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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

¿Toca hablar de República?

En las últimas elecciones no se ha votado sobre las políticas de la UE, sino sobre los partidos

Jorge M. Reverte

La primera respuesta es obvia: en una democracia toca hablar de lo que quieran hablar los ciudadanos. No es tolerable ni coherente que se decida desde las instituciones políticas o los medios de comunicación si un asunto es o no pertinente en función de los tiempos políticos. Está por demostrar que el dilema entre monarquía o república sea una inquietud realmente sentida por los ciudadanos españoles. Hay otros problemas que, según dicen las encuestas, ocupan el centro de las preocupaciones de la gente. No es preciso detallarlas.

Pero también es cierto que una de las misiones de los partidos políticos es la de estimular el debate con el fin de cambiar la sociedad en la dirección que sus principios preconizan. Después, las urnas se encargan de demostrar si esas propuestas reciben o no el apoyo de los votantes.

Las últimas elecciones celebradas en España han procurado un resultado engañoso en un sentido: no se ha votado sobre las políticas en relación con la UE, sino sobre los partidos. El electorado ha mostrado su hartazgo de las dos formaciones hegemónicas y ha abierto el paso a otras. El éxito de Podemos y, algo menor, de IU no se ha debido a sus propuestas sobre política europea, sino a que han sido vistos como partidos que rompen el estancamiento provocado por una forma anquilosada de actuar.

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De estos resultados se han extraído conclusiones que son, desde mi punto de vista, erróneas. De un lado, la izquierda clásica o la populista se están dejando llevar por la euforia del éxito electoral traduciéndolo a la aceptación por el público de su programa más radical. Eso les lleva, por los primeros indicios, a suponer que los españoles pueden llegar pronto a la conclusión de que hay que salir de la Unión, liquidar la relación con el euro y abolir la deuda por decreto. Eso está en el ADN de Podemos, pero amenaza con invadir el programa de IU, ansiosa de repescar el voto perdido a su izquierda.

La noticia de la abdicación de Juan Carlos I ha irrumpido en este universo de conclusiones apresuradas de modo que ha disparado exponencialmente las ansias de radicalismo simbólico. Los partidos políticos de la izquierda y los nuevos populistas saben que la Monarquía no es el origen de los males actuales de la patria. Pero sí es el centro de un posible debate nacional que les aúpe a convertirse en los portadores de la llama del cambio de régimen, que es un hermoso objetivo por mucho que no tenga aún un programa sensato de alternativa.

Los nacionalistas catalanes se han embarcado también en la nave que gobiernan con mayor disfrute: España no es cosa suya, que los españoles hagan lo que quieran con su Monarquía.

Y las grandes formaciones del bipartidismo, las que sustentan el régimen, se lamen las heridas pero no asumen la mayor: de lo que se trata es de cambiar el propio modelo de partido. No sólo de líderes locales o nacionales.

Entonces, ¿discutimos mucho sobre eso o hablamos en serio de corrupción, clientelismo, sistema de representación, transparencia y cosas así? 

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