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LEÑA
Columna
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Matrioskas en la cancha

No importa cuántas veces salgamos del armario, uno nuevo se materializa ante la curiosidad o el desconocimiento de los demás

Acompaño a mi pareja a un cóctel; al entrar, la gente que no me conoce espera que ella me introduzca, ¿seré su hermana, su amiga, su colega? A veces dice mi nombre y explica: esta es Rita, mi compañera. Otras veces solo dice mi nombre y dejamos que saquen sus conclusiones. Para los que no nos identificamos como heterosexuales, la socialización es un túnel al final del cual brilla la enervante luz de una confesión con la que arriesgamos y perdemos el cómodo sitial de la “normalidad”, ese lugar seguro que ofrece el estricto patrón de la hetero-normatividad. Esta tensión preliminar a cualquier nuevo encuentro es producto de una condición llamada el closet, el armario.

Como las matrioskas rusas que siempre guardan una muñequita más pequeña dentro, no importa cuántas veces salgamos de él, uno nuevo se materializa ante la curiosidad o el desconocimiento de los demás. Tras abrir la puerta del armatoste de caoba en el que viví hasta mi mayoría de edad, logrando comunicarle a mis seres queridos lo que de todas maneras ya sospechaban, me hallé saliendo de un closet nuevo todos los días, en el trabajo, en fiestas, cada vez que alguien se atrevía a preguntar y frente al señor que en la parada del metro asume de inmediato que soy hetero y me pregunta si mi marido es tan alto como yo. El closet es contagioso. “¿Le vas a decir a tu tía o se lo digo yo?”, preguntaba mi madre, pasando la aspiradora al suyo.

Me gusta pensar que todo esto es parte del proceso de selección natural necesario para la evolución de la especie; nos haremos mejores y más fuertes abriendo esas puertas una y otra vez, y las categorías obsoletas que convocan al closet sobre nuestros cuerpos terminarán por extinguirse. Esta inevitable evolución tiene sus campeones, atletas profesionales para los que salir del armario supone arriesgar carrera y millones, que han decidido ponerlo todo en juego apostando a la potencia de la verdad y derribando, con la rudeza de un futbolista americano, una caterva de estereotipos.

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