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Columna
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Cuerdas

La mayoría de los que rebotaron el documental no sabían que estaban haciendo algo dañino. Pero asusta ver con qué facilidad pensamos que los contenidos pueden compartirse sin consecuencias

Rosa Montero

Les voy a contar una historia ejemplar. Es el relato de lo que ha sucedido con Cuerdas, el documental de Pedro Solís que ganó el Goya. Seguro que ya han visto la película, porque se ha convertido en el vídeo más copiado y reenviado del país y quizá del planeta en los últimos días. Más de millón y medio de visitas en YouTube hasta que consiguieron que lo quitaran (pero da igual: otro tipo, este mucho más culpable y más pirata, porque ahora sí sabe, ha vuelto a colgar el vídeo), por no hablar de Facebook, de Twitter y hasta del WhatsApp. Ya habrán oído también que el pobre Solís se ha desgañitado repitiendo que habían subido el corto a las redes sin permiso, y que la millonada de visionados le está chafando muchas posibilidades profesionales. La inmensa mayoría de los que rebotaron el documental no sabían que estaban haciendo algo dañino, por supuesto. Pero asusta ver con qué facilidad pensamos todos que los contenidos pueden compartirse sin consecuencias.

Tan desesperado estaba Pedro que dijo en una radio que el pirateo había fosfatinado sus expectativas con el corto; que pensaba comprarle una silla de ruedas a su hijo pero quizá ya no pudiera hacerlo, y añadió, irónico, que lo mismo se la compraban los que habían colgado su película. Entonces surgieron en la Red montones de personas que, con genuina congoja, querían organizar cuestaciones colectivas para la silla. “A mí me gusta comprar las sillas de mi hijo con lo que gano y lo puedo hacer”, explica Pedro: “Quizá no debí decir eso, pero estaba ofuscado. Lo cierto es que un niño así genera gastos brutales. Y lo cierto es que vivimos de nuestro trabajo”. Como cualquier persona, por supuesto: y el pirateo te impide vivir. Todos muy emocionados, todos con la lágrima temblona por la bella y solidaria Cuerdas, y luego, aun sabiendo que haces daño, robando el trabajo de otros. Tiene narices.

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