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Columna
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Ucrania, ni europea ni rusa… china

China acaba de sorprender al mundo al comprar un 5 % de Ucrania para usos agrícolas, superficie equivalente a Galicia, y que supone el 9 % de toda su tierra agraria útil

Hace un mes ha tenido lugar un acontecimiento que puede cambiar a corto plazo el sistema agroalimentario mundial. Se trata de la aprobación por parte del Consejo de Estado de China de las nuevas metas de producción de grano que por primera vez quedan por debajo de las tasas de consumo interno, abandonando efectivamente su larga historia de política de autosuficiencia en cereales.

Nuevas directrices que quieren dejar la producción de cereales en torno a unos 550 millones de toneladas en 2020, por debajo de la cosecha de 2013 de 602 millones de toneladas. Detrás de esto, el gobierno chino alega que está la decisión de apostar por producir internamente más carne, verduras y frutas, que implican menos necesidad de tierra y generan más empleo. Además, la importación de carne es más cara que el cereal.

Una nueva política que anticipa que el país pronto estará produciendo menos grano del que consume, poniendo fin a un compromiso de larga data para ser autosuficiente en sus alimentos básicos, política que había sido central los últimos 40 años en un país donde aún se recuerdan a los 30 millones de muertos que dejó la última hambruna en los años 50.

Dos son las preguntas que rápidamente deben ser aclaradas. ¿China va a perder su seguridad alimentaria y ponerla en manos de la oscilación de los mercados internacionales? ¿Cuál será el impacto en el mundo de este abandono de la política de autosuficiencia china?

La política de seguridad alimentaria ha sido estratégica en China desde hace décadas, debido obviamente a la enorme población del país. Esto no parece que cambiará, pero sí el modo en que hasta ahora había sido resuelta a través de políticas de inversión y capacidad productiva interna, llegando en estos momentos a contar con el 40% de los agricultores del mundo. La situación en los últimos años ha cambiado debido al enorme avance del proceso de industrialización de China, que ha provocado la necesidad de mayor mano de obra en centros urbanos, así como una mayor presión sobre las materias primas y los propios acuíferos. Por tanto, se podría pensar que la necesidad de importación ya venía siendo una realidad los últimos años y que estas nuevas directrices tan solo certificarían lo que es ya una realidad.

Esto podría ser verdad si no fuera porque bastante antes de la crisis alimentaria del 2008 las autoridades chinas habían comenzado la ampliación de la cadena agroalimentaria, un nuevo modelo que se expandía fuera de sus fronteras, se trataba de la deslocalización agrícola.

El impacto, según podemos calcular, será enorme y determinante. Por un lado, debido al efecto distorsionador y global que generan siempre los números provenientes de China; pero además por el cambio que está suponiendo y supondrá en la estructura del modelo alimentario global que camina aceleradamente a nuevo colonialismo alimentario.

Estas nuevas directrices no están por tanto dirigidas a certificar la mayor necesidad alimentaria de China y desarrollar estrategias para ordenar su mayor exposición a los mercados internacionales y a las consiguientes oscilaciones precios, sino que forma parte de una estrategia mayor y más a largo plazo. Se trata aprovechar su enorme capacidad económica y financiera actual para implantar su política de deslocalización agrícola a través de acuerdos comerciales con terceros países (fundamentalmente en África) para comprar, alquilar o explotar tierras para el cultivo de alimentos a un precio menor, utilizando para ello su enorme poder como acreedor, ya que China es uno de los grandes tenedores de deuda soberana de estos países.

Para ello, el Ministerio de Agricultura chino lanzó en 2008 una política contundente dirigida a la deslocalización de la producción agraria, llegando a decenas de acuerdos con países africanos para este fin y convirtiéndose en uno de los grandes acaparadores en una carrera sin fin.

Recientemente ha dado un nuevo salto cualitativo. Así, hace apenas unas semanas ha sorprendido al mundo al comprar un 5 % del suelo de Ucrania para usos agrícolas –superficie equivalente a Galicia–, lo que supone el 9 % de toda la tierra agraria útil del país.

Es lo que se ha dado en llamar los últimos tiempos como el fenómeno del acaparamiento de tierras, considerado por la FAO una de los principales causantes de hambre en el mundo en la actualidad.

Frente a esta situación, la comunidad internacional, presionada por organizaciones campesinas y de la sociedad civil, reaccionó a través de la aprobación de unas directrices voluntarias sobre la gobernanza responsable de la tenencia de la tierra, la pesca y los bosques, en el marco de la FAO el año 2012.

Estas directivas apenas han tenido efectividad debido a su carácter voluntario y del escaso o nulo compromiso de los países ricos. Si la comunidad internacional no se toma en serio este inminente cambio en el sistema y gobernanza alimentaria a nivel global y no hace urgentemente obligatorias estas directivas, veremos como este modelo avanza con enormes impactos en el derecho a la alimentación de millones de personas. También en Europa.

Javier Guzmán es director de VSF Justicia Alimentaria Global

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