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Columna
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Syriza, Podemos y los limites de la eurozona

Cuidado con los experimentos. Hay una vía intermedia entre el populismo y la ortodoxia alemana

Toni Roldán

Mañana, 29 de diciembre, está prevista la tercera y última ronda de votaciones en Grecia para elegir a un nuevo presidente. El voto no tendría mayor importancia si no fuera porque puede precipitar un terremoto político en Atenas con potenciales seísmos en toda la eurozona. Si el primer ministro, Antonis Samaras, no logra encontrar el apoyo de 180 diputados para que su candidato salga elegido tendrá que convocar elecciones anticipadas al Parlamento heleno. En ese escenario Syriza probablemente ganaría y lideraría un Gobierno de coalición en Grecia. Syriza, como Podemos, ha prometido cambiar de arriba abajo las reglas del juego en la eurozona ¿Pero podrán realmente cambiarlas?

Ya les adelanto que si Grecia quiere permanecer en la eurozona, tendrá, con Syriza o sin ella, muy poquito margen para cambiar sus políticas. Por lo que de la victoria de Syriza solo pueden emerger dos resultados posibles: o la eurozona cede y da un claro viraje en su estrategia para salir de la crisis (algo muy poco probable) o las promesas populistas de Syriza para una vía radical alternativa fracasarán. Si Syriza fracasa, partidos de perfil similar como Podemos se verán obligados a replantear algunas de sus propuestas puesto que, una vez contrastadas en el mundo real, serán muy difíciles de defender.

Vayamos por partes. ¿En que se parecen Syriza y Podemos? Ambos partidos vienen de la izquierda tradicional, pero han construido un discurso efectivo e innovador alrededor de la crítica a un sistema político en decadencia. En materia económica Syriza, como Podemos, ha descafeinado algunas de sus propuestas más radicales al acercarse las elecciones: ahora ya no defienden la salida del euro y tampoco una reestructuración unilateral de la deuda pública. Pero comparten las prioridades principales de Podemos: quieren acabar con la austeridad fiscal y deshacer las reformas estructurales que consideran injustas.

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Hasta ahora su estrategia les ha permitido consolidarse en la centralidad de la izquierda, con aproximadamente un 30% de apoyo en las encuestas en detrimento de un casi desaparecido PASOK (con menos del 5%) y alrededor de 5 puntos por delante de su principal rival, Nueva Democracia, de centroderecha. En gran parte, el secreto de su éxito se ha basado en la promesa de que ellos podrían ofrecer un camino alternativo ¿Pero podrán cumplir sus promesas?

Grecia se encuentra en un momento de enorme fragilidad financiera. El año que viene tiene unas necesidades de financiación de 17.000 millones de euros y se encuentra en medio de las negociaciones para cerrar el anterior rescate y recibir el último tramo de financiación por el mismo de unos 7.000 millones de euros. Pero la troika no va a dar más dinero a Grecia si no ve avances en las promesas de ajuste fiscal y reformas estructurales. Samaras lleva semanas negociando para intentar relajar esas demandas, pero no ha conseguido ninguna concesión. En la eurozona, como ya viene siendo evidente desde hace tiempo, quien paga manda.

Si Syriza gana las elecciones lo primero que tendrá que hacer es llegar a un acuerdo con la troika. Y para conseguir los 7.000 millones de euros tendrá que hacer exactamente lo contrario de lo que propone en su programa económico. Existen alternativas, pero como saben todos los Gobiernos que han estado ahí antes, ninguna buena.

La primera sería intentar financiarse en los mercados a unos precios prohibitivos —desde que se anticiparon las elecciones presidenciales el tipo de interés de la deuda a 10 años se ha disparado por encima del 8%—, lo que requeriría recortes masivos. La segunda sería reestructurar parte de la deuda.

Hasta ahora en reuniones con inversores Syriza ha considerado la posibilidad de una reestructuración unilateral de parte de la deuda oficial con el Banco Central Europeo (BCE). Pero eso no les saldría gratis. En primer lugar, Grecia no quiere tener al BCE en su contra puesto que depende de él para mantener su sistema financiero a flote. El BCE podría decidir dejar de, por ejemplo, comprar valores respaldados por activos griegos (Asset Backed Securities o ABS) o cerrar el acceso a liquidez de los bancos al eurosistema. Por otro lado, una reestructuración de la deuda oficial probablemente asustaría al resto de inversores privados, ¿Por qué deberían creerse que no harán lo mismo con ellos más adelante? Lo que dispararía los intereses sobre la deuda restante y precipitaría más recortes.

Pero aunque Grecia lograra salir viva de la primera batalla, seguiría necesitando 10.000 millones más para sobrevivir financieramente el resto del año. Con lo que tendría que firmar un nuevo rescate, probablemente en la forma de una línea blanda de crédito (o ECCL, por sus siglas en inglés) que, evidentemente, tampoco sería a cambio de nada. Si además en ese periodo Alexis Tsipras, el líder de Syriza, decidiera llevar adelante algunas de sus promesas y rebajar la edad de jubilación o prometer un aumento del gasto público que no puede financiar, a Grecia solo le quedaría la opción de quebrar y salir del euro.

Grecia se encuentra en un momento de enorme fragilidad financiera

Una de las razones principales del espectacular ascenso del populismo en Europa es, precisamente, la sensación de que las naciones deudoras han perdido la soberanía económica. Una vez descartada la posibilidad de salir del euro, la dependencia de los acreedores para mantener a flote el Estado ha obligado a los Gobiernos nacionales a llevar a cabo durísimas políticas de ajuste contra su voluntad que han conllevado un enorme coste social y terminado con un buen numero de Gobiernos.

Ni Syriza ni Podemos, van a estas alturas a descubrir una alternativa mágica contra la austeridad

Es probable que se pudiera haber optado por otro camino —con un rol más activo del Banco Central Europeo desde el principio y con un ajuste fiscal mas gradual— si la economía política de la eurozona lo hubiera permitido. Pero en nuestro presente arreglo institucional la visión de los acreedores es la que prevalece, y las recetas de Alemania ya sabemos cuáles son. Trabajar para cambiar ese arreglo institucional y lograr unas instituciones más fuertes y democráticas que reflejen mejor las preferencias de los ciudadanos del sur es el camino.

El populismo crece por la sensación de pérdida de la soberanía económica

Ni Syriza, ni tampoco Podemos, van a estas alturas a descubrir una alternativa mágica contra la austeridad. Grecia ya ha logrado un espectacular ajuste macroeconómico y el año que viene podría crecer al 3%. Sería estúpido deshacer el camino hecho y atrasar la salida más tiempo.

España tendrá un poquito más de margen. Pero si un serio candidato a gobernar el país, como Podemos, continúa haciendo promesas que hipotecarían el futuro crecimiento económico —como regulaciones absurdas o nacionalizaciones injustificadas— es muy probable que se tuviera que terminar enfrentando a limitaciones similares a las que pronto se encontrará Syriza. Y de nuevo, saldremos todos perdiendo.

¿Significa eso que hay que resignarse a los dictados de los acreedores para siempre? No. Existe un camino intermedio entre el populismo y la ortodoxia alemana. Consiste, en primer lugar, en reivindicar un mayor esfuerzo fiscal a aquellos que tienen espacio para llevarlo adelante. Segundo, en proponer un debate serio sobre la deuda acumulada, que representa un enorme lastre para el conjunto de la eurozona. Y tercero, en apostar por completar la unión monetaria con un pilar fiscal común fuerte que permita amortiguar el sufrimiento en periodos de crisis. No es el momento de hacer experimentos que sabemos que llevarán a un sufrimiento todavía mayor.

Antonio Roldán Monés es analista para Europa de Eurasia Group.

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