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Gerard Butler: "He seguido rodando después de atropellarme un coche"

Mide 1,88, habla a gritos y durante nuestra cita pide un chuletón. Hablamos con el rostro que encarna el lío de ser hombre hoy El actor escocés es imagen de la fragancia Boss Bottled y estrena dos películas

Tom C. Avendaño
Gerard Butler posando en exclusiva para ICON vestido de Boss.
Gerard Butler posando en exclusiva para ICON vestido de Boss.Pawel Pysz

Cuánto más avanza el siglo XXI, más voces se suman a la idea de que la masculinidad no existe, que es solo un nombre empleado a lo largo de los siglos para justificar comportamientos realmente aleatorios. El actor Gerard Butler (Escocia, 1969) sí existe. Mide metro ochenta y ocho, tiene extremidades que parecen de ternera, una presencia perceptible hasta por quien se encuentra de espaldas a él y una voz, prácticamente todo gruñido, que le sale desde lo más abisal del torso. Precisamente con esa voz alcanzó la inmortalidad hace nueve años al pronunciar una de las frases más repetidas del cine moderno. En 300, la fantasía épica sobre la batalla de Termópilas, su personaje, Leónidas, arenga a las tropas bramando: “¡Esto es Esparta!”, y Butler asegura que casi una década después aún es lo que oye susurrar a la gente cuando le ven por la calle. Hace escasos minutos, sin embargo, lo que ha hecho esa voz es pedir que le suban un chuletón de ternera y una barrita de cereales a la habitación del hotel madrileño donde tiene lugar esta entrevista. El viernes 8 de abril estrena el thriller Objetivo: Londres.

Lo que nos define tampoco es tan estricto. Mi vida no es una única profesión, porque he tenido varias, sino un viaje en el que ha habido de todo. Y así es la existencia de cualquier hombre. Una búsqueda continua de cosas que nos suenen a verdad

Pero ahora lleva un rato callado, con los ojos aguamarina clavados en el suelo, la media sonrisa de alguien que está pensando dibujada en el rostro. Estaba contando todas las fechorías que comete su personaje, Set, la deidad de la fuerza bruta y lo incontenible, en su nueva película, Dioses de Egipto (estreno en España en junio), y le ha asaltado la duda de si ha hecho de malo antes, en alguno de sus nueve años como actor en la primera línea de Hollywood.

“¡Eh, Alan! ¿¡¿He hecho alguna vez de malo?!?”, vocea repentinamente, sin cambiar la postura, proyectando el grito al suelo con tanta fuerza que rebota y va directo a la habitación contigua, en la que se encuentra su asistente.

“Estoy pensando…”, se oye la tenue respuesta desde la otra estancia. “Creo que no”.

“El Fantasma [de El fantasma de la ópera, la adaptación del musical que protagonizó en 2004] supongo que era un poco malo”, recuenta en voz alta, con ese estilo tan despreocupado con el que habla, como de estar en una sobremesa que se ha prolongado un buen rato. “Y en Un ciudadano ejemplar [un thriller en el que interpretó a un asesino en serie en 2009] desde luego…”. Vuelve a quedarse absorto, dándole vueltas a las 19 películas que ha rodado desde que alcanzó el estrellato. Ha hecho de padre de familia asustado y protector en thrillers de acción. Ha hecho de cerdo machista y de exnovio que finge no tener el corazón roto en comedias románticas. De agresivo comandante militar en batallas de época. De veterano que tiene que enseñar a discípulos más jóvenes en una cinta de deportes. De soltero carismático que culpa al mundo de su incapacidad para madurar y de marido perfecto en diversos dramas.

Gerard Butler no sabe si ha encarnado a muchos malos, pero lo que es seguro es que ha encarnado a muchos hombres marcados por el hecho de ser hombres.

Pawel Pysz

Cómo ser un nombre en Hollywood – El negocio de representar la masculinidad en Hollywood no es tan lucrativo como puede parecer. La pantalla demanda arquetipos, y los arquetipos cambian con las modas, así que las trayectorias suelen ser cortas (en los últimos 30 años hemos pasado del enigmático exotismo de Rutger Hauer y la ciclada ingenuidad de Kurt Russell a la mirada amenazante de Ray Liotta y de ahí a la juvenil alegría de Josh Harnett). Y quienes aguantan en el tiempo pocas veces se pueden permitir cambios de registro en otros géneros (Sylvester Stallone, Sean Connery, Lee Marvin o John Wayne, por ejemplo). Butler es una rareza que está logrando ambas cosas a la vez.

Su secreto fue adelantarse a la caducidad de la virilidad clásica y ser de los primeros en dotar a sus personajes de una vulnerabilidad cada vez más característica. No recuerda el momento en el que se propuso hacerlo así, pero, a decir verdad, tampoco recuerda un momento en el que le gustasen los personajes sin dobleces. Ni siquiera postrado ante la televisión en Paisley, el pueblo de 80.000 habitantes en el sur de Escocia donde forjó su vocación. “De pequeño me identificaba con los personajes más imperfectos. ‘¡Quiero ser ese Cazafantasmas y lanzar un rayo y hacer…!”, recuerda, escenificando una caída. “Me gustaban Brando y, sobre todo, Paul Newman… Ese sí que sabía hacer de héroe roto. De desastre que te encanta porque te identificas con sus imperfecciones, con su egoísmo y su estupidez”.

Bebía hasta atreverse a correr delante de los trenes. Hasta acabar las botellas y celebrarlo rompiéndolas contra su propia cabeza. Hasta amanecer con heridas en el cuerpo y sin un recuerdo en la mente. En una ocasión, se despertó en París. En otra, durante una estancia en Los Ángeles, en prisión.

A ojos estadounidenses, Butler derrocha atavismo de Viejo Mundo: parece a la vez el padre y el marido del público. Es mitad Brideshead y mitad Budweiser. Pero sobre todo es que, gracias a su físico imponente, puede elegir papeles en los que potenciar su fragilidad sin que su presencia pierda poderío. “Me gusta más que haya grietas en el barniz del personaje, no sé si me entiendes, que, al menos, le preocupe algo, porque la vida es eso”, insiste. “Nadie la tiene perfecta y todos estamos buscando la forma de hacer las cosas mejor”.

P. Pero, ¿se siente cómodo con el sambenito de representante de la masculinidad?

Gerard Butler con chaqueta de esmoquin y camisa, ambos Boss, y esa cara de cuando el móvil pasa de 20% de batería a apagarse de golpe.
Gerard Butler con chaqueta de esmoquin y camisa, ambos Boss, y esa cara de cuando el móvil pasa de 20% de batería a apagarse de golpe.Pawel Pysz

R. Que si estoy… Jajajajajajaja. ¿Sabes que soy embajador de la fragancia masculina de Hugo Boss? ¿Y has visto que llevo un rato dándote la matraca con la masculinidad? Algo cómodo tengo que sentirme con lo que finjo ser, ¿no?

En julio de 2014, Hugo Boss anunció que Butler prestaría su imagen a Boss Bottled, su fragancia para hombres. De ahí salió una campaña, Man of today, que aún sigue creciendo hoy, y que cogía la filosofía del actor y la aplicaba a todos los varones del planeta: la masculinidad, proponían, es más cuestión de encanto que de músculos. “Resulta divertido analizar qué cosas le hacen a cada uno ser masculino”, sonríe. “Lo que hay entre las virtudes y los defectos, ¿sabes? Eso es lo que nos hace lo que somos…”. Guiña un ojo. “No sé si lo que he dicho se puede llamar respuesta”.

El camino hasta aquí ha sido de todo menos recto, pero hemos llegado – Quizá esta campechanía y este rechazo a impresionar le viene de que llegó medio roto a Hollywood. En Escocia creció con su madre y sus dos hermanos, mientras su padre vivía en Canadá. Sólo le vio un par de veces antes de que muriera. Cuando se enteró del deceso, Butler estaba a punto de entrar en la facultad de Derecho de la Universidad de Glasgow. Entonces, bebió. Pasaron los cursos y siguió bebiendo. Bebía hasta atreverse a correr delante de los trenes. Hasta acabar las botellas y celebrarlo rompiéndolas contra su propia cabeza. Hasta amanecer con heridas en el cuerpo y sin un recuerdo en la mente. En una ocasión, se despertó en París. En otra, durante una estancia en Los Ángeles, en prisión.

De pequeño me identificaba con los personajes más imperfectos. ‘¡Quiero ser como ese Cazafantasmas!’. Me gustaba Brando y Paul Newman, sobre todo. Él sí que sabía hacer de héroe roto. De desastre que te encanta porque no es perfecto

Y aún así logró quedar entre los primeros de su promoción (todavía no se lo explica), fue presidente de la Sociedad de Derecho de su universidad (esto tampoco) y consiguió un puesto en un bufete de abogados para el que se habían presentado otros 200 candidatos (esto incluso menos: tenía tal resaca la mañana de la entrevista de trabajo que llegó horas tarde, y, para cuando lo hizo, se había metido tantas ayudas en el cuerpo que no había quien le callara). Al poco, fue despedido.

Pero los mejores exbebedores no son los que cuentan las batallitas más increíbles, sino los que extraen de su momento más bajo lecciones más creíbles. En el caso de Butler, fue entonces, con 25 años, humillado y con todas las oportunidades que le había dado la vida en llamas. Ahí entendió la importancia de la reinvención. “No tenemos una única vocación en esta vida. Lo que nos define tampoco es tan estricto”, razona hoy. “Un hombre tiene que ser polifacético y dinámico. Debe buscar lo que cree que es verdad, sea eso lo que sea. Todo es un viaje, ¿sabes? Y mi vida es como la de cualquiera: no sólo se define por una única profesión, es un viaje en el que ha cabido de todo”.

El actor viste americana, camisa y pantalón Boss.
El actor viste americana, camisa y pantalón Boss.Pawel Pysz

En medio de aquel descalabro, recordó una representación teatral de Trainspotting que había visto un poco antes en Glasgow y los sentimientos que le había despertado. Por un lado, el deseo de dedicarse a la actuación; por otro, lo complicado que sería empezar de cero a su edad. Pero, al final, el golpe que le supuso el despido no le dejó más remedio que restarle importancia a esto último. Así que al día siguiente se subió a un tren y puso rumbo a Londres. Tres años después, tenía un papel en El mañana nunca muere, la película de James Bond. Luego protagonizó un Drácula en Hollywood y, al poco, salió en televisión como Atila el Huno en una miniserie que lo consagró como mejor opción para interpretar a guerreros de época. Estaba a cinco años y un paso de 300.

Cuando los límites físicos son el punto de partida – Entre bastidores fue adquiriendo otra fama. Según pasaban los años, empezaron a acumularse las historias de cómo se desvivía físicamente en cada rodaje, cómo se jugaba literalmente la vida en los planos más complicados. En 2011, durante el rodaje de Persiguiendo Mavericks, una cinta de surferos, una ola le engulló y estuvo a punto de ahogarle. Tuvo que ser hospitalizado. Esta tendencia, no obstante, le parece una respuesta lógica a sus despreocupados años de abogado: respondía a un fortísimo sentido de la responsabilidad, de no volver a defraudar. “Un rodaje no es como un partido: si te lesionas nadie puede sustituirte. Como actor tienes a unas 300 personas pendientes de ti”, explica. “Cada día que no actúas, el estudio pierde medio millón o un millón de dólares. Sobre ti recae una cantidad tremenda de esa responsabilidad. Así que sí, he seguido trabajando aún después de que me atropellaran coches, de casi ahogarme, de que se me rompieran ligamentos, se me desgarrasen músculos, se me vieran huesos bajo la piel…”.

Si te lesionas en un rodaje nadie va a sustituirte. He seguido rodando después de que me atropellara un coche o de que se me rompieran ligamentos. Es fantástico. Te sientes como un atleta. Te has dejado sangre, sudor y lágrimas. Has trabajado de verdad

Pero la gracia de la responsabilidad es precisamente esa: le da sentido al sufrimiento. “Hace nada estaba terminando el rodaje de Objetivo: Londres”, un thriller de acción donde retoma al agente del servicio secreto que ya interpretó en Objetivo: la Casa Blanca. “Mi último día trabajamos 22 horas. Una tras otra, sin parar. Completamos todos los planos que se habían quedado sin rodar… Y todos eran de acción. Hacia el final de la jornada no podía andar. Tenían que ayudarme. Y aún me quedaban dos planos: uno en el que trepaba por un andamio y luego otro corriendo. Me dolía la cadera, me dolía la espalda, me dolían los pies”.

“Si Boss me patrocina es porque en mi vida ha habido vulnerabilidad, éxito y determinación”, sentencia Butler. Esto le convierte en Man of today, el hombre de hoy que rehúye de tópicos y usa Boss Bottled, una fragancia con base amaderada y notas de manzana y vainilla.

Entonces sonríe, sacudiendo la cabeza: “Y fue fantástico. Te sientes como un atleta, como que has trabajado de verdad, que te has dejado sangre, sudor y lágrimas y…”. Para acabar la frase, Gerard Butler ruge. Literalmente. Abre la boca en un cuadrado perfecto y derrama un rugido visceral, animal, casi elocuente. El grito de guerra de alguien con tanta fuerza bruta en las tripas que casi acaba con él mismo. Alguien que ha sabido dominar esa fuerza, no escudándose en ella, sino poniéndola al servicio de un fin. Dándole un valor. Convirtiendo lo que fue una limitación en un punto de partida. Nadie sabe qué es exactamente la masculinidad, y probablemente ni siquiera exista, pero de hacerlo, sería bonito que sonase como el rugido de satisfacción de Gerard Butler.

Lo que está por delante – Tras el rodaje de Objetivo: Londres, Butler se fue directo a Alemania a recuperar la salud en manos del mismo médico que cuida de la selección de fútbol de aquel país. Sabe que, con 46 años, se le está pasando la vez. Por eso insiste en disfrutar momentos como este. “Yo sé que no hay nada sutil en mí. Pero estos meses, en una película [Objetivo: Londres] quiero salvar el mundo y en la otra [Dioses de Egipto] quiero acabar con él”, se relame. “El dios que interpreto en esta última le roba el reino a su hermano durante la coronación y empieza una guerra con el resto de los dioses para, a ver cómo te explico esto, acabar con la creación tal y como siempre ha sido en el Antiguo Egipto. Es una idea divertidísima”. Quizá pueda empezar una nueva época siendo el malo de la película. “Pues… Espera, ¿yo he hecho de malo antes?”.

Realización: Nono Vazquez. Maquillaje y peluquería: Piti Pastor. Asistentes de fotografía: Carlos Givaja y Laura Jiménez. Asistente de estilismo: Cristina Malcorra. Producción: Mayca Márquez.

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Sobre la firma

Tom C. Avendaño
Subdirector de la revista ICON. Publica en EL PAÍS desde 2010, cuando escribió, además de en el diario, en EL PAÍS SEMANAL o El Viajero, antes de formar parte del equipo fundador de ICON. Trabajó tres años en la redacción de EL PAÍS Brasil y, al volver a España, se incorporó a la sección de Cultura como responsable del área de Televisión.

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