¿Será verdad tanta mentira?
Lo peor de los malos es que nos hacen dudar de los buenos y lo peor de los impostores es que ponen la verdad bajo sospecha
Cada vez que mi madre ve en la tele a una ilustre personalidad acusada de alguna fechoría, me lanza esta pregunta: "Y ese, ¿qué ha estudiado?". Me lo consultó el otro día sobre Rato y Pujol. Le resumí sus carreras y ella murmuró: "Dios mío, ¿y para qué les ha servido?".
Mi madre dejó la escuela de Lechago con 11 años, en el verano de 1936. Como muchos españoles de pueblo, nunca volvió a estudiar. Precisamente por eso, mi madre tiene a la educación en un pedestal. Para ella, la educación es lo que hace que las personas merezcan la pena.
La candidez de mi madre le llevó a pensar que la gente educada es limpia y honrada. Y que te puedes fiar de ella. Mi madre detesta a los embusteros y a los granujas. Una de esas tardes en las que el telediario no se cansa de detallar chanchullos de sujetos muy bien educados, ella, agobiada y perpleja, repentizó esta perla con la que acertó a pintar toda una época: "Pero, ¿será verdad tanta mentira?".
Lo peor de los malos es que nos hacen dudar de los buenos y lo peor de los impostores es que ponen la verdad bajo sospecha. La verdad se ha vuelto tan rara que, cuando se está delante de ella, cuesta creerla. A sus 90 años, mi madre se halla en ese punto en el que no se traga ni una palabra de lo que dice la mayoría de los políticos. Sabe bien que no todos son iguales. Pero, ahora, mira alrededor y no encuentra a ningún Labordeta. El porcentaje de gente sucia es tan disparatado que ella se ha prohibido cualquier amago de inocencia.