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A Ram Kumari Yadav, de unos 45 años (desconoce su fecha de nacimiento exacta), se le salió el útero por su vagina cuando parió a su primogénita. Era una adolescente. Sus padres la casaron tras tener su primera menstruación. "Rápido me quedé embarazada", recuerda. "Después del parto fui unos días a casa de mi madre a descansar y noté que algo se salía. Ella me dijo que era normal después de dar a luz y lo trató de meter de nuevo", relata en voz baja y visiblemente nerviosa. Doce días después volvió a trabajar en el campo y la casa -"si no lo hacía mi suegra me pegaba"-, y el bulto entre sus piernas se fue haciendo más grande. Así, Ram Kumari lleva tres décadas con dolores en la espalda y el abdomen, sin poder sentarse normalmente, ni juntar sus rodillas. Ha parido otros cuatro hijos y sigue haciendo todas las labores del hogar. "Me siento muy triste, me pregunto por qué me pasa esto". Como ella, 600.000 mujeres en Nepal (el 10% de la población femenina) sufren prolapso uterino, de las cuales un tercio necesita una operación. Muchas no se la pueden hacer aunque es gratuita porque sus maridos no les conceden la ciudadanía, obligatoria para que el Estado les realice la intervención. El esposo de Ram Kumari no solo se lo impide porque no quiere dejar de mantener relaciones sexuales durante los días de reposo tras la cirugía sino que, además, le pega cuando llega borracho a casa. Pese a sus historias comunes y aunque viven a escasos pasos unas de otras, las mujeres no hablan de sus problemas, mucho menos de si tienen prolapso. "No conozco a otras que lo tengan. Y mis vecinos no saben mi problema, y si lo supieran no me sentiría bien. Nadie habla de esto. La gente no abre su corazón".
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La tradición contra la mujer

En Nepal la ley prohíbe el matrimonio infantil, la violencia de género y el pago de una dote por cazar a una hija. Son, sin embargo, prácticas habituales que limitan extremadamente los derechos de las mujeres y afectan a su bienestar y salud

Alejandra Agudo
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