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OBITUARIO
Análisis
Exposición didáctica de ideas, conjeturas o hipótesis, a partir de unos hechos de actualidad comprobados —no necesariamente del día— que se reflejan en el propio texto. Excluye los juicios de valor y se aproxima más al género de opinión, pero se diferencia de él en que no juzga ni pronostica, sino que sólo formula hipótesis, ofrece explicaciones argumentadas y pone en relación datos dispersos

Marvin Minsky, cerebro de la inteligencia artificial

“Es la ciencia de hacer que las máquinas hagan cosas que requerirían inteligencia si las hubiera hecho un humano”, decía

Javier Sampedro

Hay científicos que aportan datos, los hay que aportan ideas y luego están los creadores de mundos, exploradores de talento inmenso y curiosidad global que miran los problemas desde tantos ángulos, o desde tan arriba, que abren nuevos continentes al pensamiento y a la investigación. Una de estas aves raras era Marvin Minsky, que murió el domingo en Boston a los 88 años por una hemorragia cerebral. La ciencia pierde así al gran impulsor de la inteligencia artificial, un campo en el que casi nadie creía en los años cincuenta, pero que hoy llevamos todos en el bolsillo y en el coche, en el portátil y en la lavadora, y que se dirige a pasos de gigante hacia el objetivo vertiginoso de emular y superar a la inteligencia humana.

Hijo de un cirujano ocular, Minsky nació en Nueva York en 1927, se formó en física, matemáticas y fisiología en las universidades de Harvard y Princeton y pronto se estableció en el MIT (Massachusetts Institute of Technology, en Boston), donde pasó el resto de su vida influyente y fructífera. Allí fundó con John McCarthy el Laboratorio de Inteligencia Artificial, cuartel general de esa disciplina entonces emergente, por no decir inexistente, y locomotora de su desarrollo durante medio siglo.

Minsky no fue el creador de la inteligencia artificial –ese honor le cabe probablemente al gran Alan Turing, a quien ahora todos ponemos la cara de Benedict Cumberbatch—, pero sí quien estableció los fundamentos de esa materia, guiado por el sueño visionario de dotar a los ordenadores con la capacidad del razonamiento. Su verdadera fascinación no era la capacidad de cálculo de las máquinas, sino la inteligencia humana. Pesaba que las máquinas podían pensar igual que las personas.

¿Qué es la inteligencia artificial? He aquí la definición del propio Minsky: “Es la ciencia de hacer que las máquinas hagan cosas que requerirían inteligencia si las hubiera hecho un humano”. La definición, desde luego, lleva retranca. Minsky decía que el concepto de inteligencia artificial era como el de “regiones inexploradas de África”, donde alcanzar un éxito supone caerse de la definición. Por ejemplo, cuando una máquina logra ganar al campeón del mundo de ajedrez, en vez de admitir el éxito de la máquina, sacamos al ajedrez de la definición de inteligencia y a correr. Es una trampa contra la que el científico se rebelaba,

La ciencia pierde al gran impulsor de la inteligencia artificial, un campo en el que casi nadie creía en los años cincuenta, pero que hoy llevamos todos en el bolsillo y en el coche

El laboratorio del MIT supuso también un gran empuje para la industria de la computación y el diseño de software, Minsky fue el primero, por cierto, en defender que el código informático debía compartirse libremente, lo que condujo directamente al moderno movimiento del software libre. Y también al sistema ARPAnet, el precursor de Internet.

Stanley Kubrick le visitó mientras preparaba 2001, odisea en el espacio, sobre todo para ver si su HAL, el computador enloquecido y traicionero de la película, podría ser creíble en una fecha tan futurista como 2001. Minsky también fue una de las inspiraciones de Michael Crichton para escribir su Parque Jurásico. Y era un pianista tan consumado que era capaz de improvisar fugas barrocas, como Bach.

Publicó en 1985 el libro La sociedad de la mente, basado en las ideas que había desarrollado con Seymour Papert. Su tesis es que la inteligencia emerge de la acción de un conjunto de agentes autónomos, cada uno estúpido en sí mismo: un agente se ocupa del equilibrio, otro del movimiento, otro de las comparaciones, y así sucesivamente. Pensaba que el funcionamiento de cada agente era “fundamentalmente diferente”, lo que resulta discutible para la línea de pensamiento neurológico que inició el anatomista Vernon Mountcastle, y que sostiene que todos los módulos cerebrales tienen la misma estructura, y por tanto el mismo funcionamiento básico.

Sus clases en el MIT formaron y estimularon a varias generaciones de científicos de la computación, varios de ellos figuras punteras en el campo, como Ray Kurzweil, Gerald Sussman y Patrick Winston. Fue este último quien le nominó para el premio Fronteras del Conocimiento de la Fundación BBVA, que recibió en 2013. En 1969 había recibido el máximo galardón de las ciencias de la computación, el premio Turing.

“No entiendes algo realmente si solo lo entiendes de una forma”, decía Minsky. Algún día no solo las máquinas, sino también los humanos, pensarán así.

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