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Coordinado por Gonzalo Fanjul y Patricia Páez

Sobrevivir a Grecia: el reto de los jóvenes afganos en su viaje hacia Occidente

Por Mónica Parga, periodista de la fundación porCausa.

Foto: Mattia Insolera

La primera vez que Mattia Insolera se encontró con esta comunidad de jóvenes afganos fue en junio de 2013. Estaba en Patra, Grecia, donde había hecho una parada en la ruta transmediterránea de uno de sus proyectos fotográficos. Allí conoció la historia de supervivencia de estos adolescentes que emigran desde su tierra natal hasta Occidente en un viaje que nunca termina. Su sueño es ir hacia el Oeste, lo más posible. Dejar atrás Oriente Medio, superar Turquía, sobrevivir a Grecia, y atravesar Europa. Documentan su viaje a través de Facebook, subiendo imágenes junto a los monumentos turísticos de cada ciudad que alcanzan, orgullosos. Algunos de ellos han logrado llegar hasta Alemania o Suecia, pero otros han fallecido en los naufragios del mar Adriático o no han conseguido salir de Grecia, víctimas de la represión policial y de los ataques racistas.

Mattia pasó diez días con ellos, pero no pudo sacar ni una sola foto. Ellos mismos se lo impidieron. Las veces que alguien había intentado denunciar la difícil situación en la que viven, la policía de Patras lo había pagado con ellos, atacándoles y destrozando sus asentamientos. Aquellos jóvenes ya no deseaban que nadie les ayudara. Hasta que dijeron basta. Una noche de ese verano, cinco miembros de Amanecer Dorado dieron una fuerte paliza a uno de los inmigrantes. Los afganos llamaron a Mattia para que documentara lo que había ocurrido y por fin, contara su historia.

"Surviving Greece" es el título del reportaje fotográfico, galardonado por la Fundación la Caixa y expuesto en el Caixa Forum de Madrid hasta el 7 de junio en el marco de Fotopress, un certamen que premia a varios proyectos de imagen documental. En la sala de la exposición, Mattia combina sus fotografías con las instantáneas que los jóvenes suben a la página de Facebook que él mismo ha creado y que les sirve de punto de encuentro durante el viaje. Por encima de todo ello, una larga banda azul, recordando el diseño de la red social y evidenciando que estos jóvenes no son tan distintos a nosotros.

El reportaje retrata la parada que los jóvenes hacen en Patras, la etapa más difícil del camino. Patras es la tercera ciudad más grande del país, y es conocida como la Puerta del Oeste de Grecia por su tránsito comercial a través del puerto que la conecta con el resto de Europa y que la ha convertido en uno de los principales nudos del flujo migratorio procedente de Asia. Durante la última década, numerosos jóvenes sirios y afganos han ido llegando escondidos en los barcos que echan amarras en el puerto. Las condiciones de estos jóvenes se han visto empeoradas a raíz del endurecimiento de los controles migratorios en Grecia, acuciados por las presiones europeas impuestas con la concesión del crédito al país.

“En 2009 la policía irrumpió en el asentamiento de chabolas de los inmigrantes al lado del puerto de Patras, arrasándolo. La ley y el orden parecieron restablecidos, pero los inmigrantes estaban y están aún presentes: viven más escondidos, más asustados y en condiciones más precarias. Mientras tanto el clima político se ha enturbiado, el resentimiento hacia Europa ha aumentado y los recién llegados se han convertido en fáciles chivos expiatorios”, explica Mattia por teléfono. A la presión policial se suman los ataques del movimiento Amanecer Dorado, el grupo de extrema derecha cuyas consignas racistas centran su odio en los inmigrantes.

Los periodistas se enfrentan a serios problemas a la hora de informar acerca de la situación de la inmigración en Grecia, y cualquier atención que ésta acapare es castigada por la policía con violencia dirigida a los extranjeros. “Los agentes irrumpen por la madrugada, arrestando y ejerciendo la violencia, malgastando las remesas de comida, confiscando los teléfonos móviles y ordenándoles que no permitan a periodistas hacer vídeos o fotografías”, relata Mattia. La tensión es tal, que los propios inmigrantes disuaden a los periodistas y los fotógrafos para evitar represalias.

Mattia llegó a Patria en junio de 2013 y entabló amistad con uno de los grupos de estos jóvenes inmigrantes durante su paso por la ciudad. Estuvo diez días en la fábrica de madera Abex abandonada donde vivían, pero tuvo que marcharse sin haber podido tomar una sola fotografía. “No me dejaron porque sabrían que la policía acudiría a pegarles”, señala, “los policías no quieren que se sepa el problema de inmigración que hay en Patra”. Siguió en contacto con ellos a través de Facebook, y poco tiempo después, en agosto, volvió a la ciudad. Todo cambiaría para entonces.

Fue un ataque racista de cinco contra uno. Cinco miembros de Amanecer Dorado se ensañaron contra un chaval sirio. Le agredieron muy fuerte, con barras y cadenas. Sus amigos me llamaron para que les ayudara a llevarle al hospital e hiciera fotos como prueba del ataque. A partir de ese momento confiaron en mí y me dejaron hacer el reportaje”, recuerda Mattia.

Foto: Mattia Insolera

Viajan solos, sin su familia. Son jóvenes, tienen entre 15 y 25 años, y la mayoría son zaharas, de religión musulmana chiíta. Huyen de una vida imposible en sus países de origen. En Afganistán, cuando los niños cumplen 14 años se convierten en objetivo de los talibanes, que luchan por reclutarlos a la fuerza. Para evitarlo, las familias ahorran dinero durante años para que sus hijos varones puedan emigrar al llegar a la adolescencia. Mattia lo cuenta así en su proyecto: “Este colectivo soporta el peso de muchos conflictos y tensiones. Dejan su tierra precozmente para huir de la discriminación que sufren por ser chiítas y hazaras en una zona de mayoría suní, así como del reclutamiento forzado impuesto por los talibanes. En Irán, sus derechos básicos a la educación y al trabajo son negados por el régimen de los ayatolás. Y en la frontera entre Turquía y Grecia padecen las consecuencias de las antiguas tensiones entre los dos países”.

Los jóvenes se enfrentan a duras adversidades en su viaje hacia Occidente. La principal dificultad es entrar en los barcos, o como dicen ellos, “saltar al barco”. Se meten debajo de los camiones, o se esconden en contenedores y acaban ahogados por falta de aire. Algunos de ellos han muerto en el último naufragio del mar Adriático. "Han encontrado a niños escondidos en los cañones de los barcos, ya muertos. Es realmente peligroso", denuncia Mattia.

Tras miles de kilómetros por tierra, cogen el barco que les llevará hasta Grecia, la anhelada puerta a Europa. Desembarcan en las islas Dodecaneso, y llegan a Atenas, “que supone el primer impacto con la sociedad griega y su ambiente hostil”, explica Mattia. Allí, el parque Alexandra es su habitual refugio nocturno. Pasan un tiempo en la capital griega, donde se reúnen con otros compañeros y preparan la siguiente etapa de su viaje. La mayoría de ellos se va a trabajar al campo, como el de Argolis, donde recogen naranjas para ahorrar algo de dinero. A continuación, Patras, “la última y más dura de las pruebas”. Superado ese duro trance, Europa occidental les espera.

Cada uno de ellos viaja con su propia historia a cuestas. Mattia recuerda especialmente a uno de aquellos chicos, del que se hizo amigo: “Me contó que había sido talibán. Cuando lo conocí era un chico de 24 años que se tomaba sus cervecitas, como haría cualquier chico español de barrio. En un período de su vida, por rebeldía hacia su padre, se hizo suní y se metió a luchar con los talibanes. Una noche, con un RPG [un potente lanzagranadas] destrozó un edificio entero lleno de gente. En ese momento se dio cuenta de la locura en la que se había metido y se entregó al ejército americano. Estuvo trabajando con ellos hasta que le explotó una bomba que le hizo perder una pierna. Tras el accidente, se reencontró con su padre y poco después partieron juntos hacia Grecia. Yo lo conocí allí. Era un chico muy diferente a lo que te imaginas que es un talibán. En ese momento entendí que para toda una juventud de países musulmanes, estos talibanes inspiran fascinación, como una especie de Che Guevara para nosotros. Parece algo increíble. Pero en un momento de rebeldía, un joven de una buena familia como era él, sin ser extremista, se hizo talibán. Cuando yo lo conocí era una persona totalmente diferente”.

Reza Mosavi, Nabi, Ali Yasser, Ali Asghar, Hamid Mehrabi, Ali Tanha... Su viaje continúa.

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