajes de trabajo o de placer al otro extremo del mundo, aunque sea con un pequeño nudo en el corazón y en el estómago al partir. Quizás nuestras vidas sean menos emocionantes que en la bohemia Berlín de los años veinte o que en la movida de los ochenta, pero creo que también somos madres que no dejamos de ser nunca, parafraseando a Elvira Lindo, mujeres con anhelos, ganas de divertirse, angustias, miedos. Quizás vivamos más agobiadas, pero no por entregarnos a la crianza sin pausa ni tregua, sino porque ahora no nos conformamos con ver a nuestros hijos crecer en pijama, no porque sea un “acontecimiento histórico del que no hay que perderse ni un solo instante”, sino porque, en fin, nos apetece.

No sé si haber dado el pecho durante seis meses en exclusiva y chupitos cuando lo han querido mis niñas hasta casi los cuatro años supone “entregarse a la crianza sin pausa ni tregua”. O quizás lo sea haberme cambiado a la única sección del periódico que me permitía un horario de mañana para ver a mis hijos, porque si quise tenerlos fue para verlos, disfrutarlos y sufrirlos. Pero durante ese tiempo, he trabajado, salido a cenar y al cine, he escrito un libro, dado alguna conferencia, me he ido de escapada en pareja…

Quizás se refiera a esas madres que renuncian al trabajo fuera de casa para cuidar de sus hijos. De esas también conozco unas cuantas. Las que hacen cuentas y ven que todo lo que ganarían por pasar las tardes fuera de casa se les iría en pagar a alguien para que se quedase con sus hijos. Las que, incluso con carrera universitaria y puestos de responsabilidad los abandonan porque es lo que les pide el corazón y se lo pueden permitir… Madres a las que miro con una mezcla de envidia y admiración. Envidia cuando a los seis meses tuve que dejar a mis bebés, que no eran más que cachitos con carne totalmente dependientes, para volver al trabajo. Admiración porque muchos días trabajar fuera es mucho más fácil que bregar con la casa, las comidas y los niños.

Por supuesto, estoy lejos de ser una madre ejemplar. Aunque he aprendido a hacer bizcochos y magdalenas, mis hijos comen poca fruta y verdura, no se duchan todos los días -a veces ni cada dos- y con frecuencia descubro con cierta vergüenza que llevan los pantalones agujereados y las uñas de un largo más que reglamentario. Aunque trato de ser comprensiva, dialogante y empática, me descubro más veces de las que quisiera pasando al lado oscuro, gritando, amenazando y castigando por tonterías. Aunque me gustaría ir a clases de salsa y viajar más, los abuelos están mayores como para encasquetarles a tres niños terremoto más de una noche cada varios meses. Aunque me gustaría leer más, el cansancio de la vida diaria me limita a la novela negra, que desengrasa y se lee con poco esfuerzo, y a algún Cuore perdido que llega a mis manos en forma de placer culpable.

No me siento “sometida a la exigencia de ser un modelo de perfección”. No más allá de mi propia autoexigencia como mujer perfeccionista y sobreinformada. No, no siento que la sociedad actual o que las madres que me acompañan me exijan ser un modelo de perfección. Pero sí siento las críticas de generaciones anteriores de madres por defraudar su modelo. Por querer vivir la maternidad de forma distinta a ellas. Vosotras ya tuvisteis vuestro momento. Seguro que entonces también os fastidiaron las críticas de vuestras madres, abuelas y suegras. Dejadnos a nosotras vivir el nuestro, seamos o no madres ejemplares.

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Sobre la firma

Cecilia Jan
Periodista de EL PAÍS desde 2004, ahora en Planeta Futuro. Ha trabajado en Internacional, Portada, Sociedad y Edición, y escrito de literatura infantil y juvenil. Creó el blog De Mamas & De Papas (M&P) y es autora de 'Cosas que nadie te contó antes de tener hijos' (Planeta). Licenciada en Derecho y Empresariales y máster UAM/EL PAÍS.

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