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Jóvenes, paro, desigualdad y algo de esperanza

Un programa con imaginación para jóvenes: un Bar-Escuela de la Fundación Solventia El proyecto intenta formar y reinsertar sociolaboralmente a chicos y chicas que por sus condiciones sociales y económicas no es fácil que tengan la oportunidad de conseguir un empleo o adquirir la experiencia que los permita entrar al mercado laboral.

José[1] acaba de cumplir 19 años. Cuidado primero por su abuela y luego por unos tíos ha crecido en una casa construida por ellos mismos en la Cañada Real de Madrid, la mayor concentración chabolista de la capital de España. Raro es el día que los periódicos no hablan de redadas contra los clanes de la droga instalados en los diversos tramos de ese asentamiento.

Con la crisis el tío de José perdió su trabajo como albañil. Para poder dar de comer a su familia tuvo que reinventarse y empezó a vender globos en parques y ferias. Ha mantenido a sus hijos y a su sobrino fuera de la droga y otras actividades ilegales del barrio. Pero José conoce lo que significa irse a la cama con el estómago vacío muchos días.

Abandonó la escuela muy pronto y vagó por las calles de su barrio buscando cómo sobrevivir. Una trabajadora social le convenció de que se formara en algún oficio que le permitiera encontrar un trabajo. Fue así como aterrizó en una asociación en la que adquirió conocimientos básicos de cocina.

Realizó prácticas en un par de restaurantes, sin que le pagaran, evidentemente. Finalmente le ofrecieron un trabajo de aprendiz con contrato temporal de tres meses. Estaba a punto de cumplir los 18 años y se le abría un mundo nuevo lleno de posibilidades, pero muy pronto se dio de bruces contra la realidad. Al terminar el contrato el dueño del restaurante le dijo que le gustaba mucho como trabajaba y que le iba a renovar. José continuó trabajando y al cabo de un mes, cuando preguntó por la renovación de su contrato el jefe le dijo que no había, que siguiera trabajando como estaba: doce horas diarias, seis días a la semana por lo que al final de mes, tras insistir un poco, recibía un sobre con seiscientos euros. Cada vez que protestaba el dueño le decía: “es lo que hay, lo tomas o lo dejas. Tengo ciento de chavales que están dispuestos a coger tu puesto en cuanto les llame”.

La misma asociación en la que había estudiado le ofreció continuar su formación en un Bar-Escuela que estaba buscando jóvenes como él para formarlos en hostelería y ofrecerles la posibilidad de una reinserción socio-laboral. José no se lo pensó dos veces y se aferró a la nueva oportunidad que le ofrecía la vida. Se lo comunicó a su jefe el 30 de noviembre de 2013, justo el día antes de comenzar su nueva etapa de formación. Pidió el sueldo por los días trabajados y el jefe le contestó que se fuera por donde había venido que como no le había notificado con 15 de días de antelación no tenía que pagarle nada.

El convenio de hostelería de la Comunidad de Madrid no impone la obligación de preaviso, además José trabajaba en negro. El chaval amenazó con denunciar al dueño del restaurante y este le dijo: “¿a que no hay cojones? ¿Pero tú crees que a mí me van a hacer algo?” José llora de rabia cuando me lo cuenta y dice que le entran ganas de llamar a unos cuantos amigos del barrio y destrozar el restaurante “del cabrón ese que se está forrando a costa de explotarnos como esclavos”. Luego me mira con sus ojos acuosos y mientras se limpia con las palmas de las manos las últimas lágrimas que chorean por sus mejillas me pregunta: “¿es que esto va a ser siempre así? Si naces pobre no te queda más remedio que joderte y trabajar para que los ricos se hagan más ricos. Los pobres no tenernos derechos, no tenemos justicia”. Yo cayo y miro le miro en los ojos sin saber qué responderle.

El Bar-Escuela al que José se incorporó en diciembre, pertenece a un proyecto de la Fundación Solventia. Esta tiene, como finalidad, entre otras, la formación y reinserción socio-laboral de jóvenes que por sus condiciones sociales y económicas no es fácil que tengan la oportunidad de conseguir un empleo o adquirir la experiencia que los permita entrar al mercado laboral. Quien esto escribe lleva colaborando con este proyecto desde abril de 2013. Desde un primer momento me engancharon las historias de los jóvenes, las ganas de luchar que presentan y la alegría que desprenden cuando se agarran a la oportunidad que se les presenta y ven que puede ser la herramienta que buscaban para cambiar sus vidas.

Los jóvenes que acceden al programa pasan por un periodo de formación como camareros o cocineros. Trabajan junto a un profesional seis horas diarias, cinco días a la semana, al mismo tiempo que reciben una formación teórica. Al cabo de un par de meses, ya están preparados para desenvolverse como profesionales y dejan la tutela del profesor para comportarse como un ayudante de cocinero o de camarero. La tercera etapa es la integración al mundo laboral. A todos ellos se le busca un trabajo, con contrato legal, antes de abandonar el Bar-Escuela.

Los beneficiarios de este programa de la Fundación Solvencia, son dados de alta en la Seguridad Social y reciben un sueldo desde el primer día, que les permite mantenerse y empezar a llevar una vida digna. Algunos de los chavales que han llegado a este proyecto vienen directamente de la calle, otros proceden de bandas latinas, chicas que han sufrido todo tipo de abusos… El recibir un sueldo les permite rehacer sus vidas. Con el primer dinero que ganan suelen alquilarse una habitación donde poder dormir y guardar sus pertenencias. Este es un paso fundamental para muchos de ellos que simboliza una ruptura con el mundo anterior.

Paro juvenil

La última Encuesta de Población Activa publicada en enero de 2014 muestra que en España se sigue destruyendo empleo y que el paro ha alcanzado una tasa del 26 %, la más alta de la Unión Europea después de Grecia. Sin embargo, la destrucción de empleo no ha sido homogénea para los diferentes grupos de edad de la población, siendo las personas jóvenes el grupo más afectado por la crisis, especialmente el segmento de edad de 16 a 25 años con una tasa de desempleo del 55 %.

En la Comunidad de Madrid la tasa de desempleo entre los jóvenes de 16 a 19 años es de un 71 % y entre los de 20 a 24 de un 42 %. Esto pone de manifiesto que estos grupos de población siguen siendo los más vulnerables.

La flexibilización del mercado y la mayor exigencia de éste en cuanto a formación y experiencia se refieren, hacen que cada vez más jóvenes se queden fuera del mercado laboral sin ni siquiera haber tenido una primera experiencia profesional. Esta situación de inacción puede conllevar un doble problema, de una parte la pérdida de competencias y habilidades sociales y personales que, a la larga, dificultan a la persona tanto el acceso al empleo como el mantenimiento de éste, y de otra la sensación de fracaso y la percepción de exclusión como rasgo identitario lo que puede arrojar a estos jóvenes al mundo criminal y marginal.

Esta pérdida de habilidades y competencias pre-laborales se hacen más patentes en aquellos jóvenes que carecen de un referente adulto adecuado que les guíe en el transito a la vida adulta. Se trata de jóvenes que viven en la calle, que proceden de experiencias de tutela, de familias desestructuradas.... Estos chicos y chicas presentan un índice mayor de desempleo y falta de formación que sus coetáneos.

El desánimo y la baja autoestima son estados normales para los jóvenes que no ven una salida a su situación vital. Cansados de buscar un trabajo o una oportunidad que les permita tener una vida digna se encierran en sí mismos. Es curioso que de las 26 personas que han pasado por el Bar-Escuela, entre profesionales y alumnos, solo una de ellas estuviera inscrita en el paro cuando se presentó al proceso de selección. Preguntadas algunas de ellas por qué no lo habían hecho la respuesta más común era: “porque no sirve para nada”. Al menos, aquellos jóvenes que han estudiado pueden emigrar, pero para los que no han tenido la oportunidad ni las facilidades, la misma estructura social y laboral les empuja a vivir al margen, y en ocasiones fuera de la ley para sobrevivir.

A esta situación también contribuye que en España, cada vez sean más escasas las líneas de financiación que favorezcan la empleabilidad de los más jóvenes y las que existen presentan tales dificultades y condicionantes que fuerzan a un proceso de selección basado en las posibilidades de incorporación al mercado de trabajo, dejando a chicos y chicas con alta motivación y buenas competencias fuera de estos procesos. También desaniman a cualquier emprendedor a contratar a este tipo de personas o, como mínimo, ofrecerles una posibilidad de adquirir la experiencia necesaria para poder, más adelante, incorporarse de forma definitiva en el mercado laboral.

Es por eso que se hacen necesarios proyectos como el del Bar-Escuela de la Fundación Solventia que crean oportunidades laborales y empoderan a los jóvenes más desfavorecidos.

Acompañamiento

En el itinerario establecido por la Fundación Solventia para sus beneficiarios el acompañamiento o coaching de los mismos juega un papel fundamental. Mientras que la formación tiene como objetivo crear buenos cocineros y camareros, esta faceta pretende ayudar a los chicos y chicas a crecer como seres humanos responsables capaces de afrontar y resolver las dificultades que se les presenten.

En el Bar-Escuela, José coincidió con Pedro[2] un chaval que viene de la Ventilla, un bario del norte de Madrid. Su padre desapareció cuando él era muy joven y la madre tuvo que empezar a limpiar casas. Desde los 15 años Pedro ha tenido que buscarse la vida. Trapicheó con drogas, participó en pequeños robos y se prostituyó con mujeres maduras. Con 18 años estaba asqueado de aquel mundo y quiso dejarlo. Buscó trabajo y solo le ofrecieron puestos de camarero con jornadas de 12 horas y paga mísera en negro. Para poder llegar a fin de mes dormía en el sofá que le prestaba algún amigo o en las casas de las mujeres que todavía seguían requiriendo sus servicios.

Él fue uno de los primeros chicos que inauguraron el Bar-Escuela de Solventia. Durante un mes siguió durmiendo en los sofás de las casas de sus amigos. Con su primer sueldo se alquiló una habitación y se compró algo de ropa nueva. Me comentaba que lo que más le gustaba de la oportunidad que se le ofrecía era el poder dejar de acostarse con señoras mayores, un trabajo que, según él, “le agotaba y le hacía sentirse sucio”.

El seguimiento de Pedro no fue fácil. Tuvimos que prestar atención a muchos aspectos de su personalidad. Para complicar las cosas, cuando la madre se enteró de que estaba trabajando volvió a aparecer en su vida para exigirle parte de su sueldo. Hubo que trabajar aspectos como el amor-odio hacia la madre, el odio hacia el padre ausente y al que él culpa de todas sus desgracias, la rabia acumulada durante tantos años, el salir de un círculo de amigos que sobreviven gracias a la delincuencia… fue una intervención de meses para que Pedro lograse una estabilidad emocional que le permita vivir de una forma diferente.

Uno de los primeros días en el Bar-Escuela, el profesor le envió a atender una de las mesas de la terraza donde estaban sentados cuatro jóvenes. Al llevar la cuenta, los clientes empezaron a discutir que les cobraba más cervezas de las que habían pedido. Pedro dijo que no, que había apuntado todas las rondas. Ante la insistencia de los chicos, Pedro empezó a gritar que a él nadie le llamaba mentiroso y solo la rápida intervención del encargado del local evitó que la disputa terminase a puños.

Sin embargo, el esfuerzo hecho por Pedro es de admirar, gracias a la oportunidad que le ha ofrecido la Fundación Solventia ha podido trabajar su rabia y su actitud y tras seis meses de prácticas y seguimiento, hoy día es camarero.

Desigualdad

El Bar-Escuela de la Fundación Solventia, en el que coincidieron José y Pedro, está en pleno barrio de Salamanca de Madrid. Entre los numerosos clientes que acuden a él se encuentran muchos estudiantes de una universidad privada que está a las espaldas del local y que tienen la misma edad que ellos.

Justo hoy, hay cuatro sentados en una de las mesas del salón bebiendo cerveza. Su conversación gira en torno a fiestas, discotecas, la mala leche de algún profesor, la última chica con la que se han acostado, si en Navidad toda la familia se fue a esquiar a los Alpes o si el otro no ve la hora de llegar a la finca de Écija porque ya echa de menos montar a caballo. Llega una chica que parece ser la pareja de uno de ellos y cuenta que en cuanto terminen los exámenes se va con cuatro amigas a pasar el fin de semana a Londres para hacer compras. Uno de los que están sentados comenta que su madre ha ido a Miami, como todos los años por esta época, a descansar y comprar. La conversación sigue animándose y llaman a Pedro para que les sirva otra ronda de dobles de cerveza.

El informe Foessa 2013 pone de relieve que “la sociedad española ha alcanzado máximos históricos en desempleo y grandes aumentos de la desigualdad, mientras que los procesos de empobrecimiento y de inseguridad económica de los hogares españoles han llegado a un punto de difícil retorno (…). Sin lugar a dudas las personas más afectadas por la crisis son aquellas que se encuentran en las capas más humildes de nuestra población”.

El último informe de Intermon-Oxfam, titulado Gobernar para las élites; Secuestro democrático y desigualdad económica, incide en el mismo aspecto, en que nuestra sociedad está cada vez más dividida entre unos pocos ricos que lo tienen todo y un gran segmento de la población que no deja de crecer y que cada vez tienen menos posibilidades de romper el círculo de la pobreza en el que se encuentra inmerso. Los recortes en educación, sanidad y servicios sociales impuestos por el gobierno están favoreciendo que el abismo entre uno y otro grupo sea cada vez más amplio y que resulte prácticamente imposible salir de uno para entrar en el otro. La crisis económica está terminando con los mecanismos que, tradicionalmente, facilitaban la igualdad de oportunidades para todos los ciudadanos independientemente de su nivel económico o situación social.

Los pobres son cada día más pobres mientras que las grandes fortunas españolas remontan la depresión y se alejan de ella. Las noticias nos informan de que las 200 mayores fortunas del país han crecido, en los últimos 12 meses, un 16,9 %.

El Bar-Escuela en el que se formó Pedro y en el que continúa José junto a otros compañeros y compañeras, es uno más de los programas puestos en marcha por diversas ONG y asociaciones españolas para ofrecer oportunidades a los más desafortunados que les permitan salir de la pobreza y la exclusión social a las que la crisis económica y la sociedad actual les condenan.

El Bar-Escuela de la Fundación Solventia tiene como patrocinador principal a Coca-Cola y cuenta con la colaboración de la Fundación Juan Entrecanales. Abrió en junio de 2013 y desde entonces han pasado por él 16 chicos y chicas, ocho de los cuales ya se han graduado del programa y en estos momentos se encuentran trabajando como cocineros o camareros en otros bares o restaurantes. Durante el año 2014, el programa se ha puesto como objetivo formar y reinsertar socio-laboralmente al menos a 24 chicos y chicas. Se trata de una franquicia Lizarran, propiedad de la Fundación Solventia, que está en la calle Conde de Peñalver 35 de Madrid.

[1] Nombre figurado

[2] Nombre figurado

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