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EL PULSO
Columna
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Monarquía, fidelidad y ‘gin-tonics’

William Tallon fue uno de esos privilegiados que cumplió sus sueños infantiles, que no eran otros que servir a la reina de Inglaterra durante 49 años

La reina madre en 2001, un año antes de su muerte, junto a su fiel mayordomo William Tallon.
La reina madre en 2001, un año antes de su muerte, junto a su fiel mayordomo William Tallon.Richard Lewis (AP)

En una viñeta del divertidísimo Los libros en The New Yorker (Libros del Asteroide), una pareja está en la cama, mientras un hombre lee papeles y cartas en el escritorio. “No le hagas caso”, dice el marido. “Es ese tipo que está escribiendo mi biografía no autorizada”.

Una nueva biografía no autorizada acaba de publicarse precedida por un escándalo de andar por palacio: Backstairs Billy: The Royal Life of William Tallon. Tallon, mayordomo de la reina madre durante 49 años, fue uno de esos privilegiados que cumplió sus sueños infantiles, que no eran otros que servir a la reina de Inglaterra. Yo, que he servido a la reina de Inglaterra, podría haber dicho, a lo Bohumil Hrabal. Lo hizo desde los 18 años hasta que ella murió con 101, en 2002. Empezaba la jornada a las 7.30, sirviendo a la abuelita –así la llamaba el príncipe Carlos– un té aguado, un bol con semillas de amapola y una rajita de melón.

Despedido al morir la ancianísima, Tallon jamás contó sus secretos, pese a las sumas ofrecidas por los tabloides. Thomas Quinn, escritor especializado en hurgar en la intimidad de los sirvientes, asegura en su libro que ella le veneraba porque sabía preparar los gin-tonics como nadie: nueve partes de ginebra y una de tónica. Añade el chismógrafo no autorizado que en la intimidad los Windsor fumaban, bebían, blasfemaban y hacían chistes crueles. Margaret Rhodes, sobrina de la reina madre, 89 años a cuestas, lo niega, afirmando que prefería los martinis con ginebra.

Según Quinn, Tallon se conocía el protocolo al dedillo, y sabía cómo hacer que las reuniones en Clarence House, residencia de la ancianísima, no decayeran. A los veteranos de guerra les echaba whisky en el té. Un habitual de las cenas de gala cuenta que daba igual tapar el vaso con las manos, pues el taimado lacayo escanciaba el licor entre los dedos. Su homosexualidad era una ventaja para la reina madre, entre otros motivos porque con él no peligraban las princesas Isabel y Margarita. Bailar un foxtrot con Elton John fue uno de sus momentos cumbre.

Pero Tallon tenía su lado oscuro. Era alcohólico, y un depredador sexual que acosaba a los otros sirvientes. Él y su amante castigaban a los que les rechazaban a limpiar la plata o a recoger las hojas muertas de una higuera, y la sacudían para que cayeran más cuando el trabajo estaba finalizado, infantil castigo quizá de refinada crueldad. Su amante murió en 2000. Tallon, en 2007, solo, apartado de la realeza y con lo justo.

A primera vista, todo esto no es más que una sarta de estupideces. Sin embargo, se pueden extraer no pocas enseñanzas que tal vez sean de utilidad para algunos. Aquí van varias: 1. Se puede ser pobre y desayunar mucho mejor que la reina de Inglaterra. 2. Los veteranos de guerra son mucho más divertidos si están achispados. 3. Quizá no sea tan malo que no se cumplan los sueños infantiles. 4. A más sirvientes, menos intimidad. Y 5. Un libro no constituye per se algo valioso.

Esta última me da ánimos para deshacerme de algunos, que ya no caben en mis estanterías. Y vuelvo a Hrabal, ahora al personaje de Una soledad demasiado ruidosa, que trabaja destruyendo libros.

Y pienso, llevándolos a un contenedor, en esa soledad demasiado ruidosa en la que se quedan los muertos cuando se airean sus miserias.

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