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El acento
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Amigos y enemigos en el cartel de la OPEP

Manda Arabia Saudí; el petróleo barato es una amenaza para la producción no convencional

Jesús Mota

Manda Arabia Saudí. La OPEP es su predio, como quedó demostrado el viernes, cuando el cartel petrolero decidió mansamente prolongar la táctica de mantener los precios bajos para salvaguardar o ganar cuota de mercado. El cartel no se moverá de la cuota de producción, oficial y ficticia, de 30 millones de barriles diarios. Todos saben que la producción real está por encima de los 31 millones de barriles diarios (algunos sugieren que llega a los 31,5 millones), y que es ese exceso el que está demorando el ajuste del mercado a precios más altos. El mercado mundial segrega contramedidas para acostumbrarse a los precios bajos (entre 61 y 63 dólares) y, de paso, evitar que caigan más; los agentes especulan con que a finales de año podrá llegar a los 70 dólares por el ajuste paulatino de la oferta (excesiva) a la demanda (creciente), en parte porque se cuenta con que desaparezca de la oferta la producida con costes más caros. Y, por tanto, no importa enviar la sobreproducción actual a reservas. El precio será mayor en el futuro, suponen. Pero son especulaciones.

Lo que se ventila en el mercado del petróleo es una lucha política. Si se entiende la política como la acción para ganar poder, Arabia Saudí está forcejeando para imponer el poder del cartel y el suyo propio dentro de la organización. Por el momento, va ganando. Impone la estrategia de “exceso de oferta”, a sabiendas de que a corto plazo aflorarán nuevos problemas. Por ejemplo, con Irán. Los iraníes quieren producir más, y así lo han anunciado; pero los saudíes saben que cualquier subida de producción iraní equivale a un descenso de su propia producción. Y probablemente no estén dispuestos a aceptar tal situación. Esa es la confrontación política a la que hay que prestar atención en los próximos meses.

Si la política se entiende con la distinción esencial entre amigo y enemigo, tal como argumentó Carl Schmitt, la OPEP ratificó el viernes cuáles son sus enemigos: se llaman fracking (fractura hidráulica) y producción no convencional. El hundimiento de los precios liquida la viabilidad económico-financiera de las nuevas tecnologías del crudo. Por debajo de los 80 dólares barril, el fracking no es rentable; y las explotaciones más costosas tampoco. Es irrelevante enzarzarse hoy en una discusión sobre décimas; es posible que a 80 dólares sobrevivan competidores tecnológicos a la producción convencional; pero lo que está claro es que a 60 dólares no hay inversión que pueda sostenerse. Ganan Arabia Saudí y el cartel.

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Ahora bien, este nuevo equilibrio en el mercado mundial puede ser insostenible para algunos países. Por ejemplo, para Venezuela, aunque el principio es aplicable a cualquier país con monocultivo de petróleo. La pérdida de ingresos por la caída de los precios —el crudo compra aceptación social— implica aumentar la deuda externa a corto y medio plazo. Mientras se gestionan créditos, brota el conocido riesgo regulatorio. Los Gobiernos pueden decidir que las petroleras extranjeras que operan el país tienen que pagar más. En cuota, en contrato, en divisas o en sobornos.

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