Pavés
El Tour es todo lo que nos fuimos dejando en las carreteras de Francia
Hay quien piensa todavía que a muchos de los que vemos el Tour nos gusta el ciclismo. Son los mismos que piensan que cuando vemos un partido del Madrid nos interesa algo el fútbol. Sí, es un contexto. Pero yo conozco a gente que cuando se sienta a ver el Tour se sienta a ver su vida.
El papel maché del que habla el mafioso de True Detective: la vida que no sabes si siguió transcurriendo después de ver atacar a Perico en Luz Ardiden o se quedó allí, suspendida, incapaz de seguir rueda. Son los mismos que cuando ven un 600 ven un coche y no a unos padres en pana esforzándose en conducirlo como habrían de conducir a sus hijos.
A los que si le ponen un Johnnie Walker ven un whisky olvidando el mandato de Manuel Vilas en su último libro: “Las categorías del whisky son las categorías de la historia”. El Tour es otra cosa. No hace falta el helicóptero para que la vista convierta a los ciclistas en una mancha entre montañas, en esa sugerencia de que hay algo más allá de lo que vemos: un deporte en el que un suicidio en Croix de Fer o Hautacam es la única manera de ganar.
Mientras haya Tour habrá esperanzas de repetirse. Volver a leer las primeras novelas negras y llegar sin aire al final. Estirar la toalla en la playa cerca de la chica que te gusta con las mismas pulsaciones que el Chaba. Darle una calada a un cigarro pegado a la ventana y airear la habitación con las manos. Lale Cubino subiendo solo, rodillas de cristal, y unas pintadas en medio de la carretera que sube al club de tenis de mi pueblo (Charly Mottet, Raúl Alcalá, Greg Lemond) para ambientar la escalada con las chapas de Fanta; tomar nota de los tiempos para la general y la montaña.
Leer Plomo en los bolsillos, de Ander Izagirre, hasta que a mi hijo le llegue descuadernado y lo cuide como un trofeo de guerra. La portada de Marca de la contrarreloj de Luxemburgo: “Extraterrestre”. El Tour es todo lo que nos fuimos dejando en las carreteras de Francia. Hay más de mí en las curvas de Alpe D’Huez que en las de cualquier mujer; si la montaña estuviese en Galicia iría yo personalmente a dejar mi ramito de flores por cada cosa que fui perdiendo.
El placer de la primera pelea y la primera vez que tuve otra lengua en la boca. El sabor del último vino hecho por mi abuelo antes de morir. Indurain haciendo estallar a Dios tras cambiar de plato sin mover un músculo. Y al bajarse de la bicicleta en plena carrera saber que nosotros también tendremos que bajarnos algún día.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
¿Tienes una suscripción de empresa? Accede aquí para contratar más cuentas.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.