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EL PULSO
Columna
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Lo que nos queda de neandertales

Un estudio descubre que un 20% de genes de este homínido extinto sobreviven en nuestro ADN

Reconstrucción de una familia neandertal realizada por el estudio Daynes de París.
Reconstrucción de una familia neandertal realizada por el estudio Daynes de París.P. PLAILLY / E. DAYNES (AGE FOTOSTOCK)

Primero los hechos: imagine, hace más de 40.000 años, a un grupo de homínidos que cuidan a sus viejos seres queridos, alimentándolos a pesar de que no se valen por sí solos. Entierran a los fallecidos en rituales, son maestros del fuego, hierven el agua para cocinar y fabrican pigmentos para ornamentar conchas marinas. Las mujeres se atavían con collares hechos de hueso. No se limitan a ocupar las entradas de las cuevas. Decoran sus paredes con impresiones de sus manos y círculos encarnados. Hablan entre sí, no gruñen como las bestias.Y ahora, su aspecto: un grueso anillo de hueso por encima de los ojos, frente huidiza, el mentón hacia atrás, baja estatura, brazos y piernas cortos, huesos robustos. ¡Parecen unos brutos de categoría en las reconstrucciones! Son neandertales. ¿Sorprendidos?

Desde su descubrimiento en Alemania en 1856, los paleoantropólogos los presentaron primero como seres degenerados, luego como homínidos idiotas y ahora como una especie extinguida hace 30.000 años por culpa de nuestros antecesores recién llegados de África. Se nos dijo que los neandertales fabricaban peores utensilios, gruñían y no tenían pensamiento simbólico. No eran tan humanos. La idea de una hibridación entre nosotros y ellos resultaba inconcebible. Hasta que los paleoantropólogos João Zilhão y Erik Trinkaus descubrieron en 1998 un esqueleto de un niño humano de hace unos 24.000 años en Lagar Velho (Portugal) con rasgos neandertales. Y el paradigma empezó a temblar.

Lo último: un estudio comandado por Benjamin Vernot y Joshua Akey, de la Universidad de Washington, y publicado en Science en enero ha encontrado que un 20% de genes neandertales sobreviven en nuestro legado genético, en base a la comparación entre el genoma del neandertal y la de 665 europeos y asiáticos actuales. Añade que hemos heredado de ellos la susceptibilidad a la diabetes tipo 2, la enfermedad de Crohn, el lupus, la cirrosis… ¡y la predisposición genética para ser adictos al tabaco! “Ahora dicen que sí hubo mezcla, reconocen su error. Pero como se trata de neandertales, su contribución tiene que haber sido mala, es una porquería, nuestro pecado mortal por habernos mezclado con ellos, haber mordido la manzana”, dice Zilhão, entre risas, al teléfono desde la Institución Catalana de Investigación y Estudios Avanzados en Barcelona. Comparar a los neandertales con el hombre moderno, en vez de con su contemporáneo, “es un disparate”, sostiene. “Preguntarse si fueron diferentes es lo mismo que preguntar si las naranjas son diferentes de la fruta, un sinsentido”.

Antonio Rosas, paleoantropólogo del Museo Nacional de Ciencias Naturales del CSIC en Madrid, discrepa de su colega portugués. Y admite que en ocasiones hay un poso de discriminación y cierto miedo por admitir que no existían tantas diferencias. Aunque matiza. “No eran como nosotros. Eso no implica que sean mejores ni peores. Es lo que aún nos queda por aprender”.

Zilhão sugiere una segunda lectura: cada vez que un hallazgo sobre neandertales les empuja hacia nosotros, muchos científicos se resisten. Basta con revisar titulares: “Los neandertales nos dieron enfermedades” (BBC); “Los neandertales y los modernos, parejas imperfectas” (Science). Por no hablar de las historias sobre su canibalismo, cuando es una práctica que también se ha dado en otros grupos humanos actuales. Para calentar el debate, Zilhão publicó el año pasado un estudio en Nature sobre las más antiguas pinturas rupestres (40.800 años) en la cueva de El Castillo, en Puente Viesgo (Cantabria). Su antigüedad sugiere, en una apasionante polémica científica no resuelta, que los neandertales pudieron ser los primeros artistas.

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