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Un aquelarre delirante

Mitos de brujería en las montañas. Una historia de tontos contra malas Alex de la Iglesia se monta en la escoba para dar su visión de la guerra de sexos en 'Las brujas de Zugarramurdi', que este fin de semana se exhibe en el festival de San Sebastián y el próximo viernes se estrena en cines

Pablo Guimón
SERGI PONS

Las cosas pueden ser Alex de la Iglesia. De la misma manera que, salvando las distancias, hay cosas que son Woody Allen, Tim Burton o Quentin Tarantino. Que tu nombre se convierta en adjetivo está al alcance de unos pocos directores. Aquellos capaces de exhibir un mundo tan propio y genuino que termina por trascender a sus películas. La Margen Izquierda de la ría del Nervión de finales de los ochenta convertida en civilización posapocalíptica es, por ejemplo, Alex de la Iglesia. Un niño obeso, habitante de un planeta llamado Asturiax, con una camiseta raída del Curro de la Expo de Sevilla, también. Las Torres Kio como escenario de la aparición del Anticristo. Santiago Segura colgado del luminoso de Schweppes de la Gran Vía madrileña. Una comunidad de vecinos envuelta en un sofocante complot. Los figurantes decadentes de los espectáculos de westerns del desierto de Almería. Le puede a usted hacer gracia o no, pero todo es Alex de la Iglesia.

Por eso, cuando se empezó a oír que el director vasco estaba metido en un proyecto sobre las brujas de Zugarramurdi, la reacción general no pudo ser otra: esto es puro Alex de la Iglesia. Aquelarres en las cuevas de unas exuberantes montañas, seis mujeres quemadas vivas en la hoguera acusadas de brujería por la Inquisición. Y todo, apenas a 200 kilómetros del lugar de nacimiento del director. “Esto me ronda desde niño”, explica. “En Euskadi, las brujas o sorgines están muy presentes. Ya mi padre me hablaba de Zugarramurdi. Y estudiando en la universidad, me adentro en el proceso inquisitorial y en el mundo de las brujas, mezclado con la antropología cultural vasca. Leo a Barandiaran, a Julio Caro Baroja. Estudié Filosofía en Deusto, y allí está una de las colecciones más importantes de demonología del mundo. Yo hablaba con los profesores que estaban en contacto con el tema y, sin entender nada, me divertía muchísimo. Tuve un profesor de Metafísica en quinto, Andrés Ortiz Osés, que me habló del mundo de las brujas y del matriarcalismo vasco que, de manera cómica y grotesca, está reflejado en la película. Cuando hice El día de la Bestia, Jorge [Guerricaechevarría, guionista] y yo escribimos incluso una secuencia en la que el padre Berriartua soñaba con su madre y con aquelarres en el bosque. No llegamos a rodarlo, pero es un tema que siempre hemos querido hacer”.

Que nadie espere del filme una visión histórica, sino descontextualizada

El centro de la mitología vasca es la diosa Mari, que personifica a la madre Tierra, preside una auténtica religión naturalista y entronca con el matriarcalismo vasco, con la etxekoandre (mujer de la casa) como eje vertebrador del caserío y la sociedad. Su contrapunto es el Aker, o macho cabrío, que representa la sexualidad masculina al servicio de la diosa Mari. Y el aquelarre, o campo del macho cabrío, hace referencia al encuentro del Aker con las sacerdotisas de Mari, las sorgines, en una ceremonia de carácter sexual. Ritos que se celebraban, por ejemplo, en las montañas navarras de Zugarramurdi.

En 1608, tras pasar un tiempo al otro lado de la frontera, María Ximildegi regresó a Zugarramurdi y difundió entre sus vecinos leyendas de brujas que volaban en escobas y hacían conjuros que perjudicaban las cosechas y el ganado. Los rumores volvieron a los aldeanos en contra de aquellas curanderas, conocedoras de las ciencias de la naturaleza, que participaban en los aquelarres nocturnos, probablemente aderezados con sustancias psicotrópicas, en los prados que había junto a las cuevas. Aquella bronca se zanjó con la confesión pública de los participantes, deseosos de recuperar la normalidad. La paz volvió a las montañas, pero lo haría por poco tiempo. Se cuenta que fue el abad del monasterio de San Salvador de Urdax, fray León de Araníbar, quien acudió a Logroño, a la sede del Santo Oficio en el norte, a denunciar los hechos. Y en enero de 1609, los inquisidores Juan del Valle Alvarado y Alonso de Becerra y Holguín llegaron al pueblo y emprendieron la que se convertiría en una de las mayores cazas de brujas de la historia. Sus tramposas pesquisas terminaron con decenas de encarcelados, muchos de ellos muertos entre rejas, y con un multitudinario auto de fe, celebrado el 7 de noviembre de 1610, en el que se procesó a 40 personas, condenando a seis de ellas a arder vivas en la hoguera.

Que nadie espere de esta película, conviene zanjarlo de antemano, un acercamiento histórico al asunto. “Eso ya lo hizo, y muy bien, Pedro Olea [Akelarre, 1983]”, recuerda el director. “Nosotros queríamos contarlo desde un punto de vista totalmente descontextualizado”. Y tanto. Aquí cabe un atraco de estatuas humanas a un establecimiento de compra de oro, un Bob Esponja de la Puerta del Sol acribillado a tiros y hasta el gargantua, ese aldeano gigante, atracción habitual en las fiestas populares vizcaínas, que se traga a los niños por la boca y los expulsa por el culo a través de un tobogán. Estamos, no hay que olvidarlo, ante Alex de la Iglesia. Y su mundo sigue ahí. Aunque él ya no sea un adolescente con gafas de pasta y camiseta negra rebuscando en tiendas de cómics, ni el cerebrito friki de 25 años que rodó Acción mutante, sino un tipo de 47 años, con 11 largometrajes y un Premio Nacional de Cinematografía a sus espaldas, expresidente de la Academia de Cine, padre de dos hijas y recién divorciado.

Es la película con la que el director está más orgulloso de su trabajo con los actores

Cuando Woody Allen reflexiona sobre la crisis de la pareja escribe la intimista y delicada Maridos y mujeres. Y cuando lo hace Alex de la Iglesia, lo que le sale es una delirante road movie protagonizada por un padre incompetente que lucha por la custodia de su hijo, un relaciones públicas de discoteca atontado por cientos de noches de pastillas y cansado de ser hombre objeto, un taxista que lee revistas esotéricas en la cola de Barajas y un señor de Cuenca que pasaba por ahí. O, en palabras del director, “una historia de los tontos contra las malas”. Porque, al final, Las brujas de Zugarramurdi, que se estrena el 22 de septiembre, es una historia de guerra de sexos. “Cada uno de los personajes se ve involucrado en el mundo de las mujeres de una forma más o menos patética”, cuenta De la Iglesia. “Y eso es algo que me hace mucha gracia. Sin ningún tipo de maldad y mucho menos con ganas de sentenciar nada. Pero sí: los hombres somos seres medio tontos que vivimos en un mundo de confusión. Y las mujeres lo tienen todo clarísimo y nos manipulan. Mi propia vida es bastante cómica a ese nivel. La vida de una persona divorciada es cómica en sí misma, y también es trágica. Hay momentos en los que te preguntas por qué no puedes estar más con tus hijas. Y eso te coloca en una situación dramática, pero a la vez te mantiene vivo”.

Si existe el karma, robar una alianza de boda que alguien ha empeñado tras un matrimonio fracasado debe de tener un karma malísimo. Pues no es uno, sino una maleta con 25.000 anillos lo que se llevan los desgraciados Hugo Silva y Mario Casas tras atracar un chiringuito de compra de oro en Sol, antes de emprender una millonaria carrera en taxi. El mal rollo del arca perdida de Indiana Jones es jauja al lado de, como la llama el director, “el arca de la alianza”. En su huida, perseguidos por dos policías (Pepón Nieto y Secun de la Rosa) y la mujer de Hugo (Macarena Gómez), acaban en Zugarramurdi, en manos de una familia de tres generaciones de brujas, Terele Pávez, Carmen Maura y Carolina Bang, que les enredarán en un multitudinario aquelarre.

Mario Casas y Hugo Silva.
Mario Casas y Hugo Silva.SERGI PONS

La película es, asegura el director, de la que más orgulloso se siente en cuestión de trabajo con los actores. “Alex tiene esa capacidad de los grandes directores de hacer que todo parezca bajo control”, opina Mario Casas, actor que en Las brujas… despliega unas inesperadas dotes para la comedia. “Me ha respetado, ha confiado en mí y me ha dado alas”. Según Hugo Silva, que es algo así como el líder de la banda, “todo el mundo estaba muy motivado. Alex es muy capitán de barco y te implica muchísimo en lo que quiere contar”.

La clave del clima que se logró, explica el director, está en una feliz idea que tuvo Carolina Bang, joven actriz que se revela como una poderosa heroína de acción, y su actual pareja. “Creó un grupo de Whats­App en el que estaban todos los actores”, explica. “Y de repente, hablaban entre ellos de lo que habían hecho, de lo que les parecía cada secuencia… De pronto, nos perdimos todos el respeto. No era lo típico de ‘el director quiere esto y los actores defienden su personaje’, ese tipo de confrontaciones que se dan en la dirección de actores. Gracias a esa tontería, me di cuenta de que la relación con los actores es algo esencial. Nada infundía respeto, nada daba miedo”.

“Ha confiado en mí y me ha dado alas”, alaba al director Mario Casas

Hablamos de un rodaje muy exigente en lo físico, con el tiempo más que ajustado, secuencias de exteriores con centenares de figurantes, y que el primer día acabó con una joven bruja en urgencias. “Corriendo por el prado, Carolina se dio un golpe brutal en la cabeza y acabamos en el hospital”, recuerda el director. “Pero el cine es así. Si tienes a 700 brujas corriendo por un entorno natural, alguien se puede caer y romper la cabeza. Y ocurrió. Por suerte no hubo mucha sangre, y al día siguiente pudimos volver a rodar, aunque el médico nos dijo que no podíamos hacerlo. Pero esto es así, esto es el negocio, y no hay otra forma de hacerlo”.

A Alex de la Iglesia le ha costado 25 años de profesión comprender que su principal cualidad como director es el oficio. “Dirigir es conseguir controlar a un grupo de gente y cumplir con un tiempo”, explica. “Y eso es de lo que más orgulloso estoy. Lo que mejor hago es administrar el tiempo, y creo que esa es la primera labor de un director. Sé obtener unos resultados determinados con lo que tengo. Tú te colocas aquí; tú, aquí, la cámara, aquí. Y no me discutáis porque sé cómo se hace. Me he equivocado mucho: como artista, como persona… Pero en esto no. Soy bueno en eso, y es algo que he aprendido haciendo cine. Y tiene una aplicación en la vida real muy importante. Como dice mi director de fotografía, Kiko de la Rica, ‘el que piensa pierde’. Odio a la gente que piensa demasiado. Yo soy más de hacer. Me molesta la gente que se pasa horas pensando dónde vamos a ir a cenar. A un italiano, a un japonés… y de repente te dan las once y media de la noche y dices: ‘¡Hijos de puta, no hemos ido a ningún lado! ¡Vamos al primero que veamos!’. Si es que da igual. No importa en qué restaurante estés si estás con tus amigos. Si está malo, más divertido, así puedes protestar. Y si está bueno, has encontrado un lugar mítico”.

Mientras usted lea estas líneas, Alex de la Iglesia seguirá enfrascado en la posproducción de la película, que llegará casi derrapando al Festival de San Sebastián, donde se exhibirá en la sección oficial, fuera de concurso, y se proyectará en la pantalla gigante del velódromo de Anoeta. Secuencias con centenares de figurantes, actores volando, complejísimas animaciones en tres dimensiones… un proyecto osado para los tiempos que corren. “Hombre, depende de con quién te compares”, matiza De la Iglesia. “A mí me gustaría hacer Pacific Rim, con 280 millones de dólares. Pero no va a poder ser. La está haciendo Guillermo [del Toro] y la hará muy bien. El asunto es saber dónde estás. Tengo un montón de amigos en el paro. Amigos que considero genios y que no consiguen levantar un proyecto. Esto es un privilegio. Estoy haciendo la película que quiero y por un presupuesto razonable. Cinco millones. Menos que La chispa de la vida [su anterior película] y casi diez veces menos que Lo imposible [Juan Antonio Bayona, 2012]. Pero Lo imposible ha hecho el doble de dinero de lo que ha costado, de modo que es absolutamente rentable. Hay que conocer el funcionamiento de la rentabilidad. Igual acometiendo proyectos arriesgados logras resultados mucho mayores. Es como ir al casino. Hay que saber dónde se apuesta. Y, por supuesto, no puedes dejar apostar a cualquiera. Hay que saber. Pero siempre es un riesgo”.

¿Miedo al estreno? ¡pavor! lo vives cada día peor. Cada vez hay más que defender Alex de la Iglesia

Cuando Coppola hizo Drácula ya era un mito del cine. Pero cuentan que estaba tan nervioso que el día del estreno huyó a una isla perdida. Estaba solo, esperando que alguien le llamara y le dijera cómo había ido. Cada película es un salto al vacío, y el miedo al estreno, cuenta De la Iglesia, no desaparece con los años. “¿Miedo? ¡Pavor! Lo vives cada día peor”, asegura. “Cada vez eres más consciente de las consecuencias y tienes más que defender. En este país no creo que haya ningún director, salvo quizá directores productores como Pedro [Almodóvar], que consiga generar un patrimonio con su trabajo. Yo vivo al día. Hago películas, hago televisión, publicidad… Tengo que rodar para vivir: si no, no pago el colegio de mis niñas. Y repito, me considero un privilegiado porque estoy trabajando; hay un montón de gente que no tiene esa suerte y son mejores que yo. Es decir: esto es injusto. Y dirigir no es solo dirigir. Es levantar un proyecto, financiarlo, venderlo… Los americanos estudian el pitch, que es vender un proyecto en tres frases. Sentarte delante de un productor ejecutivo de un estudio, presentarle tu película en tres frases y que no se aburra. ‘Un grupo de desesperados que huyen en busca de la felicidad y se encuentran con el infierno, y al final resulta que el infierno es la felicidad’. Ese sería el pitch de Las brujas… El productor es el público más salvaje que existe. ‘Vale, no me ha hecho gracia, otra’. Eso me lo han dicho. Escribes durante seis meses un guion, le sueltas tres frases a un productor y te dice que no, que otra. Hay que convencer en un segundo. Pero prefiero eso. Aquí, todo el mundo te dice que sí y luego es que no. Esta profesión no es normal. Por eso, si todo es tan difícil, al menos disfrutemos rodando”.

Y en esas está. Tratando de disfrutar y de que el disfrute se convierta en la esencia de su trabajo. “Es necesario guiarse por un instinto”, defiende. “Vamos a hacer esta película porque me apetece contar esto ahora. Vamos a hacer una película enloquecida. A divertirnos. Si eres consciente de que esto es serio, estás muerto como creador. Es un deber del director mantener la pureza a ese nivel. Me enorgullece que se diga que tengo un discurso. Pero te aseguro que desde dentro no existe. Están tus pulsiones, tus angustias. También hay una necesidad de crear esa gran obra de arte que no llega nunca. Y eso te genera un carácter, te curte. Te hace despreciarte y reírte. Igual ahí está la clave”.

“Alex te implica muchísimo en lo que quiere contar”, dice Silva

Con una foto de su perro salchicha y la frase “un tipo que hace cine”, Alex de la Iglesia mantiene una intensa actividad en Twitter. “Cuando te compras unos zapatos puedes decir que te quedan mal, pero no dices que están mal hechos porque no encajan con tu pie”, explica. “En el cine, sí. Todos somos Godard. Y eso está bien. Lo bueno de Twitter es que te coloca en el mundo real. Hablas con gente que te aborrece a ti, a tu cine y a todo lo que representas. Y eso es bueno. Hay que saber a lo que te enfrentas. La creación puede ser un proceso aislante. Pero en otros campos, como en la literatura, mucho más. Yo me comunico con 150 personas cada día. Y eso te destruye psíquicamente, pero es muy bueno para el trabajo. En el momento en que te aíslas, mueres. Es importante recibir la pedrada. Me interesa lo desconocido. Yo, desgraciadamente, hay aspectos de la cultura a los que nunca accederé. Nunca disfrutaré, por ejemplo, con un partido de fútbol. Lo siento. Y, sin embargo, haría una película sobre Messi. Porque me interesa el personaje. En el momento en el que te deja de atraer lo desconocido estás perdido. No es importante dónde estás, sino las ideas que llegan a tu Google”.

No es lo mismo dar un refresco que vender un refresco. De haberlo sabido, el camarero de Mirindas asesinas quizá no habría muerto acribillado a tiros en la barra. En 1991, aquel cortometraje llamó la atención de los hermanos Almodóvar y decidieron producir el primer largo de Alex de la Iglesia. Quizá ahora no es tan fácil que alguien apueste por ti, pero puede que cada vez haga menos falta. “Dentro de poco, todo el mundo podrá hacer Superman con el ordenador de su casa”, explica el director. “Y eso está bien. Que nos pongan a todos en nuestro sitio. No somos tan importantes”. Los tiempos cambian, pero el cine, asegura De la Iglesia, es el mismo. “La hecatombe que está produciendo Internet puede ser buena para nosotros si somos lo suficientemente inteligentes como para vehicularla. Es algo que va a ocurrir”, concluye, “y espero estar ahí para vivirlo”.

Carmen Maura, musa de La Concha

La primera mujer española que recibirá, el próximo 22 de septiembre, el Premio Donosti del Festival de San Sebastián tiene un deseo. “Quiero que alguien me lleve al parque de atracciones del monte Igueldo”, admite. Le pica la nostalgia de aquellos veraneos de niña. Vacaciones de cuadrillas y de extraños ritos de cortejo por La Concha. Carmen Maura volvería a la ciudad, esta vez al festival de cine, convertida en joven musa del cine de la Transición (Tigres de papel, 1977) y de la movida (Pepi, Luci, Bom…, 1980). En 2000 recogería la Concha de Oro a la mejor actriz por La comunidad, de Alex de la Iglesia, director de cuya mano vuelve en esta 61ª edición (del 20 al 28 de septiembre) con Las brujas de Zugarramurdi. “Es de los cuatro directores que me han dado el empujón, con Saura, Almodóvar y Colomo. Tiene un punto muy bestia, pero, además, muy tierno, como un niño jugando con un tren de juguete”. Recibirá el galardón con un centenar de películas, gozando de la madurez de sus 68 años. “Me parece estupendo ser una viejecita”, explica. “Me parece como un derecho. Lo único que me importa es ser creíble. Así, al final, te encuentras guapa. Todas las mayores están operadas, por eso un día le dije a Verónica Forqué que nos íbamos a forrar de mayores”.

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Sobre la firma

Pablo Guimón
Es el redactor jefe de la sección de Sociedad. Ha sido corresponsal en Washington y en Londres, plazas en las que cubrió los últimos años de la presidencia de Trump, así como el referéndum y la sacudida del Brexit. Antes estuvo al frente de la sección de Madrid, de El País Semanal, y fue jefe de sección de Cultura y del suplemento Tentaciones.

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