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Por qué salvar la arquitectura japonesa del siglo XX de la extinción

Bottega Veneta se embarca en un proyecto por la conservación de los iconos arquitectónicos nipones del último siglo

Daniel García López

Es muy fácil terminar con algo, pero lo que se destruye es imposible de recuperar. Con esta máxima se podría resumir el último proyecto de Tomas Maier, el diseñador al frente de Bottega Veneta. El alemán ha embarcado a la casa italiana en un proyecto que no implica bolsos, ni jerséis, ni gafas de sol, sino edificios. En un vídeo que hoy se ha hecho público, Maier lo explica mientras pasea por algunas de las joyas arquitectónicas japonesas de los años sesenta: "Estoy preocupado por todo lo que está pasando: edificios demolidos, otros amenazados…Queremos hacer que la gente aprecie la arquitectura del movimiento moderno en Japón".

La alarma saltó en el Hotel Okura de Tokio, hace unos meses, cuando trascendió la noticia de que sus propietarios pretendían demoler el edificio principal para añadirle más habitaciones y adecuarlo a la nueva normativa antisísmica, a tiempo para las Olimpiadas de 2020. El Okura se inauguró en 1961 y, aunque ha pasado por tiempos mejores, su lobby permanece como una de las obras magnas de la arquitectura de la época: un espacio diáfano con luz tamizada y celosías donde, para no romper el hechizo, no se sirve ni comida ni bebida. Los terremotos y los conflictos han hecho del paisaje japonés un escenario en constante reconstrucción. Solo que, mientras que la arquitectura tradicional nipona está claramente protegida, la mayoría de las obras de la posguerra podrían ser demolidas sin traba alguna pasado mañana.

Esto es lo que las protestas contra la demolición del Okura, y ahora también Bottega Veneta, quieren denunciar. El pasado mes de noviembre, aliada con la revista Casa Brutus y la asociación Docomomo, la firma reunió en el 21st Century Museum of Contemporary Art de Kanazawa (al norte de Japón) a una serie de ponentes para arrojar luz sobre la cuestión. El tiempo, la falta de mantenimiento y la ausencia de protección han revelado la vulnerabilidad de otrora brillantes ejemplos del optimismo de los años cincuenta. Y no solo en Japón. "Muchas de las case study houses se están desmoronando. Fueron construidas sin medios por arquitectos inexpertos", señalaba la arquitecta Toshiko Mori. El proyecto Case Study Houses fue iniciado en Los Ángeles por la revista Arts & Architecture; entre 1945 y 1966, jóvenes arquitectos como Richard Neutra, Eero Saarinen o Charles y Ray Eames, diseñaron viviendas asequibles, destinadas a ser reproducidas por todo el país, y que hoy se han convertido en importantes (y cotizados) ejemplos de la arquitectura residencial de la época. Para devolver a un edificio a su estado original, y sobre todo para financiarlo, apuntaba el pritzker Fumihiko Maki, este requiere "alguien que lo ame".

Enamorarse, en cualquier caso, es más fácil cuando la casa en cuestión es un bonito refugio en un idílico lugar. La cosa cambia cuando hablamos de una decrépita estructura de cápsulas superpuestas de 1972, sobre la que planea constantemente el fantasma de la demolición. La torre Nakagin, en Tokio, fue proyectada por Kisho Kurosawa y subsiste, a duras penas, como uno de los pocos ejemplos construidos del movimiento arquitectónico que puso a Japón a la vanguardia del negocio: el metabolismo. Pretendía ser el edificio del hombre del futuro (sus habitáculos individuales no tenían cocina, porque en el futuro no se iría a casa más que a dormir), pero hoy es una mole semideshabitada en uno de los distritos más caros de Tokio, Ginza. Resulta mucho más barato tirarla que conservarla, por no hablar de la cantidad de amor que haría falta para renovarla con respeto al diseño original.

La arquitectura, y la buena arquitectura en particular, "es la memoria del tiempo de un lugar", señalaba Maki. En el vídeo, Maier lo expresa de forma menos poética, pero más directa: "Es lo que marca la diferencia en una ciudad. Que no te levantes por la mañana y tengas la sensación de estar en cualquier parte". Y lanza un órdago: "Es mejor ir con cuidado ahora que tener que lamentarlo después".

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Sobre la firma

Daniel García López
Es director de ICON, la revista masculina de EL PAÍS, e ICON Design, el suplemento de decoración, arte y arquitectura. Está especializado en cultura, moda y estilo de vida. Forma parte de EL PAÍS desde 2013. Antes, trabajó en Vanidad y Vanity Fair, y publicó en Elle, Marie Claire y El País Semanal. Es autor de la colección ‘Mitos de la moda’.

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