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Javier Bardem: "A este hombre le debo todo"

El actor se rinde ante su profesor, Juan Carlos Corazza, que ha formado a muchos de los mejores intérpretes españoles. Nos reunimos con ellos

Tom C. Avendaño
De izquierda a derecha y de arriba abajo: Juana Acosta, Sergio Peris-Menchieta, Miguel Ángel Muñoz, Javier Bardem, Juan Carlos Corazza, Rafa Castejón, Alba Flores, Tamar Novas, Manuel Morón, Silvia Abascal, Alicia Borrachero y Elena Anaya. En la otra mitad y en el sentido de las agujas del reloj, algunos alumnos y profesores del Estudio Corazza: Roberto Enríquez, Javier Godino, Rosa Morales, Ana Gracia, Raúl Sanz, Bettina Waissman, Paula Soldevila, Consuelo Trujillo, Ben Temple, Manuela Velasco, Jan Cornet y Violeta Pérez.
De izquierda a derecha y de arriba abajo: Juana Acosta, Sergio Peris-Menchieta, Miguel Ángel Muñoz, Javier Bardem, Juan Carlos Corazza, Rafa Castejón, Alba Flores, Tamar Novas, Manuel Morón, Silvia Abascal, Alicia Borrachero y Elena Anaya. En la otra mitad y en el sentido de las agujas del reloj, algunos alumnos y profesores del Estudio Corazza: Roberto Enríquez, Javier Godino, Rosa Morales, Ana Gracia, Raúl Sanz, Bettina Waissman, Paula Soldevila, Consuelo Trujillo, Ben Temple, Manuela Velasco, Jan Cornet y Violeta Pérez.Ximena Garrigues y Sergio Moya

En el tercer acto, escena cinco, de Romeo y Julieta, el padre de Julieta pierde los papeles con su hija. Si no le obedece, le ladra, ya puede ir suicidándose o haciéndose a la idea de que morirá de hambre en la calle. Es un monólogo venenoso, cruel, y cuando un grupo de jóvenes representó esta escena una tarde de verano en el teatro del Centro Conde Duque de Madrid, el ambiente se cargó automáticamente. Hasta que un espectador rompió el hechizo. “¡Esa Julieta que se acerque un poco más a su padre!”, recriminó una voz masculina desde las primeras filas. La acción se interrumpió. Los actores se volvieron hacia la voz. “Te están quitando la libertad. ¡La vida! Shakespeare no escribió que te tengas que derrumbar al oír a tu padre o que debas mendigarle con el cuerpo, pero tú sí lo vas a hacer”. Los intérpretes obedecieron. El padre de Julieta volvió a asesinar los sueños de su hija, y ella se derrumbó. “Ahora vamos a repetirlo, pero con el Ama recogiendo las cosas de fondo”, interrumpió de nuevo la voz. La escena volvió a representarse.

A nadie en el público le molestaron estas intervenciones. No habían venido a ver una selección más de escenas de Shakespeare. Sí habían venido a oír esa voz que interrumpe, indica, juega con las escenas y sobresalta a los intérpretes, que son alumnos del Estudio Corazza, la escuela que durante 25 años ha formado a muchos de los intérpretes más exitosos de nuestro país. Una vez al año, el estudio organiza estas funciones e invita a antiguos estudiantes. Aquella tarde, Julieta se derrumbó múltiples veces ante Ángela Molina, Alicia Borrachero o Ben Temple. “Venir a las funciones cada año se ha convertido en un ritual”, explica Manuel Morón (Todo sobre mi madre, Celda 211, Crematorio), actor y profesor del centro. “Es como reencontrarte con un amigo, con una forma de ver la vida”. Pero, sobre todo, es reencontrarse con la voz. La que eleva esa escuela desde centro de formación hasta experiencia cuyos participantes definen en términos místicos. La voz del director del estudio. Aquella tarde, Ángela Molina lo llamó afectuosamente "my director", como si para ella sólo existiera uno.

El maestro Corazza posa para ICON en el teatro del Centro Conde Duque de Madrid.
El maestro Corazza posa para ICON en el teatro del Centro Conde Duque de Madrid.Ximena Garrigues & Sergio Moya

Días después, Elena Anaya lo definiría como “una luz blanca que se ha convertido en uno de los miembros más importantes de mi familia”. Jan Cornet: “El hombre que más veces me ha salvado la vida artística”. Javier Bardem, su alumno más internacional, se mostraría más tajante: “A él le debo el actor que soy”. El hombre que ha preparado a un buen puñado de nuestros mejores actores es, para ellos, una figura totémica y esotérica. Mitad gurú, mitad amigo. Le llaman maestro, en el sentido más personal, pero su nombre es Juan Carlos Corazza.

Acto I — “Para mí fue muy importante el apoyo de los maestros. Sobre todo, en la escuela primaria”. Corazza suele golpear con los nudillos la mesa de su despacho cuando suelta una idea así de contundente. Es una de las muchas herramientas con las que da a su discurso aires de performance. Entre las otras están: su voz, siempre suave, siempre paternal, siempre rítmica; su mirada, enmarcada por gafas metálicas, de quien está viendo en los demás algo que los demás no son conscientes de estar enseñando; su pelo blanco de sabio inveterado, y esa media sonrisa cómplice.

Rodeado de libros y de diplomas, proyecta desde su mesa suficiente autoridad como para tomarse en serio lo que quiera contar. Ahora mismo quiere contar su infancia en la provincia de Córdoba, en el interior de Argentina: “Yo no era un niño más. Me gustaba dibujar, pintar, y una cosa que nunca había visto en mi vida: el teatro. A los cuatro años agrupaba a los vecinos del barrio y los embarcaba en pequeñas historias. ‘Tú eres un indio, tú eres una bruja, tú eres una mujer embarazada’. Nos disfrazábamos con ramas, no con trajes, porque era una situación de mucha precariedad. Mis maestros eran de pueblo, pero me apoyaron, a mí, que era diferente, tan peculiar. Me hicieron sitio. Yo creo mucho en esto que decían Shakespeare y Lorca que lo peculiar, lo raro, debe tener un lugar. Eso me lo dieron los maestros que yo tenía en la escuela. Mi lugar”.

Con 17 años, Corazza se mudó a Buenos Aires y se matriculó en el Conservatorio Nacional de Arte Dramático. Entre las primeras cosas que hizo fue ver El gran deschave, una obra protagonizada entonces por Federico Luppi y dirigida por Carlos Gandolfo. Le impactó tanto que, en cuestión de meses, estaba recibiendo clases de Gandolfo. De él aprendió a actuar y aprendió a enseñar. Empezó a formular un discurso. “Compartíamos una pasión por la búsqueda de la verdad. Por mirar siendo muy consciente de cómo miras”, explica, con la misma naturalidad con la que antes ha ofrecido una botella de agua. “Dice Lorca que los sueños existen y vuelan entre nosotros. Yo lo creo. Hay una transmisión invisible entre dos personas que va más allá de las palabras. Por eso hay gente con la que te gusta estar y no sabes por qué. Conocer a Gandolfo fue una de las cosas más importantes de mi vida”. Golpea la mesa con los nudillos.

[Corazza] Es mi amigo del alma. Mi maestro. Mi norte. Él es el que me da alas. Le debo todo” Javier Bardem

El ‘método Corazza’ — “Cuando Corazza siente que ha consiguido algo, menciona a Gandolfo”, cuenta Manuel Chacón, uno de los alumnos más jóvenes. “Se muestra muy vulnerable. Y eso hace que te emociones mucho”. Si existe algo que se pueda llamar método Corazza, es eso. Hacer sentir al actor para que el actor haga sentir al espectador. Él lo llama “dejarse modificar” (“Yo me dejo modificar por lo peculiar de mi alumno y él se deja modificar por mis indicaciones. El teatro es dejarse modificar por el momento”).

“Hace orfebrería”, ilustra Javier Bardem; “da igual la edad, origen, dificultades o experiencias del actor con el que trabaje. Siempre saca algo de él. Es mágico”. Silvia Abascal (Acusados, Piratas): “¿Con qué trabajamos los actores, al fin y al cabo? Con ego. Con inseguridad. Con ilusión. Es decir, con emociones. Un material muy delicado. Hay que tener mucha confianza para ponerlo en manos de alguien”. Alicia Borrachero (Periodistas, Hospital Central): “Es como un escultor cuando ve un bloque de mármol y sabe que ahí dentro hay un David. Saca lo que llevas dentro. Y lo que sale, para bien o para mal, siempre tiene que ver contigo, con tu forma de ser, tu rabia, tu ira. Tu inseguridad”. Tu pecularidad. Lo que Corazza aprendió en primaria.

De ahí, el siguiente paso lógico es innovar. Compulsivamente. Innovar por innovar. La repetición acerca a la perfección, pero estanca las emociones. “La esencia de Juan Carlos es que siempre está en continuo movimiento, buscando. Un día te pide que hagas una toma riéndote y otra llorando y otra tartamudeando”, cuenta Juana Acosta (Velvet). Manuela Velasco (Rec), que, como muchas otras exalumnas, colabora con Corazza en las obras que él mismo dirige, recuerda el día del año pasado que su maestro llevó esa máxima al extremo. “Era el día antes del estreno de Hambre, locura y genio, y ojo, que esto era una función seria. La gente había pagado su entrada. ¿Sabes cuál fue su último apunte? ‘Todo lo que te he dicho no vale. Mañana quiero que todo sea distinto. Me da igual cómo. Lo importante es que esté vivo”.

Juan Carlos Corazza con Javier Bardem y Elena Anaya.
Juan Carlos Corazza con Javier Bardem y Elena Anaya.Ximena Garrigues & Sergio Moya

La obsesión de Corazza es esa, que todo esté vivo. Que todo nazca aquí y ahora. Que resulte auténtico (verdad es una de sus palabras favoritas). Donde otros son intelectuales, él es práctico. “Es muy de solucionar sin prejuicios”, explica Sergio Peris-Menchieta (Isabel). “Es capaz de decirle a una actriz: si el día del estreno no te sale la emoción, tápate la cara y haz como que lloras”.

Acto II — “Mi maestro me lanzó a dar clases en su escuela. Me lo tomé como si lo hubiera hecho toda la vida”, sigue Corazza. “Con 27 años empecé a dar clases, los sábados, fuera de su escuela. Él me lo permitía. A ese curso vinieron un vasco y una madrileña. Alguien les había hablado muy bien de mis clases. Al final se quedaron todo el año. Cuando volvieron a Madrid, hicieron una prueba para Katrina Bayonas [de Kuranda, entonces ya una gran agencia de representación]. Ya habían hecho pruebas anteriormente y Katrina los vio cambiados. Evidentemente mejorados. Así que averiguó mi teléfono, me llamó y me ofreció hacer un seminario solamente para sus representados. Así llegué a España en 1990. Era un país diferente. Había ganas de hacer cosas mejores que no se estaban haciendo actuaciones modernas, creativas. Una de las primeras personas que conocí al llegar a Madrid fue al hijo de una actriz que estaba interesado en lo que podía enseñarle. Se llamaba Javier Bardem”.

Querido maestro — “Dicen que cuando uno está preparado, el maestro aparece. Yo estaba preparado”. Javier Bardem se reclina en la silla de plástico que ocupa en los bastidores del teatro Conde Duque (Madrid) e intenta explicar algo que para él es obvio y para el cine español, excepcional: su relación con Corazza. Está el componente afectivo: “Es mi amigo del alma. Mi maestro. Mi norte. Él es el que me da alas. Le debo todo”. Pero, sobre todo, está el profesional. No muchos actores buscan ayuda de un profesor para preparar todos sus personajes, y menos aún lo hacen público. Ellos empezaron las clases en 1990. Los papeles, en 1992, con Jamón jamón. Ocho años después, Bardem se convertía en el primer actor español candidato a un Oscar, por Antes que anochezca. Ocho más tarde, en 2008, era el primero en ganarlo, por el gélido asesino en serie de No es país para viejos. “Recuerdo lo bien que lo pasamos preparándolo, lo que reímos, muchísimo, al buscar la locura que habría en esa cabeza. Ese es el proceso que la gente no tiene por qué saber pero que te conecta con el personaje”, recuerda Bardem. “Como cuando le buscamos un giro al enemigo de James Bond en Skyfall, con permiso del director Sam Mendes, que no estaba en el guion”. Presuntamente, se refiere a ese deje amanerado de placer sádico por el que fue elogiado su papel más comercial.

 [Corazza] es una luz blanca que se ha convertido en uno de los miembros más importantes de mi familia” Elena Anaya

Más que metodología de trabajo, lo que tiene la pareja es una meta. “Si como actor quieres sobrevivir en esto, tarde o temprano vas a tener que verte las caras contigo mismo”, alerta el actor. “Porque vas a interpretar a muchas personas, con muchos puntos de vista. A un marino que pide la eutanasia [su papel en Mar adentro], a un poeta cubano [Antes que anochezca]. Y tienes que justificarlos a todos. No puedes interpretarlos si los juzgas. Juan Carlos logra que los compongas desde un sitio muy personal. Y eso es lo que te hace abrir la mira”.

Volver — Todos los actores aquí entrevistados aseguran mantener algún tipo de relación con Corazza en sus vidas profesionales, una posterior a su periodo oficial de formación, para mayor o menor alegría de algunos directores. Según un realizador televisivo que pide el anonimato, es inútil tratar de competir con la lealtad inquebrantable de algunos alumnos hacia el maestro.

De izquierda a derecha (Fila 5), Sergio Bermudez, Óscar Velado, Nicolás Gutierrez, Violeta Orgaz, Alberto López Murtra. (Fila 4) Manuel Chacón, Raúl De La Torre, Victor Nacarino, Inés Higueras. (Fila 3) Javier Ballesteros, Clara Garrido, María Díaz, José Gimeno. (Fila2) Ana Rujas, Nerea Camps, Juan Carlos Corazza, Kira Anzizu. (Fila 1) Joan Mari Mayans, Laura De La Isla, Ignacio Montes, Laura Ledesma.
De izquierda a derecha (Fila 5), Sergio Bermudez, Óscar Velado, Nicolás Gutierrez, Violeta Orgaz, Alberto López Murtra. (Fila 4) Manuel Chacón, Raúl De La Torre, Victor Nacarino, Inés Higueras. (Fila 3) Javier Ballesteros, Clara Garrido, María Díaz, José Gimeno. (Fila2) Ana Rujas, Nerea Camps, Juan Carlos Corazza, Kira Anzizu. (Fila 1) Joan Mari Mayans, Laura De La Isla, Ignacio Montes, Laura Ledesma.Ximena Garrigues & Sergio Moya

A veces el contacto se mantiene para cosas pequeñas. Juana Acosta suele necesitar que, justo antes de una toma o una función complicada, su maestro le mande un guasap: "Corazón tranquilo". A Elena Anaya (Lucía y el sexo, La piel que habito) le pone variaciones de "confía, lo vas a hacer bien". A Javier Godino (El secreto de sus ojos), "relax". “Cuanto más perdida estás, ahí es cuando él te abre un puerta, la que menos piensas que se iba a abrir, y todo cambia”, confiesa Anaya. También se relacionan para tareas más grandes. Muchos alumnos terminan trabajando en la escuela o colaborando con Corazza en las funciones que él dirige a través de su compañía de teatro, La Reunión.

Y si Corazza va a los alumnos, ellos también van a él. Lo normal aquí, y lo raro en el exterior, es que todos vuelvan a matricularse a lo largo de sus carreras. “Aquí trabajamos con nuestras propias pecularidades. Sales del estudio con 20 o 25 años. Y con 35, estas ya no son las mismas”, razona Manuel Morón. “Te toca refrescar, volver a hacerte preguntas nuevas. Es como volver al gimnasio”. Y también al muy particular clima del estudio. “Volver me recuerda el motivo sano por el que decidí ser actor”, explica Tamar Novas (Mar adentro, Los abrazos rotos). “Hay dos motivos. Está el malsano: el de enseñarle a papá y a mamá que puedes, el de las portadas y los premios. Y luego está el otro, el amor por el oficio, el deseo de hacer algo importante. Esos dos caminos se dan de hostias entre sí. Volver aquí te devuelve la perspectiva”.

Ese clima cala sobre todo en lo personal. Muchos de los alumnos se matricularon muy jóvenes y han crecido en este ambiente. Ahí es cuando estos actores, los veteranos, los jóvenes, los mayores, y los que los observan, se vuelven más místicos. Y más vulnerables. Empiezan a usar palabras como mágico, milagroso, regalazo. “Todas las herramientas que he aprendido en el estudio me han venido bien, pero lo que más uso es lo que he crecido como persona entre estas cuatro paredes”, admite Miguel Ángel Muñoz (Un paso adelante, Sin identidad). “El tiempo que compartimos todos en el estudio es una terapia impagable”. Elena Anaya se matriculó en 1993 y esta misma tarde va a ensayar con los nuevos alumnos. “Es como si el colegio durara 20 años. Llevo todo ese tiempo con toda esta gente”, explica. “Es mucha vida. Es gente que me ha visto crecer. Me ha visto pasar de niña a mujer. No son compañeros. Son familia”.

Yo no era un niño más. Me gustaba dibujar, pintar, y una cosa que nunca había visto en mi vida: el teatro. A los cuatro años agrupaba a los vecinos del barrio y los embarcaba en pequeñas historias" Juan Carlos Corazza

Preguntado si le emociona el éxito de sus alumnos, Corazza se resiste a dar una respuesta concreta. Lo concreto le emociona poco y el éxito le parece relativo. Él, por ejemplo, no ambiciona un Oscar; sí un sitio al que muchos actores acuden como si fuera su hogar. Donde él saca lo peculiar de cada uno. Les da su lugar. Luego se van, y no importa a dónde. Antes, hablando de Gandolfo, muerto en 2005, y dándole a la mesa con los nudillos, se le escapó: “Encontrar tu camino con verdad y respeto a lo recibido es la mejor forma de honrar a tu maestro”.

Responsable de maquillaje y peluquería: Fran Cabrera (Ana Prado) para Guerlain y Kérastase y José Carlos González (Ana Prado) para MAC y Salón 44, y Antonio Romero (Ana Prado) para MAC y Kérastate.

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Sobre la firma

Tom C. Avendaño
Subdirector de la revista ICON. Publica en EL PAÍS desde 2010, cuando escribió, además de en el diario, en EL PAÍS SEMANAL o El Viajero, antes de formar parte del equipo fundador de ICON. Trabajó tres años en la redacción de EL PAÍS Brasil y, al volver a España, se incorporó a la sección de Cultura como responsable del área de Televisión.

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